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Las laguneras opinan.../Septiembre de amores renovados...

María Asunción del Río

Otra vez como cada año, México se viste de colores: el verde, el blanco y el rojo hechos bandera y hechos patria desplazan las divisas partidistas y en su simbología mitológica o histórica nos hablan de ideales, victorias y sangres derramadas que son el común denominador de una emoción y un orgullo cada vez más ausentes de nuestra vida diaria, pero infaltables este día en el que les gritamos: ¡Qué vivan!

La noche de anoche, tantas veces esperada en comunión, hoy nos mantuvo desvelados e inquietos, temiendo que los gritos anunciados se ahogaran unos a otros o que, por el contrario, lograran sumarse, armonizarse y producir el efecto polifónico de concordia y anhelos compartidos que tanto necesitamos para revivir el espíritu nacional que nos mueva a querer, a trabajar y a luchar por esta patria nuestra, que nos alberga y define.

El grito podía ser armónico y concorde, pero también alarido disonante de desencuentro y sinrazón. Es que el grito de Independencia es de los mexicanos todos: los de la capital y los de todas las provincias cercanas y distantes, los que ostentan el triunfo electoral y los que se sienten despojados, los que han hecho del Zócalo capitalino lavadero, comedero y dormidero, cancha de juegos, fuente de esperanzas y púlpito de insultos. Y también es de los que desde cualquier otra plaza de la República, incluyendo la de Dolores, recordaron a los antiguos héroes sintiendo la íntima vergüenza de no parecerse a ellos…

Ojalá que regrese la paz entre nosotros y que al ambiente enrarecido que vivimos desde hace meses no siga añadiéndose la violencia, la ilegalidad y el desprecio por la ley y sus representantes. Ya de por sí nos duele la indiferencia con que adolescentes, jóvenes y muchos adultos van matando el fervor entusiasta de quienes aún queremos festejar el mes de la Patria. A mí me gusta hacerlo. Como las miles de personas que iniciando la primavera se visten de blanco y suben a las pirámides para recargarse de buenas vibras, yo siento que festejar la Independencia de México, ponernos adornos de colores alusivos a nuestra bandera, reproducir los símbolos patrios y colocarlos en casas y escuelas, en sitios de trabajo, automóviles, oficinas y en las solapas de nuestros sacos es una manera de avivar nuestro mexicanismo. Son formas, claro, pero detrás de ellas palpitan fondos.

Creo que si tuviéramos más a flor de piel este sentimiento nacional que se exalta en fechas como la de hoy, nuestro orgullo por ser hijos de la misma patria se reforzaría, aumentaría el sentimiento fraterno y pensaríamos más antes de entregarnos a los insultos, los golpes bajos, las mentiras y las ambiciones perversas que subyacen a los movimientos que nos traen de un ala.

Exacerbado el patriotismo y la preocupación por nuestros hermanos, indudablemente se reducirían las faltas cívicas cada vez más comunes entre nosotros y seríamos capaces de poner freno a la inmoralidad de tantos políticos oportunistas y descarados que, si fueran decentes, habrían dejado ya los puestos que inmerecidamente desempeñan, al saberse descubiertos por los miles de mexicanos que en ellos depositaron su voto y su confianza. A pesar de mi espíritu septembrino, ni todas las banderas, las campanas y los símbolos patrios que me llenan, podrán borrar la sarta de obscenidades dichas al teléfono por el coordinador de diputados o los insultos que colman el discurso “pacífico” de los también legisladores para quienes la ley no es más que letra muerta cuando no les favorece.

No es raro entonces que muchos compatriotas, pero especialmente los jóvenes se limiten a festejar los “puentes”, las pachangas y las barras libres que acompañan a la fiesta, pero sin tener una mínima conciencia de lo que la Independencia significa ni la necesidad de mantenerla como una realidad.

Estimulados por la política nacional que pone en duda intereses, sentimientos e instituciones, los jóvenes van dejando de creer. Ellos ven los aciertos y fallas del vivir cotidiano, comparan lo que el país les ofrece con lo que les da, lo que se dice con lo que se hace; contrastan modelos y se sienten maltratados: atrasos, falta de recursos, corrupción, mentiras, promesas incumplidas, indignidad, desesperanza. Cada vez con mayor frecuencia proclaman su deseo de irse a otro país, porque la vida en México no les gusta. Desconformes, los jóvenes quieren tener otra patria porque la suya les da lástima, les da coraje. Y los adultos sabemos –aunque nos duela– que hay razones para el reproche y que el deseo de cruzar fronteras, más que búsqueda de aventuras, es intento de supervivencia.

Sin embargo, dejar la patria no alivia nada y en cambio enferma el corazón y el espíritu. Quien se marcha, no sólo cambia de casa: renuncia a sí mismo, se abandona, corta la raíz que, mal o bien, alimenta y sostiene. Porque la patria es geografía pero también es historia; es cultura y paisaje, tradición y memoria; es fiesta y duelo, familia, vecindario, gente común y gente extraordinaria, héroes grandes y chicos de calle y calendario. La patria es catástrofe que nos hace solidarios, discrepancia política que nos aleja, amor compartido que nos vuelve a reunir; es ilusión de triunfos que se nos niegan y dolor de ignorancias y fracasos que no queremos ver; es abundancia y derroche, hambre de cambios y de justicia, de dignidad real y de descanso. La patria es agua y campo, flores y canciones que nos hacen vibrar, es nuestra risa y nuestras penas, el mar, el cielo, los desiertos, la cuna y la mortaja.

Nuestra patria es lo que tenemos, lo que somos, lo que creemos y pensamos; es el deber y la familia; el trabajo, el dolor y las querencias, el orgullo de ser, nuestros anhelos; nuestro hogar, nuestra casa, nuestros muertos.

Cada día, pero sobre todo hoy, la Patria aguarda el renacer de aquella devoción infantil y verdadera que dejamos en la escuela primaria. Hay que recuperarla, junto a los cohetes, los gritos, las banderas de colores y el escándalo, para que de entre los recuerdos renazca el amor. En medio de todo, México sigue abriendo los brazos a todos sus hijos, mas no sólo para acogerlos, sino para ser abrazado por ellos, para que cada mexicano lo apriete entre los suyos, lo cubra con su afecto y le cierre sus heridas con un beso de amor.

maruca884@hotmail.com

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