Es obvio que para unos es un héroe cuya lucha es en contra del sistema, en tanto que para el resto de los mexicanos es un villano que no merece otra cosa que el desprecio. De lo que no cabe duda es que trae de cabeza al país manteniendo, contra viento y marea, un plantón en la Ciudad de México. Ninguno de los gobernantes, local o federal, se ha atrevido a tocarlo. Los días pasan y la paciencia de la población se agota. Hasta ahora las cosas han marchado sin que las pasiones se desborden. El Gobierno Federal permanece a la expectativa sin intervenir. Quizá por convicción propia al saber que en estos casos la autoridad si se queda con los brazos cruzados es abucheado e igual si impone el orden mediante el uso de la fuerza pública, con sus elementos uniformados mal pagados, pésimamente adiestrados y una vez azuzados, sin control, cometiendo excesos que provocan de todos modos la crítica y fortalecen la protesta que se trata de reprimir o ¿quizá porque no están seguros de que tengan el respaldo moral de una elección justa? ¿Estarán jugando a la ruleta rusa esperando que los manifestantes acaben por aburrirse y se vayan a su casas previo levantamiento del plantón?
Todos, en los hogares, en las oficinas, en los talleres, en los cafés o simplemente trotando en las calles de la ciudad, los vecinos se preguntan ¿cuándo va a terminar este asunto?, ¿en qué va a acabar? Nadie se atreve a adelantar las consecuencias. Lo que se puede decir es que estamos ante hechos electorales inéditos, esto es, que no se habían dado en el pasado, poniendo a prueba las instituciones para ver si el Gobierno, con la sartén por le mango, es capaz de cocinar una tortilla de huevos, sin romper un solo cascarón. La actitud sedente que han mantenido hasta ahora no augura nada bueno. Ni más ni menos que laissez faire, laissez passer, dejad hacer dejad pasar, que preconizaban los fisiócratas en el siglo XVIII. Que viene a ser la política de la avestruz, que se concreta a esconder la cabeza, dejando fuera el resto del cuerpo, en peligrosa postura. Las fechas que están por llegar no permiten darle largas al asunto, la gente pregunta ¿estará resuelto para cuando el presidente rinda su informe y si habrá desfile por encima de los campamentos levantados? Las horas están contadas. Ya se oye el estribillo “septiembre, mes de la patria”, cantada por escolapios con sobrepelliz.
No he oído otra cosa que acerbas críticas. Hay quienes toman el asunto con humor, tratando con dificultad de verle el lado amable al bloqueo de las calles que cuando menos los saca de la rutina diaria. En cambio los dueños de negocios que se han visto afectados andan con el cuerpo lleno de jugos biliares brincando de coraje, estirándose de los cabellos y dispuestos a tomar la iniciativa para desalojar a los que consideran molestos visitantes. En el resto de la ciudad los capitalinos continúan soportando el trajín acostumbrado de una metrópoli gigantesca en la que ocurren sucesos criminales que tienen asolados a sus habitantes. Los secuestros, robos, homicidios, asaltos, continúan ocurriendo con la frecuencia habitual. A los manifestantes les ha faltado un juglar que con su laud cante las bondades de los descontentos o un viejo, de barba cerrada, pulsando el arpa, narrando en épicas estrofas, al son del fandango, las luchas por la democracia o quizás, un compositor que con las cuerdas de su guitarra nos hiciera saber las hazañas en un corrido musical con mariachis.
Con lo que ha venido caminando no hay marcha atrás. Si no se cuentan voto por voto de nada puede jactarse. Las autoridades obligadas a preservar el orden público harán lo que tengan que hacer. Les sudó la mollera pero en el último tramo de la carrera hacia la Presidencia de la República lograron involucrar al movimiento encabezado por López Obrador que aceptó a regañadientes participar, aun sea bajo protesta, en el recuento de los votos de boletas contenidas en unos cuantos paquetes electorales, con lo que tácitamente lo tienen cogido de la mano. Los magistrados del Tribunal han hecho su trabajo, está por terminar el litigio que puede abrir las puertas a la coerción. Se prepara la puntilla que en la fiesta brava consiste en un puñal corto que un asistente del matador hunde entre las vértebras de la cerviz, cuando el animal está echado, sangrando por el hocico o en una espada con punta en cruz, cuando el toro se “amorcilla” cerca de tablas, no embiste, permaneciendo parado en sus cuatro patas, desplomándose al recibir el pinchazo como fulminado por un rayo, rodeándolo los ayudantes del torero que asisten al cortejo, con los capotes recogidos en el pecho, como mudos testigos de una ejecución anunciada. En fin, no lo demos por muerto antes de que las mulillas lo arrastren al destazador, aunque desde hace buen rato esté siendo verbalmente troceado por aprendices de carnicero.