Con el inicio del año han tomado forma las cinco campañas de los abanderados de partidos y coaliciones en pos de convertirse en inquilinos de Los Pinos. No voy a hablar en este artículo de las formas personales o institucionales de sus respectivos partidos y coaliciones con las que los candidatos se están presentando en campaña ante la opinión pública, sino quisiera más bien tratar de aspectos generales formalistas de esta elección que ojalá en las próximas pudieran ser mejoradas en beneficio de una cultura ya no sólo política partidista entre nuestra población, sino en beneficio de ese civismo y civilidad de la que estamos tan ayunos los mexicanos y que las campañas a veces coadyuvan a empeorar más.
Por principio de cuentas comentaré una vez más, que la campaña mexicana en pos de la Presidencia de la República es demasiado larga, lo cual la hace muy onerosa tanto en lo que se refiere a los recursos económicos que por ello se tienen que invertir, cuanto en el desgaste anímico que puede provocar en la ciudadanía en general al acabar saturada de mensajes, agresiones entre candidatos, críticas entre ellos y en contra del Gobierno establecido, dimes y diretes de los que se prodigan publicitar candidatos y partidos a través de los medios de comunicación social. En la mayoría de los países más desarrollados del mundo, económica y democráticamente hablando, las campañas electorales no rebasa las doce semanas.
Y es que el aprovechamiento que se ha hecho en los últimos tiempos de los grandes medios audiovisuales de comunicación social hace que ya no se requiera todo ese tiempo que otrora se utilizaba para campañas donde prácticamente se tenía que recorrer varias veces todo el territorio nacional en mítines en cada una de las ciudades, pueblos y rancherías.
Por ello creo que una muy interesante propuesta a futuro tendría que ir en la línea de recortar sustancialmente los tiempos de las precampañas y las campañas electorales, lo cual traería consigo además del ahorro en dinero la no distracción de la mayoría de la población en sus actividades productivas fundamentales, distracción que supone ser más onerosa que el ya cuantioso subsidio entregado a los partidos.
Otro tema de forma que resulta muy importante de revisar es la limitación o mejor aún: erradicación de esas maneras anacrónicas de presentar la propaganda política por medida de pintas de bardas, colocado de pendones de plástico en postes de alumbrado público y hasta semáforos, o pegado de carteles directamente sobre las paredes de casas y edificios independientemente del valor arquitectónico que posean.
Que duda cabe que estas formas incivilizadas de propaganda deseducan al conjunto de la población fomentando una anticultura de la suciedad, el “‘ai’ se va”, la falta de respeto a la propiedad de los demás, la irresponsabilidad al dedicarme sólo a poner la propaganda que ya habrá otro que la retire, la despinte o la tire a la basura y por supuesto incrementan en estos largos meses la contaminación visual.