Leí los mensajes de intelectuales mexicanos enviados a quien preside el Partido (de) Acción Nacional de entre los cuales destaca el proveniente del recién galardonado con el premio Cervantes, Sergio Pitol, que anteriormente habían recibido Octavio Paz y Carlos Fuentes, quien después de denunciar cómo una campaña de odio orquestada en contra de tan laureada literata, agrega que la agresión sólo pudo provenir de un analfabeta, un badulaque, ignorante y malvado, apuntando que es preocupante la malevolencia que muestra. El panista Manuel Espino Barrientos habría dicho refiriéndose a Elena Poniatowska, “pobre señora”, empeña su prestigio en una causa que no vale. En entrevista posterior la afamada escritora reconoció que el apoyar a un candidato siempre es un compromiso y el que lo hace se la juega, dejando en claro que el dirigente de marras carece de calidad moral para reprenderla por apoyar a Andrés Manuel López Obrador, acabando por tacharlo de lacayo del poder.
No creo que la escritora debe darle mucha importancia a lo dicho por quienes son contrarios a las aspiraciones del candidato perredista. Después de todo qué se puede esperar, diría el ranchero, de quienes sienten que le está llegando la lumbre a los aparejos, esto es, que a su candidato no logran posicionarlo en el primer sitio si no es a base de encuestas de dudosa credibilidad. Lo que ha dicho el dirigente no sorprende a nadie. Alguien me decía, ¿qué otra cosa se puede esperar de un pasmarote, atolondrado, necio y majadero a quien no le han enseñado a respetar el talento? ¿Quién autorizó a Espino a convertirse en censor de lo que dice un espíritu libre? Diré en beneficio de quienes no están de acuerdo en que Elena Poniatowska haya salido a la palestra a favor de uno de los candidatos presidenciales, denunciando que los ataques de un endeudamiento en el DF son puros inventos que forman parte de una guerra sucia, que de seguro estaba consciente de lo que se le vendría encima. No impunemente alguien se atreve a enfrentársele al sistema sin recibir una andanada de denuestos.
La comunidad de intelectuales, la clase pensante en este país, está molesta. No por que estén conformes con la actitud de Elena Poniatowska, que habrá algunos que sí y otros que no, lo que en verdad les ha irritado a todos es el tratamiento que sus contrarios le dan a la participación de ella en un spot de campaña favorable a López Obrador, difundido por medios electrónicos. Hay un evidente deseo de menoscabar su imagen al endilgarle un adjetivo que la pinta como persona que no está del todo en sus cabales. Ese es el quid del asunto. Hay en la frase “pobre señora”, “da pena”, una carga emotiva de descalificación en que se pretende lavar el proselitismo que hace la ilustre dama con agua lodosa. Eso es lo que desató el alud de comentarios. La intolerancia que ello conlleva es lo que hace pensar que en este país no se debe emitir una opinión política sin que se vea asediado por quienes respiran un odio acérrimo hacia el pensamiento inteligente.
Eso es lo que exacerba los ánimos de quienes se sienten ofendidos ante las irreverencias pronunciadas en contra de la autora de La noche de Tlatelolco. Si se lanza un spot para ironizar las declaraciones de la excelsa escritora, no hay por qué intranquilizarse pues sus opositores tienen el derecho de replica diciendo lo que mejor les acomode, aun el de utilizar la mofa como escudo, para desvirtuar el efecto que pudieron causar las palabras de la insigne escritora, autora de Fuerte es el Silencio. En eso consiste una campaña electoral, en tratar de desacreditar al contrario. Lo que está mal es que se llegue al abuso tildando a la mujer de pobre, como si se tratara de una bienaventurada, con poca coherencia. Eso provocó, contrariamente a lo deseado por quien lo hizo, acres comentarios de ciudadanos que no ven con buenos ojos que se caiga en tan absurdos recursos retóricos. Alrededor de la cultura, como se ve, suele merodear la envidia, la mediocridad, la ramplonería y la vulgaridad. Por eso no debe asustarnos el adocenamiento y la chabacanería de las diatribas. La lectura parecería estarles prohibida, por lo que con ojos rasados en lágrimas, dejan que sus sueños los manejen las imágenes de una silla que, por lo visto, cada vez advierten más lejana. De otra manera no me explico esos desahogos.