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La rabieta

Gilberto Serna

Las escenas dejan en el espectador los pelos parados de punta. Un agente uniformado con una rodilla hincada en tierra revisa una maleta que se presume contiene un artefacto explosivo. Lo único que se alcanza a ver, que lleva, a manera de resguardo, son unos guantes de látex color verde, sin ninguna protección. Hurga dentro encontrando una misteriosa caja con un letrero en una de sus caras que avisa se trata de una bomba. Asombra la gentileza de los terroristas al advertir el siniestro contenido. Al lado del experto se encuentran dos de sus compañeros de pie, observando la maniobra. La gente común se mueve de un lado a otro sin que se prohibiera el paso de viandantes. Los automóviles transitan como lo hacen cualquier día de la semana. La envuelve en una frazada especial y se la lleva en una camioneta.

En otro lugar, una mochila que se presume puede contener un impelente explosivo, recargada en una barda, permanece intocada. Un pobre perro trasijado, come-cuando-hay, pasa sin detenerse, para luego volver y olisquear el bulto, perdiendo interés de inmediato, saliendo de la escena, como en una obra de teatro. Los transeúntes no interrumpen su trajín diario, conductores de vehículos tampoco, sin que haya señales de que el área se haya aislada. Para esos momentos no hay duda que en la ciudad hubo tres explosiones debiendo producir una psicosis colectiva. Las precauciones del grupo son muy deficientes. Si cualquiera de las dos bombas hubiera explotado estaríamos lamentado no contar con la protección necesaria para los encargados de desactivarlas. En países serios hay pequeños robots que se encargan de levantar el objeto sospechoso. Lo que se vio en los medios electrónicos muestra que quienes hicieron el trabajo actuaron a puro valor meshica. A menos que estuvieran las autoridades enteradas desde antes, que quien manipulara el mecanismo no corría riesgo alguno.

No hubo heridos o muertos, únicamente daños materiales. Aunque hay que agregar que sí hubo una víctima: el presidente Fox. Las opiniones están divididas, pues hay quienes afirman que al negarle los diputados el permiso para ausentarse a quien se aprestaba a viajar a Australia y Vietnam, actuaron visceralmente. El presidente propone y los legisladores disponen habría dicho en otros días Vicente Fox.

No obstante ahora tronó en contra de la decisión autoritaria ?de unos cuantos? impidiéndole abandonar el país, aseverando que en tiempos de democracia no procede el secuestro del Ejecutivo. Dijo muchas otras cosas entre las que destaca que en México no está en juego la paz social ni el ejercicio pleno de las libertades de los mexicanos. El equilibrio de poderes no es una carta en blanco para que un poder debilite, obstaculice o neutralice a otro. La decisión de los diputados atenta contra los intereses de México. Lo extraño es que Fox no haya reaccionado antes, cuando se le negó permiso para visitar a Estados Unidos de Norteamérica; esto es, no hay noticia de que haya presentado una iniciativa pidiendo la derogación de la Ley que autoriza a los diputados meter las narices en sus salidas del país.

Llama la atención que después de esta perorata, ya en Ixtapa-Zihuatanejo, al contestar preguntas de reporteros sólo sonrió mientras con los dedos de la mano derecha formaba unos cuernos. Con trabas o sin ellas, constata Vicente que no ha dejado de ser Fox. Lo que quizá no advierte que se le niega permiso al presidente no a Vicente. Es posible que los representantes populares, como cuerpo colegiado, se conformen con haberlo arraigado, negándole la licencia solicitada, no haciendo caso de lo que se parece mucho a un regaño.

Pretendiendo ser imparciales diremos que la decisión de la Cámara no está exenta de razón. Es aquí donde se le necesita pues no hay duda que es el comandante en jefe de las Ferzas Amadas Es cierto que el pesidente no es policía de punto y que los diputados pueden estar actuando por motivos políticos, no obstante, es incontrastable la existencia de problemas que requieren las recias manos de quien empuña las riendas de la nción.

La rabieta, cuando ya no hay nada qué hacer, es un desahogo, que no es propio de un jefe de Estado. Lo peor fue que, dolido por la negativa, en un clásico ex abrupto hizo uso de su prerrogativa de dirigirse a la ciudadanía por televisión en cadena nacional y dijo ahí todo lo que los mexicanos oímos, que no fue poco.

El uso de ese medio como recurso no tenía ya, en ese momento, ningún sentido que no fuera buscar desquite al descalabro, cubriendo de oprobio a sus contrarios, producto de un berrinche.

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