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Las laguneras opinan.../2006: el desencanto electoral

Laura Orellana Trinidad

Con las campañas políticas ya comienzo a sentir la misma sensación que frente a los merolicos de la televisión que prometen una y otra vez que cualquier tipo de mancha desaparecerá en segundos o que con el producto que anuncian podremos bajar diez kilos en diez días. Pero a estos merolicos televisivos, podemos aplicarles simplemente el famoso “zapping” y se acabó, mientras que con los candidatos nos vemos forzados a mirarlos en la calle, a escucharlos en la radio e incluso, se dan el lujo de invadir nuestra propia casa al enviar materiales impresos y ¡hablar por teléfono con su voz grabada! Y todavía tendremos que ver sus rostros por lo menos un mes más. Sin embargo, el cansancio es lo de menos: el costo es inmoral; México, un país con 20 millones de pobres que sobreviven diariamente con dos dólares, es el que más gasta en campañas en toda América Latina (se calcula en unos 13 mil millones de pesos) pero ¿qué podría esperarse de un proceso que dura alrededor de cinco meses? Resulta irónico que en España, un país con mucho mejores condiciones económicas que el nuestro, se regulen las campañas y su duración se limite a sólo 15 días. Pero lo peor es escuchar -como a los merolicos- ofrecimientos imposibles de cumplir. Creo que muchos preferiríamos que se hablara de la realidad (por más complicada que sea) y que los políticos partieran de ella para proponer estrategias a largo plazo (transexenal) y mediano para lograr, quizá, sólo algunas metas, pero alcanzarlas por fin.

Los jóvenes, particularmente, son especialmente sensibles a este lenguaje poco honesto. En la Encuesta Nacional de Juventud aplicada en 2005 en Coahuila, se encontró que los agentes sociales en los que menos confían (de un listado de 18, en el que se incluye al presidente de la República, los medios de comunicación, los sindicatos y la Policía, por mencionar algunos) son los partidos políticos y los diputados, quienes aparecen en los últimos escaños. En este sentido, se palpa un desencanto de este grupo ante las elecciones de 2006 y sobre todo entre los que votarán por primera vez que, según estimaciones, son alrededor de diez millones. Es posible que su desilusión tenga que ver mucho con sus expectativas y las (im)posibilidades de realizarlas a futuro.

En un estudio publicado por la CEPAL en 2004, llamado La juventud en Iberoamérica. Tendencias y urgencias, se identifican diversas tensiones o paradojas que impactan a aquéllos entre los 10-12 años y los 24-29. Una de ellas es dramática: mientras que hoy los jóvenes tienen más acceso a la educación que sus padres y abuelos, tienen menos acceso a empleo. Y no sólo eso, los empleos que consigan serán varios (si son afortunados) y por supuesto, transitorios (lo que implica pocos o nulos beneficios laborales). Zygmunt Barman -uno de los más lúcidos sociólogos contemporáneos- señala que cada vez es más difícil lograr el empleo 40/40 -cuarenta horas de trabajo a la semana, durante cuarenta años de vida- y en el que se otorgaban prestaciones, derechos laborales y jubilación (mi abuelo siempre comenta con orgullo el atino de haber estudiado diversos contratos colectivos antes de entrar a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, sin duda una de las compañías en México que ofrecía prestaciones inmejorables). Incluso, citando a los especialistas en economía, Hans Peter Martin y Harald Shumann, augura que de seguir la tendencia actual ¡el 20 por ciento de la potencial fuerza laboral global bastará para mantener en marcha la economía!

Estas tendencias, e incluso sus posibles efectos, las experimentamos muy cercanamente: Saltillo obtuvo el nada honroso primer lugar en desempleo durante 2003. En ese año, la población económicamente activa desempleada por “cese” alcanzó casi el 60 por ciento. Quienes duraron más de nueve semanas sin empleo sumaron casi la mitad de la población que buscaba trabajo. Incluso, ante las altas tasas de suicidio en la capital de nuestro estado, el obispo Raúl Vera ha señalado repetidamente una posible relación entre estos dos factores (en los datos que ofrece el INEGI, el suicidio subió en Coahuila de 2002 a 2003 de un 11.5 a 14 por ciento; entre los hombres subió del 12.7 al 16 por ciento en esos años respectivamente; por cierto, de los más altos índices en el país). Diversos estudios demuestran que las personas que han perdido su empleo tienen tres veces más probabilidades de suicidarse.

La política ha perdido sentido porque ya no es ese lugar en el que se deciden los destinos sociales y laborales. La globalización es hoy el epicentro del que surgen las ondas que tocan a cada rincón de la tierra. En todo Coahuila, la entrada al nuevo milenio fue desastrosa, en gran medida porque en los años noventa hubo una gran confianza en la mejora de la economía debido a la proliferación de maquiladoras, pero éstas –bien conocidas por sus capitales golondrinos- nos dejaron, como se dice coloquialmente “chiflando en la loma”. El poder político hoy en día, actúa en el contexto de la globalización y ofrece a sus ciudadanos lo que ésta le permite, no lo que los candidatos prometen en las campañas o incluso lo que sería deseable para sus futuros gobernados. Desde hace tiempo se acabaron los estados proteccionistas, los que imponían las reglas al capital. Así, la contradicción más importante es que mientras el capital fluye libremente, la política sigue siendo local. Manuel Castells afirma: “…al ser las instituciones políticas existentes cada vez más incapaces de regular la velocidad del movimiento de capitales, el poder está cada vez más alejado de la política (…) lo que se hace o pueda hacerse en los edificios gubernamentales tiene cada vez menos consecuencias sobre los problemas con los que los individuos deben enfrentarse día a día”, en otros términos y utilizando una imagen de Bauman: es como si los pasajeros de un avión de pronto se dieran cuenta que la cabina del piloto está vacía, que la voz que escuchan es sólo una grabación...

No alcanzo a ver en el discurso de los candidatos a la Presidencia esta imprescindible contextualización para hacer propuestas realmente viables y creíbles, parece que como si todo se siguiera decidiendo dentro de los confines de nuestro país. Los límites del territorio ya no terminan en el río Bravo -por más muros que se pongan- o en el río Suchiate; la globalización querámoslo o no está presente y si no partimos de esta realidad, será difícil realizar contrapropuestas que de verdad generen empleos, sobre todo estas nuevas generaciones que el dos de julio votarán por primera vez. (Por lo menos los candidatos ya no tendrán que preocuparse de los indocumentados que ya aceptaron en Estados Unidos).

Agradezco sus comentarios:

lorellanatrinidad@yahoo.com.mx

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