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La silla de Pirro II

Gilberto Serna

De todas maneras Juan te llamas, quien decidía en aquellos años era el gran dedo. Así se dio el anuncio de que el elegido sería y fue Carlos Salinas de Gortari, sirviendo de patiños los demás aspirantes. No había de otra, era la voz del gran elector quien decidía quién sí o quién no. Era cuestión de hacer la martingala de que los priistas escogían libremente después de escuchar las peroratas de los pretendientes en un proceso interno. Lo que ahora se persigue es que en las constitucionales escojan su favorito después de oírlos hablar, como si el uso desparpajado de la dialéctica, la elocuencia, la facundia o la retórica fueran síntoma de que quien tiene facilidad de palabra, bueno para la verborrea con tintes demagógicos, fuera el mejor o el peor, según fuera el caso. Dándose la impresión de que se quiere escoger a un merolico, parlanchín y hablador, no a un jefe de Estado.

Las cosas cambiaron con el transcurso del tiempo. Los recuerdo como si fuera en este momento. El PAN estaba representado por Diego Fernández de Cevallos, el PRI por Ernesto Zedillo Ponce de León y el PRD por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. La aporreada que les dio Diego a los dos fue de antología, con esa voz bronca y bravía que le es peculiar, mientras sus ojos y cejas mostraban una incontenible rabia, sobretodo contra Cuauhtémoc, que no atinaba a responder a las invectivas de su contrario más que con balbuceos, demostrando una absoluta falta de tablas. Ahí cavó su tumba. El tal Ernesto se concretó a repetir las consabidas frases que alguien le había hecho aprender de memoria cuyo contenido nada tenía que ver con lo que estaba sucediendo en el estrado. Es seguro, dicho sea en descargo de sus menguadas dotes ciceronianas, que en corto, en reuniones de pocos interlocutores, suelen tejer sólidos argumentos, hilan brillantes razonamientos, sus ideas suelen gozar de una claridad persuasiva y fogosa, pero lo que es en una agria polémica su desempeño deja mucho que desear, ambos están en la calle. El resultado es que el controvertido Diego ganó el debate pero no la silla presidencial. Lo cual da lugar a una moraleja: en política no siempre el que traga más saliva come más pinole.

En la lucha por despachar en la Casa Blanca, allá en Estados Unidos de Norteamérica celebraron debates en los que participaron John Kerry del partido Demócrata y George W. Bush del Republicano. En los tres, según apuntaban las opiniones de reconocidos analistas, triunfó el demócrata. Lo que no tengo que decir porque es del dominio público quién se sentó en la sala oval de la Casa Blanca. Esto enseñó a los políticos noveles que no basta con tener una mente preparada para convencer a los votantes de que deben emitir su sufragio a favor de un partido u otro. Se requiere algo más. No digo que los debates no sean importantes, que los candidatos no deban ser sometidos a un duro examen donde demuestren sus cualidades, me permito tan sólo señalar su inutilidad si no llevan consigo un mínimo de discusión directa entre rivales en que haya preguntas y respuestas al bote-pronto. Desde luego no es concurso en el que haya que elegir a la miss México, donde las competidoras responden sólo a un cuestionario con cierta coquetería, sin posibilidad de réplica. El asunto es más serio que eso. Ningún chiste tendría que hubiera un debate desangelado, sin una verdadera controversia.

Aunque se pretendió correr una cortina de humo no dándole importancia al hecho de que habría una silla vacía, lo cierto es que previamente hubo una lucha encarnizada donde se impusieron los representantes del PAN y del PRI quienes tozudamente insistieron en que a las sillas de los asistentes alrededor de la mesa de debates se agregara un asiento donde debería sentarse el candidato del PRD que obviamente quedaría vacío, porque había anunciado que no comparecería. Esto provocó un alboroto en que pareció que era de una importancia vital el que se colocara el asiento, por lo que la batalla fue casi cruenta. Lo que cabe decir es que los candidatos que sí estarán presentes les pueden decir a sus representantes para el debate: “con otra victoria como ésta, estamos perdidos”, que fue lo que contestó el Rey de Epiro, Pirro II (318-272 a. de J. C.) a las felicitaciones de sus generales por el triunfo obtenido en batalla contra el Ejército romano en Ascoli, que obtuvo después de haber sufrido excesivas mermas. Si siguen adelante con su decisión de instalar un lugar, que permanecerá desocupado en el primer encuentro de candidatos a la Presidencia, que será visto por televisión, lo único que van a conseguir será hacerle propaganda al ausente.

En fin, sea por Dios y venga más. Terminaré citando un latinajo: Stultorom infinitus est numerus, el número de tontos es infinito.

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