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Las laguneras opinan.../Pininos de la democracia-2: Gana el que tiene más votos

María Asunción del Río

A pesar del tiempo que ha durado la lucha hacia el poder y sabiendo que todo mundo está hablando de lo mismo, antes de cambiar de tema quiero reflexionar un poco acerca del ejercicio que acabamos de vivir los mexicanos en nuestro camino hacia la democracia y que ha resultado una experiencia única en todos sentidos. Lo más fastidioso fueron, claro, las precampañas y campañas que nos dejaron hasta la coronilla de discursos, ofertas, todo tipo de improperios y una ofensiva exageración de imágenes en las ciudades, poblados y caminos, en sitios electrónicos y medios de comunicación y en absolutamente todos los espacios donde uno pudiera detener la mirada (poco faltó para que encontrásemos cereales o sopas o superhéroes con las caras de los candidatos). Sin embargo, pese al fastidio y al terrible dispendio, resultaron interesantes, pues dieron oportunidad a los candidatos de abrir sus juegos y mostrar lo que en serio les interesa. Lástima que se hayan prolongado tanto, pues el tiempo excesivo de exposición e intervenciones ante el potencial electorado hizo que lo que podía ser una línea recta y plana se llenase de curvas, garigoleos, avances y retrocesos, subidas y bajadas en las que el afán de competir se sobrepuso al de expresar y sostener propuestas lógicas y claras. Por eso en los últimos días de contienda algunos candidatos, por no quedarse atrás con respecto a otros, empezaron a ofrecer las perlas de la Virgen que nadie les estaba pidiendo, alejándose de sus propios proyectos, cuando no contradiciéndolos. Creo que reducir la extensión de las campañas permitiría mayor concentración, más consistencia y, desde luego, infinitamente menos gasto. En fin, las campañas acabaron, los candidatos sobrevivieron, a pesar de la metralla con la que respectivamente se bombardearon y hubo de darse el gran paso para el que nos veníamos preparando.

El dos de julio más de 41 millones de mexicanos acudimos a votar, y ésta fue una de las partes inéditas de esta película que recién acabamos de estrenar. Nadie puede saber lo que pasó en las miles de casillas distribuidas por todo el país, pero aquellas escenas vergonzosas de acarreos, amenazas y pleitos de mercado a las que nos habíamos acostumbrando tras décadas de democracia fingida, brillaron por su ausencia, mientras la gente se acercaba con el propósito de emitir su sufragio y con la convicción de que éste iba a ser tomado en cuenta. De hecho, días antes y especialmente el domingo señalado, a donde iba uno se encontraba con alguien que, conociéndolo o no, le recordaba que fuera a votar o le preguntaba si ya lo había hecho. ¿De cuándo acá tanto interés? Pues de que hace seis años supimos que sí se podía y ahora no íbamos a permitirnos olvidarlo.

Lo sucedido del domingo al jueves ha sido sensacional. La combinación organizada de personas, ideas, tecnología y comunicación, dan como resultado un proceso electoral cuya utilidad y eficiencia no ve sólo el que voluntariamente se tapa los ojos. Los resultados de la votación son conocidos por todos, así como la inconformidad explicable del candidato de la Alianza por el Bien de Todos y las suspicacias no tan justificadas de su partido. A nadie le gusta perder, claro (pregúntenle a los alemanes cómo se sintieron cuando ya la sopa les quedaba más cerca de la boca que del plato), pero el triple ejercicio del IFE con los mismos resultados -amén de la presencia permanente de escrutadores, representantes y observadores de todos los partidos en cada casilla y los datos a disposición de quien quisiera consultarlos- debiera ser suficiente para despejar cualquier duda respecto a la efectividad del programa y al trabajo bien hecho de los participantes. Es una pena que se afanen en encontrarle tres pies al gato.

Lo insólito de los resultados es parte esencial de esta jornada emocionante: nunca -al menos en nuestros tiempos- se había presentado una contienda tan auténtica y reñida entre tres partidos con posibilidades reales de ganar. La diferencia de votos entre Calderón y López Obrador no es ni de un punto porcentual completo; sin embargo, recuerdo bien al propio Andrés Manuel y a su compañero y tocayo Camacho expresar en sendas declaraciones -previas a la votación, por supuesto- que si un solo voto hacía la diferencia entre los dos candidatos, ese voto sería suficiente para definir al ganador. Como siempre, parece que visualizaron la hipótesis sumando ese voto único pero determinante a su causa y no a la ajena; de no ser así no estarían desconociendo el trabajo del IFE ni hubieran convocado a la protesta masiva.

El silencio y la conformidad del PRI y de sus candidatos son el otro factor inesperado de esta contienda de 2006. No porque no pudieran perder, sino porque el poder supremo de un dedo y los pactos y negociaciones para calibrar la balanza a su favor, amenazaban con seguir vigentes. Ahora no hubo por dónde, lo cual es gratificante, cuando se piensa en los fraudes de antaño, tan fuera de toda proporción. Pienso que sólo así, habiendo exhibido su impotencia ante el electorado nacional, el tricolor tendrá posibilidades de reinventarse, enderezar el camino y ofrecer una cara nueva y una palabra digna de confianza a México. Ojalá, porque no queremos que la historia se repita. Sobra decir que buenos elementos y excelentes propuestas fueron anulados por el estigma priista, pero quién les manda.

El asunto es que también el compromiso que enfrenta Felipe Calderón es inédito y más pesado que nunca. Si bien los votos panistas superaron a los de cualquier otro partido y lo legitiman como el triunfador en la contienda por la Presidencia de México, nadie debe perder de vista -y Felipe menos que nadie- que representan únicamente la tercera parte de los sufragios emitidos en estas elecciones; es decir, que dos terceras partes no votaron por él y, lastimados por la derrota, estarán esperando cualquier falla, cualquier inconsistencia en el ejercicio del poder, cualquier contradicción con su discurso de campaña para echársela en cara y magnificar ante el electorado lo fallido de su elección. Felipe Calderón debe retomar cada una de sus palabras, sus propósitos de Gobierno, los principios de su partido, la solidez de sus convicciones y esos orgullos personales con los que revistió su figura ante la nación, para enderezar la nave de la patria y hacerla navegar por aguas tranquilas, ayudarla a obtener pesca abundante y conducirla a buen puerto, capoteando tormentas, sorteando obstáculos, esquivando trampas, propiciando buenos vientos, evitando que el timón se incline demasiado hacia cualquier extremo, con peligro de zozobrar. En el viaje que habrá de durar seis años, no podrá enajenarse de las otras fuerzas que llevando la misma meta se quedaron en el camino: como él mismo lo señaló y se le habrá de recordar a cada momento, debe aprovechar la lección más importante del Gobierno foxista y aprender a ser conciliador, incluyente y participativo. Creo que tiene el talento para lograrlo y, por ahora, también la intención. El chiste es que mantenga la voluntad y no se obnubile con la imagen del triunfo.

Finalizo mi reflexión enlazando este momento crucial y feliz de nuestra historia democrática y su futuro inmediato con el otro evento que nos ha mantenido ocupados durante los últimos treinta días. Como las elecciones, el campeonato de futbol, también llega a su fin brindándonos, además de jugadas emocionantes, lecciones de vida aplicables a cualquier situación. Cuando Italia y Alemania se enfrentaron en los cuartos de final, concluyendo el partido con el triunfo de los azules, con todas las razones para hacer tremendo escándalo (cosa que además, por temperamento se les da), los italianos tuvieron una reacción digna de señalarse: festejaron en la cancha, porque era imposible no hacerlo, pero su festejo fue mesurado, tranquilo, leve. Luego de intercambiar camisetas con los vencidos, hicieron mutis y se encaminaron al vestidor, dejando en libertad al equipo alemán para llorar la derrota junto con su público. Los aficionados germanos no se retiraron, con las lágrimas despintándoles las banderitas impresas en sus mejillas, aplaudieron unánimemente a su equipo y lloraron y cantaron juntos hasta que se despidió la transmisión. Ésta es una manifestación de cultura que, al momento presente, debe servirnos de modelo. Ojalá que tras la contienda electoral que -Bendito sea Dios- ya terminó, triunfo y derrota sean manejados de manera similar por contendientes y seguidores, pues además de demócratas, nos urge manifestarnos como hombres y mujeres civilizados. ¡Feliz futuro, México!

Correo electrónico:

Maruca884@hotmail.com

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