El camino al Congreso estará sembrando de cadáveres. La disputa por ganar una candidatura al Senado o a la Cámara de Diputados, sobre todo en la codiciadas listas plurinominales, ha dado lugar a verdaderos campos de batalla en cada partido. El jaloneo ya ha provocado la defección de varias piezas importantes: Bernardo de la Garza, del Partido Verde; Eduardo Andrade, responsable de comunicación del PRI; y varios diputados poblanos cercanos al sindicato de maestros. Sólo es el principio. Desde luego, el partido más afectado es el PRI, al cual le sobran caciques, facciones y gobernadores. Demasiada nomenclatura para tan pocas sillas.
En ese sentido a Roberto Madrazo le ha llovido sobre mojado. Los gobernadores están desafiando directamente a la cúpula central, es decir a Madrazo y la red de interés que lo rodea, por lo que toca a la definición de los candidatos a un escaño en las cámaras. Es muy visible el caso de Sonora, en donde el gobernador Eduardo Bours se rebeló abiertamente para que fuesen los priistas de aquella región y no la dirección nacional quien palomeara la lista definitiva. Pero aunque menos obvios, en realidad todos los gobernadores priistas han buscado colocar a sus personeros.
Y es que para ellos se trata de un asunto de sobrevivencia política. En el muy probable caso de que el PRI no gane la Presidencia, su capacidad de negociación frente al Centro residirá en gran medida en el control que ejerzan sobre la diputación federal. Saben que en el próximo sexenio el Congreso se convertirá en el espacio de negociación ante el poder presidencial. La posibilidad de controlar una docena de diputados federales y dos o tres senadores se convertirá en un activo político de valor incalculable en los próximos años. La capacidad de gestionar obra pública, partidas presupuestales, subsidios y programas especiales para cada región, dependerá en mucho del margen de negociación que tenga cada gobernador en el poderoso cuerpo legislativo.
De allí que la designación de cada candidatura se haya convertido en una cruenta rebatinga. A diferencia del pasado, en este caso no hay premios de consolación. Madrazo no puede prometer ningún tipo de compensación porque es muy probable que a partir del tres de julio él mismo se convierta en un cadáver político. De allí que los gobernadores y líderes de las corporaciones y sindicatos estén cobrando por anticipado; es ahora o nunca, porque a partir de agosto tendrán que buscar a Madrazo en Miami.
Roberto Madrazo ha señalado que si el PRI no gana la Presidencia, el partido podría desmoronarse o desaparecer. No anda muy errado, aunque de manera distinta a la que él se imagina. Madrazo pintó de gris el futuro priista en un intento desesperado para concitar el apoyo de los gobernadores ausentes de su campaña. Pero fue una mala estrategia. Exhortar a remar con el argumento de que el barco se está hundiendo, lo único que provocó fue que cada remero saltara al agua haciendo acopio del mayor botín posible. La mejor prueba de ello es que el sábado cuatro de marzo, en la celebración del aniversario de PRI en Toluca, sólo asistieron cinco de los 17 gobernadores priistas (y uno de ellos simplemente porque era el anfitrión). Se suponía que esta celebración tenía el propósito de constituir un espaldarazo a las posibilidades del PRI de cara a las elecciones de este domingo en el Estado de México, pero terminó siendo una muestra patética del divisionismo que impera en el partido.
El PRI en efecto habrá de cambiar si no gana las elecciones, pero difícilmente desaparecerá. Es muy probable que regrese a sus orígenes y se convierta en una reedición de aquella confederación de caciques y gobernadores regionales de los años veinte del siglo pasado. Recordemos que antes de Elías Calles y Lázaro Cárdenas, el PNR, antecedente del PRI, era justamente eso, una mancomunidad de generales con poder regional.
Y no desaparecerá porque tiene un ingrediente del que hasta ahora han carecido los otros dos partidos: vocación de poder. Ciertamente el PRI ha perdido dos elementos constitutivos. Por un lado, la figura presidencial, que fungía como eje articulador. Por otro, el PRD le ha arrebatado buena parte de su posicionamiento ideológico al desplazarlo como el partido abanderado de los intereses de las masas. Pero sin duda, los priistas conservan todavía un patrimonio invaluable: el talento para ejercer el poder y transformarlo en una fuerza activa (en las filas contrarias sólo López Obrador, ex priista, tiene esa habilidad).
Mientras que los panistas se han caracterizado por sus gobernadores frívolos y blandengues, con escasa visión de Estado (Jalisco, Morelos, Aguascalientes, San Luis Potosí, Yucatán, etc.), los priistas preparan bastiones regionales para un nuevo asalto al poder. Natividad González Parás en Nuevo León, Enrique Peña Nieto en el Estado de México, y Eduardo Bours en Sonora, serán figuras nacionales para la siguiente elección presidencial, en 2012. Y seguramente habrá otros.
El PRI nació en provincia a partir de una confederación de bastiones regionales. Y luego gobernó 70 años desde el centro del país. Hoy que ha sido derrotado regresa a sus orígenes, a sus reservas territoriales, para preparar la reconquista del poder, otra vez como en los años veinte, desde, y, a partir de las regiones.
Ese es el telón de fondo del desaire de los gobernadores a la celebración priista del cuatro de marzo o de la rebatinga por las candidaturas. Buscan convertirse en “los hombres fuertes” en su entidad y obligar a los actores nacionales a que toda negociación tenga que pasar por su liderazgo. Saben que el futuro del PRI está en ellos no en Madrazo. Se trata, ni más ni menos, que de la rebelión de los gobernadores.
(jzepeda52@aol.com)