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Las dos cositas no...

Roberto Orozco Melo

La izquierda mexicana ha sostenido un devenir negativo y azaroso, sus partidos políticos no obtuvieron buenos resultados electorales en México ya que los gobiernos priistas actuaron radicales y antidemocráticos durante la mayor parte del siglo XX; hecho debido a la situación geopolítica del país: tan lejos de Rusia y tan cerca de la Iglesia Católica y de Estados Unidos.

Así la historia ha registrado más de 30 intentonas fallidas de integración de frentes electorales populares, hechas al cobijo de las ideologías roja o rosa socialista, que desaparecieron posteriormente.

Cito aquí algunos amagos de integración política con inspiración socialista en nuestro país lo largo del siglo XX, registrados por el Diccionario Enciclopédico de México de Humberto Musacchio en la reimpresión de 1995:

En 1904 nació el Partido Obrero Socialista; luego, en 1911, apareció su segunda versión como Partido Socialista Obrero; en 1916 se fundó un tercer intento de Partido Socialista Obrero y en 1917 devino su última traslación bajo el mismo nombre; en 1919, con Carranza en la Presidencia de México, se integró el Partido Comunista de México por un grupo de ocho inmigrantes estadounidenses. Poco duró, pero ese mismo año, el 24 de noviembre de 1919, fue constituido el Partido Comunista Mexicano, de tendencia bolchevique, con la mayor parte de los miembros del desaparecido Partido Nacional Socialista. El PCM sobresale como la organización de izquierda más perseverante en la historia nacional: duró 62 años. Fue disuelta en noviembre de 1981 para fusionarse en el Partido Socialista Unificado de México, a fin de participar en las elecciones de 1982 con Arnoldo Martínez Verdugo como candidato.

De 1919 a 1989 se registraron 24 partidos de izquierda. Desde el Partido Laborista Mexicano hasta el actual partido de la Revolución Democrática, algunos tuvieron una vida precaria y otros trabajaron con singular persistencia hasta el cansancio; muchos enfrentaron al Gobierno de sus tiempos en disparejas rijosidades que sacrificaron a sus mejores gentes, al grado de que tuvieron que optar por la lucha armada en el monte y bajo la clandestinidad, con fatales consecuencias para sus líderes.

No ha pasado lo mismo con el PRD, que destaca entre la mayoría gracias a las elecciones democráticas de 1997 en adelante. Comicios tras comicios ha logrado fortalecer a su militancia e incrementar la respuesta electoral de los ciudadanos a su favor, gracias a los triunfos de Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y el más reciente de Marcelo Ebrard, para jefe de Gobierno del Distrito Federal. Esto ha otorgado al PRD un número récord de senadores y de diputados federales así como el control absoluto de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Sus éxitos electorales sólo tienen precedente en los antes obtenidos por el partido Revolucionario Institucional, cuya historia es muy conocida.

Sabemos que el paternalismo de PRI fue más convincente que la autocracia, el maniqueísmo y las ideas dogmáticas de los partidos de izquierda. Los gobiernos priistas desarrollaron al país, de los años de 1930 en adelante, con igual intensidad de obra a la construida por el porfirismo en sus últimos tiempos.

En cuatro decenios del siglo XX el PRI hecho Gobierno creó instituciones fundamentales, promovió el desarrollo económico y aprobó leyes benéficas para las clases proletarias. Y a pesar que en la actualidad la gente de izquierda censura y denuncia la antidemocracia priista de más de setenta años resulta imposible negar los logros de esos tiempos. Sin los lamentables sexenios de Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas de Gortari, el PRI tendría una mejor posición en la tabla de preferencias electorales.

Resulta extenso y fuera de lugar analizar en el breve espacio de esta columna todas y cada una de las razones o motivos que contribuyeron para que los proyectos políticos de izquierda se disolvieran poco después de su fundación; pero en lo general fueron condiciones circunstanciales las que determinaron el carácter evanescente de su destino electoral, pues ni siquiera en los álgidos tiempos revolucionarios, eventualmente propicios al desarrollo de las ideas socialistas, pudo ser posible que la mayor parte de los ciudadanos de aquellos años advirtiera en los partidos de corte comunista una ideología adecuada para sus aspiraciones de justicia y bienestar social.

No pasará mucho tiempo antes que sepamos cuál va a ser el destino del Partido de la Revolución Democrática después del dos de julio de 2006. En los albores de este septiembre dará el Tribunal Federal Electoral la última palabra y el perredismo tendrá que resolver entre hacer el gusto a su candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador en tiempos agitados y conflictivos o de optar por la consolidación final de su partido en las elecciones del 2011 en una prueba de civilidad y madurez democrática.

Pero la sociedad ya no quiere violencia y mucho me temo que no podrán tener las dos cositas...

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