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La sopa aguada

Gilberto Serna

Los que en aquellos remotos días en la Grecia antigua acuñaron la palabra democracia sabían lo que estaban haciendo. Era, entre otras cosas, un Gobierno escogido por el pueblo. Pedro Calderón de la Barca, se preguntó: ¿qué es la vida?, ¿una ilusión? ¿una sombra?, ¿una ficción?, que el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son. ¿Serán sueños guajiros los de Andrés Manuel?

También cabe citar a Antonio Machado, quien escribió: caminante, son tus huellas el camino y nada más,/caminante no hay camino se hace camino al andar,/ al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca has de volver a pisar,/ caminante no hay camino sólo estelas en el mar,/ toda pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar,/ pasar haciendo camino, camino sobre la mar. ¿Hallará su senda López Obrador? Acá se celebraron los comicios más disputados de los últimos tiempos. Después de todo es una consulta al pueblo. ¿A quién quieres?, ¿cuál de los tres te parece que lo hará mejor?, ya antes te has equivocado, en esta ocasión ¿podrás hacerlo bien?, ¿o estarás condenado de por vida a que otros decidan por ti?

A menos que te demuestren, fuera de todo mangoneo, que en ninguna fase del proceso comicial hubo chanchullo. ¿Cómo hacerlo? Los ciudadanos concurrieron puntualmente a la cita. Los funcionarios de casilla cumplieron con esmero su labor. Los representantes de los partidos políticos estuvieron presentes vigilando la limpieza del proceso. Los escrutadores, bajo la mirada vigilante del presidente de casilla, contaron escrupulosamente los votos. Se supone que los organismos que acreditaron a su personal de observadores, para estar atentos al desarrollo del proceso, no se chupan el dedo, esto es, no son tan ingenuos como para avalar las trápalas que pudieran haber ocurrido. De todo eso no hay la menor duda. Antes era de lo más común que la voluntad de los electores se viera desvirtuada por el uso de diversos métodos. En la actualidad está todo regulado por lo que no hay manera de trampear el asunto, cuando menos eso creo o quiero creer.

Por su parte, las autoridades encargadas del asunto electoral, el IFE, dan a conocer minuto a minuto los resultados de cada uno de los distritos electorales en una pizarra electrónica. ¿Entonces, en qué quedamos? Bien, se especula que hubo un fraude cibernético, como los antiguos magos que en espectáculos teatrales sacaban un conejo golpeando el interior de una chistera con una varita mágica.

Un seudoexperto en computación asevera que dentro de las fuentes de información de las computadoras podía haber unos algoritmos llamados ponderadores capaces de reducir sistemáticamente los votos emitidos a favor de Andrés Manuel López Obrador.

Vaya usted a saber si será cierto. Supongamos, por un momento, que eso ocurrió. Que las máquinas, manejadas por seres humanos, fueron perversamente manipuladas. Cabe decir que la computadora se alimenta de datos sacados de las actas de escrutinio; luego, podrán trucarse los resultados que aparecen en las pantallas, tanto del Programa de Resultados Electorales Preliminares como de los cómputos distritales, pero no las cifras que constan en las actas oficiales, que en mi ñoñez he de suponer permanecen intocadas.

El pueblo salió a votar como nunca. De ser cierto que hubo trinquete, es al ciudadano al que estarían haciendo víctima de sus enjuagues. Nos llaman a votar, que la llave de la democracia, que tu voluntad será respetada, que si patatín, que si patatán y sácatelas que vamos de creídos a ejercer nuestro sufragio. No sería justo que ahora jugaran con los sentimientos del pueblo, mientras unos cuantos deciden que ese no, que es mejor este o aquel otro. Así no se vale, que mejor opten por decirnos en petit comité quién es el bueno, que se quiten de zarandajas, le ahorrarían al erario una buena cantidad de millones de pesos. Los que disputan en su pecado llevarán la penitencia. Eso sí, están logrando dividir al país. Dejen que la autoridad judicial, el Tribunal Federal Electoral, resuelva lo que en derecho corresponda. No asumamos ni la precipitación triunfalista de unos, ni el martirio anticipado de los otros. La pregunta que se antojaría, suponiendo hubo topillo, lo que no sería extraño, es: ¿para qué te dejan escoger el menú, si te han de dar la misma sopa aguada de siempre?, por cierto, de un sabor bastante amargo y plagada de abundante demagogia.

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