Oaxaca nos parece tan lejana y al mismo tiempo debería estar tan cerca de todos los mexicanos. Tal vez así podríamos aportar nuestro granito de arena para sacarla de la grave situación en la que se encuentra.
Ver por las pantallas de la televisión a las tanquetas de la Policía Federal Preventiva, la famosa PFP entrando al centro de la capital del estado, ver cómo van ocupando y logrando posiciones como si de una guerra se tratara, tendría que ser suficiente para impactar y mover a la sociedad civil a que no pase nunca más lo de Oaxaca, a no tolerar Gobiernos ineptos y corruptos, que les tiembla la mano para aplicar la Ley, a no permitir que las Leyes se atropellen, a vivir sin orden.
Oaxaca es uno de los estados con mayor rezago educativo. El porcentaje de la población de cinco a 15 años que asiste a la escuela está por debajo de la media nacional. Un 17.4 por ciento de la población del mismo rango de edad no cuenta con instrucción alguna, que contrasta con el 8.4 por ciento del país. En la primaria un nueve por ciento de los alumnos que inician deserta. La pobreza es más grave que en el resto de los estados de la República.
Con los más de seis meses de huelga de maestros, marchas, caos, violencia y parálisis que hoy viven los más de tres millones de oaxaqueños es lógico que el avance se detenga y las cosas tiendan a empeorar. Más de un millón de niños lleva meses sin asistir a clases: miles de comerciantes, hoteleros, personas que aman y trabajan por el progreso de su estado pasan por una crisis ya insostenible.
¿Cómo es posible que los maestros, los de la APPO, el Gobierno, los partidos y todos los que se quieren aprovechar de la situación ni se acuerdan del origen del problema y de las consecuencias, mientras niños y jóvenes estudiantes que son los principales afectados continúen sin sus clases y sigan atrasándose en aprovechamiento?
Mi ciudad está sitiada, Oaxaca es una ciudad en guerra, me dice la dueña de la Posada del Centro, uno de los hoteles cercanos a la plaza de armas de la ciudad. Lleva más de seis meses con la ocupación hotelera casi en cero. Hay quienes ya han cerrado sus negocios, hoteles y restaurantes que hace algunos seis meses se encontraban rebosantes de turistas.
Oaxaca, una ciudad colonial, había encontrado su vocación turística respaldada por la amabilidad de sus habitantes y por su enorme y esplendoroso patrimonio arquitectónico tanto prehispánico y colonial se va a pique gracias al enfrentamiento de grupos antagónicos que reclaman corrupción, malos manejos, ineptitud, descaro, ineficiencia, pero que lo hacen pensando en que vivir en democracia les otorga permiso para no respetar las Leyes. El estado se va a pique gracias a Gobiernos corruptos, represivos, arbitrarios y a una autoridad federal timorata e indecisa que prefiere apoyar a un gobernador al que ya nadie respeta y que sólo él piensa que gobierna.
Su Centro Histórico fue rehabilitado y hermoseado desde hace bastantes años, abriendo amplios corredores peatonales con energía eléctrica subterránea como en las mejores capitales europeas. Sus habitantes han sido siempre amantes de su historia, de la música, de las artes, gente empeñada en preservar su valioso patrimonio, con ambiciosos proyectos de rescate como el de la Iglesia de Santo Domingo. Uno no se cansa de admirar y sorprenderse ante el magnífico y deslumbrante barroco del altar principal de Santo Domingo, restaurado con el cariño y ayuda de todos los oaxaqueños. Con todo esto y más, con su comida, sus mercados, sus grandes hombres y mujeres, su Guelaguetza, los oaxaqueños lograron que Oaxaca fuera declarada por la UNESCO patrimonio de la humanidad.
Ahora la ciudad es un caos, vive un vértigo, está destruida por las manos humanas, esas mismas que la han cuidado, ahora la destruyen. Sus habitantes prefieren no salir a la calle a pasear, la ciudad está deshecha. Aún ahora que el centro es resguardado por los elementos de la Policía, ¿qué va a pasar cuándo se marchen? Se pregunta mi amiga la dueña del hotel.
Ella misma me cuenta que hace algunos años cuando regresó a su ciudad natal, traía su título de arquitecta en la mano, después de sus años de estudiante en Monterrey. Llegó con muchos sueños y grandes proyectos en mente. Comenzó rescatando edificios coloniales en el Centro Histórico. Transformó una vieja casona en una apacible posada con un bello patio al centro donde recibía turistas de todo el mundo. En el patio bañado de luz y de buganvillas los huéspedes se congregaban a charlar a toda hora. Había paz y seguridad. El turismo crecía.
Ahora su hotel restaurado con muchas horas de trabajo y esfuerzo, dando ocupación a mujeres indígenas de las zonas aledañas permanece cerrado, solo, sin huéspedes, sin actividad. Para esta semana de Día de Muertos tenía muchas reservaciones, las fueron cancelando una por una. Ahora no sabe cuándo podrá reabrir, cuándo la economía de la ciudad podrá reanimarse, cuándo se regularizarán los niños, cuándo podrá volver a pasear con su pequeña hija en la plaza donde todos los jueves y domingos la banda municipal tocaba. Tantas dudas, tanta incertidumbre, me dice desanimada.
Y la Ley, los gobernantes, los políticos, ¿dónde están? La cordura, la sensatez, la hermandad de los oaxaqueños, ¿dónde quedó? Así termina nuestra conversación telefónica y yo muy lejos de Oaxaca me pregunto ¿qué podemos hacer desde acá para ayudar en el conflicto de Oaxaca?