Hace tiempo leí un libro que me impresionó mucho y cambió mi manera de ver las catástrofes. Se llama Los desastres no son naturales y es una compilación de varios estudiosos que constituyeron la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina. El texto habla de una deformación persistente, ideológica, con relación a los accidentes o desastres: se los atribuimos a la naturaleza. Normalmente -establecen los autores- las tragedias no ocurrirían si no se hubieran generado previamente situaciones de vulnerabilidad, producto de la mano humana. Gran parte de los accidentes que ocasiona la naturaleza pueden ser prevenidos.
Hace casi un mes ocurrió una explosión en la Mina ocho, Unidad Pasta de Conchos, en nuestro estado. Si ustedes buscan información sobre el asunto, encontrarán que se le califica como “desastre”o “tragedia” y sí puede parecer una catástrofe natural el incremento del gas grisú en la mina, pues el carbón mismo produce el gas mortífero.
No se requiere mucha imaginación para saber el trabajo que implica ser minero: un gran esfuerzo físico, una capacidad extraordinaria para acostumbrarse a la oscuridad y a los espacios cerrados; la tolerancia a la respiración de gases o polvos contaminantes que pueden ocasionar la llamada “enfermedad del minero” (la inhalación del polvo de carbón ocasiona cicatrices en los pulmones y pueden llevar a la dificultad respiratoria). Además, normalmente viven en lugares aislados, con los mínimos servicios de salud, educativos y de recreación para él, su esposa e hijos. Dos fragmentos del llamado “Corrido Minero” (de Coahuila) da cuenta de la situación que enfrentan diariamente este tipo de trabajadores:
Cuando los “pites” le den fin a la jornada,/con alegría de aire y luz disfrutaré,/ y en los camiones, con el alma alborozada,/ hacia mi casa muy contento volveré.
Quizá mañana no podré tener la suerte/ que hasta ahora tuve de salir yo triunfador,/ en el combate que sostengo con la muerte,/ día con día, en estas minas de carbón.
Sin embargo, los términos “suerte” y “combate con la muerte” implican cierto grado de resignación. Es un corrido antiguo, quizá previo a la Caravana del Hambre y de otros percances mineros en Coahuila. Pero con esta nueva visión sobre los desastres, debiéramos desentrañar las condiciones que generaron tal vulnerabilidad en la mina, que finalmente desembocaron en la explosión. El jesuita Carlos Rodríguez, director del Centro de Reflexión y Acción Laboral (Cereal), sostuvo anteayer en la Universidad Iberoamericana, que el caso presentado en Pasta de Conchos evoca un “desprecio por la vida” que sólo puede ser explicado a partir de las profundas inequidades entre la situación boyante de la Compañía Minera México y la precariedad laboral de los mineros.
La Compañía Minera México -dijo- ocupa el sitio 84 entre las 500 empresas más importantes de México; la posición 27 -entre 50 enlistadas- en cuanto a las de mayor crecimiento en ingresos; el lugar 22 entre 50, de las más rentables y el sexto en las de mayor utilidad neta. Ocupó el segundo lugar, leyó bien, el segundo, en mayor crecimiento en utilidad neta brincando desde la posición 22 (todos estos datos de la revista Expansión de junio del 2005). Entre 2001 y 2005, los precios de lo que se extrae de las minas crecieron en forma desbordada: 77 por ciento el cobre, 20 por ciento el zinc, 53 por ciento la plata y 51 por ciento el oro. Siendo una empresa con gran rentabilidad, se esperaría que sus trabajadores -lo más precioso para una empresa, como acotó el jesuita- ganaran buenos salarios y sus derechos laborales estuvieran asegurados. Por el contrario, él mismo señaló que los mineros coahuilenses, aún cuando exponen su vida diariamente al bajar a las entrañas de la tierra, ganan el 60 por ciento de lo que recibe un trabajador de la industria maquiladora y un 55 por ciento de lo que obtiene un empleado de comercio.
El problema sacó a relucir, tal como lo hiciera el terremoto de 1985 con las costureras, las condiciones de inseguridad en las que trabajaban y trabajan los mineros. Según la información recogida por los jesuitas en la zona, la empresa no tenía en la mina una red de hidrantes, ni extinguidores, ni camillas, ni botiquines, ni caseta de emergencia, ni rutas de evacuación, ni salida de emergencia con “cuerda de vida”, que permitiera encontrar la salida cuando por accidente se carece de luz en la mina. La estructura de la mina carecía de soportes de madera adecuados para evitar que se desplomaran los arcos en una explosión. Lo más grave y que dejó a los mineros enterrados en su lugar de trabajo, es que no había una adecuada ventilación en la mina por lo cual no se podía controlar el gas. Muchos trabajadores han dicho ahora y lo hicieron también anteriormente, que desde diez días antes la mina estaba “gaseada”: de hecho, el mismo 19 de febrero los primeros dos turnos mantuvieron una de las máquinas cortadoras de carbón prácticamente inactiva por registrarse niveles de gas por encima de lo permitido.
Esta disparidad tan fuerte entre el crecimiento de la empresa y el “accidente” de Pasta de Conchos empieza a ser asimilado de manera crítica por los mineros y el pueblo. La evidencia es un corrido de reciente aparición llamado Diagonal 23. El corrido, ya lo sabemos, surgió como una manera de poner a disposición de la gente común y corriente versiones informales y alternas a las oficiales. En este corrido, no pasa de largo la irresponsabilidad de la empresa, cuya cabeza visible es Germán Larrea. Este personaje tiene también una gran afición por los caballos. Un solo caballo que corre en el hipódromo, cuesta más que la indemnización de los 65 mineros y así se expresa musicalmente:
En el norte del estado de Coahuila,/ Pasta de Conchos una mina de carbón/ donde los hijos de mineros hacen fila / para exigirle explicaciones al patrón./ Germán Larrea, se llama el dueño / el que no tiene ni tiempo pa’ venir/ En cambio manda muchos soldados /Y una limosna pa’ no sufrir.
Pasta de conchos, Pasta de Conchos/ Diagonal 23/ 65 mineros valen diez veces menos / que el caballo de un burgués/ Es neto carnal, al pie de la letra /en 50 millones de dólares/ vendió Germán Larrea su caballo de carreras.
El colmo es que quien ya ha salido ganador de la “tragedia” es la misma empresa, que con el acelerado y veloz trabajo de los legisladores, podrá comercializar el gas grisú. ¿Habrán ganado algo los mineros con estas medidas?
Vale la pena escuchar el corrido en:
http://vientos.info/tortilleria/La_Lengua_-_Diagonal_23.mp3