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Las campañas

Gilberto Serna

Si usted circula por las calles de la ciudad, recorriendo sus avenidas en coche, en un transporte público o simplemente usando las piernas, encontrará en abundante policromía carteles colgados en arbotantes, troncos de árboles y puentes viales conteniendo el retrato de algún candidato que compite por un cargo de elección popular. A un poco más de dos semanas para que los ciudadanos acudan a las urnas a sufragar depositando sus boletas se sabe quiénes han sido postulados por los partidos políticos. Los medios han contribuido con entrevistas, publicación de propaganda o inserción noticiosa. Al igual que en veces anteriores los encargados de divulgar las bondades o perversidades, ciertas o falsas, de los candidatos arreciarán en estos días.

Es ahora o nunca. Quizá deberíamos agradecer a los estrategas que no nos hayan bombardeado con gritos estentóreos o música a todo volumen ensordeciendo nuestros sentidos, como acontecía antaño cuando se usaban carros con sonido que recorrían las calles, atronando con musicales mientras a grandes voces pedían el voto de nuestros abuelos, retumbando el bullicio en las paredes enjalbegadas de las casas achaparradas y rechonchas de otros tiempos. Es posible que haya una contaminación visual pero es justo reconocer que son los riesgos de la democracia.

Los comicios se calientan, pero no por la vehemencia con la que se presentan las candidaturas, sino porque estaremos a poco de haber entrado en las ascuas vivas de una estación sumamente calurosa. En este hemisferio el estío se presenta en los meses de julio y agosto. Es una temporada en que se hace la recolección de los frutos. Los candidatos recogerán lo que sembraron durante el tiempo que han durado las campañas. Hemos de reconocer, a fuerza de ser honestos, que la sinceridad no es algo que se mezcle con la política. Los candidatos son capaces de ofrecer las perlas de la virgen tratando de convencer al electorado de que son la mejor opción.

Lo malo es que una vez que tienen las constancias de mayoría sufren una metamorfosis o más bien un colapso que les enajena el pensamiento, olvidando sus compromisos de campaña. Usted los verá sonrientes pidiendo que no usen otra manera de llamarlos que por un diminutivo correspondiente a sus patronímicos demostrando que son bonachones, simpáticos, cordiales, encantadores, atractivos, amables, graciosos, atrayentes y seductores. Todo eso a la vez.

La realidad es que luego de asumir lo que debería ser responsabilidad, no una prebenda, canonjía o sinecura, se dedican a una vida milonguera. Se vuelven soberbios, exigen que se les hable con miramientos, acabando con la afabilidad de que hacían gala con anterioridad. Usted podría pensar que es la condición humana de los políticos. La verdad es que hay muy honrosas excepciones, los que no se trastornan ni pierden la donosura en el trato con sus semejantes. No muchos, pero los hay. Las campañas electorales están por terminar por lo que sería interesante hacer una breve referencia a quienes han logrado trascender en medio de la maraña de intereses que rodean estos asuntos.

Empezaré con la Lucrecia Martínez, aspirante a diputada federal, a la que hace años conocí sentada en un pupitre escuchando conferencias que solían dictar eminentes maestros en una de las facultades de la Universidad estatal. Estudiosa, dedicada, con sentimientos a flor de piel por lo que sucede en este país, producto de su preocupación por problemas sociales que conoce al dedillo.

Lo que puedo decir de Guillermo Anaya, es que viene de una familia panista de gran prosapia, cuyo mayor mérito es llevar al campo de los hechos su vocación de servicio, habiendo ocupado la alcaldía de su pueblo.

Por último, no debo dejar de referir que en mis viajes a Saltillo, hace varias décadas, solía acudir al hotel San Luis a donde era seguro encontrar en acalorados coloquios a políticos de toda la entidad que, entre sorbo y sorbo de espumoso café, platicaban sus asuntos con gran camaradería. Llegaba temprano dejándome caer en cualquier mesa en espera de mis contertulios entretenido en tajar los minutos con la filosa navaja del pensamiento. Ahí conocí a don Jesús María Ramón, de una hermosa calidad humana, político de abolengo, originario de Acuña, ciudad fronteriza, cuya gentileza iba más allá de una simple cortesía para convertirse en un modo de ser. Su hijo del mismo nombre, es actualmente candidato a senador de la República cuya campaña hace honor a su ilustre progenitor. En fin, votemos por los candidatos de nuestra preferencia. Hagámoslo.

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