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Las laguneras opinan.../Pininos de la democracia

María Asunción del Río

Aprendemos a caminar a base de caídas. Cuando los niños andan en eso, los padres quisieran eliminar cualquier obstáculo que los haga caer y los lastime, pero los dejan continuar porque saben que de esas caídas y de su habilidad para levantarse dependerá luego el aplomo con que se afirmen sobre el suelo, la fortaleza de sus piernas, la seguridad de sus movimientos y su destreza para andar. Así, después de muchos tropezones, el pequeño que apenas podía mantener el equilibrio, un buen día, sintiéndose seguro, emprende la carrera que marca su primera independencia: desplazarse solo de un lado a otro, sin la mano de mamá que lo sostenga.

También los pueblos hacen pininos en su vida política: nada surge perfecto de un día para otro ni pueden evitarse las caídas, resbalones y accidentes, a veces catastróficos, pero en cierta forma naturales en el proceso de maduración. Éste es el caso de la democracia mexicana. A pesar de lo mucho que se habla de ella y a pesar de que caracteriza a nuestro régimen político, la democracia no ha pasado de ser una palabra habitual en cualquier discurso político y un concepto ideal en la vida independiente de México. Pero el verdadero ejercicio democrático apenas nace el dos de julio del año 2000, cuando la mayoría de los ciudadanos que acudió a votar lo hizo por Vicente Fox y este voto fue respetado por las autoridades electorales, concediendo la Presidencia de la República a un candidato de la Oposición. Sin embargo, como decíamos antes, el recién nacido tiene que pasar por diversas etapas y padecer numerosas caídas antes de andar pasos seguros: lo prueba de sobra el régimen que termina.

Habiendo arrancado la carrera con todo el entusiasmo de su legítimo triunfo electoral y con las esperanzas de quienes anhelábamos el cambio que diera fin al monopolio abusivo y eterno del PRI, para muchos el presidente Fox termina su sexenio como el culpable de nuestros males históricos y como responsable de la problemática social, económica y cultural de nuestro país y de cuanta desgracia natural o artificial lo aqueje. Ciertamente, una buena dosis de fallas -propias y ajenas, personales y familiares-, múltiples torpezas derivadas de la inexperiencia, la candidez extrema, la ignorancia política, la soberbia y muy especialmente la necedad, contribuyen a esta visión nada grata del primer mandatario. Pero del mismo modo impactan en ella la falta de solidaridad de un congreso más preocupado por propiciar y festejar los resbalones foxistas que por contribuir con su experiencia, su sabiduría y su espíritu nacionalista a hacer del Gobierno un buen Gobierno, a rescatar las propuestas que valían la pena (tan las había que hoy mismo los candidatos opositores las ofrecen como fórmula de redención nacional). Los detractores del Gobierno y descalificadores de sus actos positivos -también los hay, aunque pretendan omitirse-, que cobraron puntualmente sus salarios mientras ocupaban curules, secretarías y puestos de mando, contando los años, meses y días que debían esperar para reiniciar campañas, son culpables de no haber acordado negociaciones favorables para los mexicanos todos, de no fortalecer con sus talentos, con sus buenos consejos y su habilidad política a la figura presidencial y en consecuencia, la de México. Pudiera alegarse que ellos no pertenecen al partido del presidente y por tanto no tienen por qué corresponsabilizarse con él, mas esto sería una falacia, puesto que su función principal es representar a los mexicanos y como el propio mandatario, gobernar para todos, al margen de cualquier filiación.

Desde esta óptica, pues, sus acciones y omisiones fueron zancadillas para la democracia naciente, nunca apoyo para que los primeros pasos pudiesen darse con un mínimo de seguridad. Quienes en todo momento estuvieron listos para descalificar y magnificar cada acción presidencial que consideraban reprobable, no lo estuvieron para evitar que esta patria de sus amores y los mexicanos de sus desvelos sufriéramos las consecuencias de un Gobierno sin rumbo que, rodeado de brújulas que hubieran podido guiarlo y de manos que juntas podrían ayudarlo a sostener el timón, ha tenido que navegar solo, cargando tanto con el lastre de sus casi seis años, como con el de los pasados e infinitamente más pesados naufragios.

El debate que los candidatos a la Presidencia sostuvieron esta semana arroja algunas cuestiones interesantes. En primer lugar, la expectación de la ciudadanía que, aunque puede interpretarse como una reacción morbosa al estímulo de los medios de comunicación, refleja el interés que en materia política van adquiriendo muchos mexicanos. Contaminado o no por otros factores, se trata de un indicador de democracia, capaz de arrebatarle puntos de “raiting” a las telenovelas y a los cómicos inexplicablemente instalados en Alemania, lo cual es bastante decir. Por otra parte, el cambio de imagen y de estrategias de los contendientes fue positivo, al menos visualmente, pues pudimos ver rostros y apariencias más agradables, claramente preparados para explotar su mejor ángulo, peinado y corbata. Acostumbrada al estilo de los últimos tiempos, esperaba que se dieran hasta con la mano del metate y que abundaran los insultos, el desprecio y las actitudes ofensivas que se han venido generalizando en la contienda. Afortunadamente no fue así, o al menos no fue éste el común denominador, lo cual permitió a los cinco candidatos exponer sus ideas -anuncios y eslóganes de campaña, en muchos casos-, aunque siguen debiéndonos los mecanismos como pretenden hacer realidad la mayor parte de sus planes.

Entre las propuestas destaco de manera especial la sugerencia de un pacto de civilidad que los lleve a asumir en forma madura los resultados de la elección. Me gusta, aunque sorprende el que tenga que proponerse y acordarse al aire y frente a las cámaras algo que debiera ser convicción natural, propia de cada adulto responsable y educado. Tal vez el recordatorio se deba al temor de que entre los tabasqueños aún queden polvos de antiguos lodos priistas o a que prevalezca el síndrome del complot y la negación lopezobradoriana a todo triunfo que no sea el suyo.

Otra propuesta común que me parece extraordinariamente útil y digna de convertirse en realidad es la de adelgazar el Congreso disminuyendo el número de diputados, especialmente plurinominales. Ojalá que prospere y que al número se agregue, además, la calidad moral e intelectual de las personas. Urge establecer normas en la selección de candidatos para que, quienes lleguen, dignifiquen el poder Legislativo y no se conviertan en el hazmerreír y hazmerrabiar de la nación.

En cuanto al discurso de los cinco debatientes, todos tuvieron en algún momento sus aciertos y también sus trastabilleos. Sin ser panista, me quedo con Calderón y le reconozco especialmente el no haber aceptado las imputaciones de delito (plagio primero, malversación después) hechas por sus adversarios, aun a costa de perder los minutos que correspondían a su exposición. Éste fue un gesto importante que debiéramos imitar, porque somos muy dados a calumniar, a colgar milagritos y achacar culpas a otros, para luego desdecirnos pidiendo una disculpa o simplemente cambiando de tema, sin pensar en que la mentira siempre deja secuelas. López Obrador, preocupado auténtica y justamente por los pobres y por las minorías maltratadas, no sugiere alternativas serias y factibles para solucionar los problemas sociales de México. Ofrecer y repartir dinero sin proporcionar las armas para trabajar, puede ser evangélico, pero para nada viable en una realidad como la nuestra. Endeudarse con proyectos que difícilmente generarán los empleos y la inversión que necesitamos; hacer caso omiso de la calidad de la educación e ignorar controles académicos, que de por sí son insuficientes; mantener una actitud generalizada de reclamo y desprecio para quienes con trabajo hemos construido nuestro patrimonio, sin deslindarnos de los “ricos” o pillos, que en su discurso son sinónimos, es peligroso y tan injusto como su permanente visión de la paja en el ojo ajeno y su manejo elástico de la Ley.

Por o que toca a Madrazo, me parece un camaleón. Reconozco su aplomo ante la adversidad que por estos días viven él y su partido, afrontando la renuncia de algunos de sus baluartes y militantes que, tal vez por proceder de la misma raíz, van acomodándose a la sombra del sol azteca. Reconozco también su disposición al cambio de imagen, la última de las cuales le favorece más que las anteriores: actitud seria y gestos ad hoc, voz baja y mesura en palabras y ademanes parecen mejores consejeros que la burla y los improperios de su estilo anterior (la pifia del plagio que achacaba a Calderón es pecado venial).

Lo que no me cuadra para nada es su discurso contra todo eso que últimamente le hace sentir tan indignado y que de ninguna manera estará dispuesto a tolerar cuando sea presidente: ¿olvida el amigo tabasqueño que él mismo ayudó a construirlo y mantenerlo durante décadas más felices, en las que no había oposición gobernante a la cual echarle la culpa? Creo que la memoria reciente de Madrazo trabaja bien, dada su insistencia en reducir los males de México a los últimos cinco años; sin embargo, su memoria a mediano y largo plazo está fallando de manera escandalosa. Si él se hubiera iniciado en la política en lo que va de este año, su mensaje y sus amenazas serían aceptables; pero tratándose de quien se trata, francamente da risa.

En fin; también el ejercicio de debatir propuestas políticas ante las cámaras, bajo esquema estricto de tiempos e intervenciones y con un guión preparado forma parte de los pininos de la democracia. Sin embargo, a golpes y sombrerazos, con caídas y tropiezos, vamos andando. El chiste es que los golpes no sean mortales, que podamos levantarnos y que no nos lastimen al grado de hacernos preferir volver al pasado.

maruca884@hotmail.com

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