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La vara de la justicia

Gilberto Serna

Si quiso ser grosero lo logró con creces, si lo que buscaba era ofender a sus oyentes creando un neologismo, también estuvo certero. Es posible que en una muestra de humor negro haya acuñado la palabreja de marras, creyéndose que su originalidad era de tal índole que provocaría una carretada de aplausos. La ausencia de sensibilidad política de ciertos individuos los hace destacar por la sarta de sandeces que se les ocurre.

El público merece respeto, lo cual parecería no penetrar en las circunvoluciones cerebrales de estas personas. A mayor razón si ese público está compuesto por sus propios partidarios, que acuden en número considerable a manifestarle a su candidato el respaldo que éste les requiere. En un estadio de la Ciudad de México, dicen las crónicas, repleto de gente, más o menos cien mil personas, acompañado de los secretarios de Turismo, de Relaciones Exteriores y Del Trabajo, de varios gobernadores, obvio de filiación panista, después de cinco meses de brega por todo el territorio, cerró su campaña a la Presidencia de la República, Felipe Calderón Hinojosa.

En ese lugar intervino el presidente del PAN, Manuel Espino, quien sin medir sus palabras, indicó “porque ya ganamos les quiero pedir que nadie se apejendeje en el último tramo de la campaña por la dignidad de México y para que todos vivamos mejor”, reiterando que el perredista es un peligro para México, el que sin haber sido invitado durante el mitin estuvo presente todo el tiempo, -flotando etéreo como un fantasma, encima del coloso de Santa Úrsula,- por las menciones que se hicieron de su persona. Debo decir que no es posible tamaña chabacanería de quien dirige un partido político nacional.

Aunque también, cabe reconocer, que no desentonó mucho con el nivel de campaña que han venido escenificando los tres candidatos con más posibilidades de obtener el triunfo en la elección del ya inminente domingo. Lo malo es que con ese florido lenguaje no solamente insulta al rival sino también a las personas que lo escucharon. Nunca como ahora se ha llegado a estos extremos sin ninguna necesidad, pues la sociedad está más que enterada de quién es quién en el mundo de la política.

Un caso aparte resulta la frase que le atribuyen a José Luis Santiago Vasconcelos que figura en este Gobierno como titular de la Subprocuradoría Contra la Delincuencia Organizada SIEDO quien, según la nota periodística, hizo una declaración desafortunada en relación con las ejecuciones efectuadas en el Estado de Guerrero, el pasado fin de semana, negando fueran un intento de boicotear las elecciones del dos de julio y a la pregunta de si habría algún operativo especial, contestó se trataba de “sólo siete personas que no irían a votar”. Al día siguiente dijo que se sacaron de contexto sus declaraciones, lo cual seguramente es cierto. Es un hombre serio que cumple su labor policiaca con gran honestidad profesional. Lo otro quiso mostrar a un curtido funcionario cuyo desenfado en asuntos del crimen organizado lo autorizaba para restarle importancia al evento en que murieron siete personas anotando, al parecer con sorna o ligereza, que sólo se trataba de ciudadanos que en adelante no podrían ejercer su derecho al voto, demostrando frialdad frente a acontecimientos que son de su resorte para investigar y detener a los autores. Lo que dio lugar al comentario en los medios en que se le acusaba de minimizar el hecho.

Es triste que se tenga que recurrir al vituperio fácil para denostar al contrario. Si mucho me apuran debo decir que estas campañas electorales son las más hediondas que se hayan visto en la época reciente. Las descalificaciones, las acusaciones y diatribas de toda índole dejan en el ambiente la idea de que se carece de argumentos válidos para destruir los del contrario.

En fin, lo que viene pasado mañana requiere un espíritu colectivo que pase por encima de las pequeñas diferencias que suele haber en toda sociedad plural. A los que aceptaron las reglas, para participar en el proceso electoral, les toca ahora someterse a la voluntad popular. No deben darse el lujo de desatar los demonios del desacuerdo. Las instancias jurídicas son las que, en un mundo civilizado, deben dar cobijo a las inconformidades. La comunidad, con la vara de la justicia en la mano, tendrá la última palabra.

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