EFE
Madrid.- Un enfrentamiento Italia-Francia puede ser de lo más atractivo para los amantes del futbol... aunque luego pase lo que pasó en Berlín el otro día; pero ese enfrentamiento, llevado a la gastronomía, puede ser verdaderamente apasionante.
Aunque después los resultados sean, como en el caso de la final de la Copa del Mundo, decepcionantes; porque, claro, uno piensa en que se trata de dos de las mejores cocinas de Occidente... y acaban dándole una vulgar pizza, ese invento cuya paternidad discuten Nápoles y Niza, extendido por todo el mundo.
No voy a negar que, a veces, una pizza apetece, y hasta puede resultar que esté rica. Tampoco que hay cierto arte en la forma de trabajar de algún 'pizzaiolo'.
Pero de eso a afirmar que una pizza es una de las cumbres de la cocina occidental... va un abismo. Una pizza es lo que es: algo para salir del paso.
Cómoda, desde luego: se come a mano, se encarga por teléfono, se la traen a uno a casa... o la compra hecha y la termina en su propio horno. Es compañera asidua de las servilletas de papel, ajena a cubiertos, aparte del cuchillo con que se corta en triángulos... Lo tiene todo. ¿Todo? No. Le falta clase.
Hay pizzas que parecen paellas sin arroz encima de una masa de pan gruesa y grasosa. Hemos pasado de la sencillez de las primeras pizzas -napoletana, margherita y demás- al barroquismo de las pizzas que llevan encima casi cualquier cosa, quede bien o no. Pero la pizza se consume en todo Occidente, proliferan las pizzerías para consumo in situ o envío a casa...
Nadie puede negar que la pizza ha triunfado, como nadie puede negar que Italia ganó la Copa del Mundo. Pero ni una pizza puede emocionar a un verdadero gastrónomo, ni el juego realizado por la 'squadra azzurra', aparte de unos minutos en la prórroga contra Alemania, es capaz de emocionar a un aficionado al buen futbol.
Esperábamos alta cocina francesa, con sabrosas notas de fusión, dado el carácter multiétnico de los 'bleus', o, al menos, buena cocina italiana, como mínimo unos sencillos pero maravillosos 'tagliatelle' con tartufi y parmesano... y nos dieron pizza. Qué desilusión.
El Mundial no ha hecho más que confirmar, en futbol, lo que cada día está más claro en las demás facetas de la vida, gastronomía incluida: se impone lo práctico por encima de lo bello.
Ganar un Mundial por el expeditivo procedimiento de quedarse a verlas venir no es bonito; pero es práctico. El arte culinario, la gran cocina, es de todo menos práctico: cuesta trabajo... pero los resultados valen la pena. O eso creíamos.
Y seguiremos creyendo que las cosas bien hechas valen la pena, aunque cuesten trabajo, como seguiremos creyendo que la mejor forma de ganar un partido de futbol es jugando mejor que el contrario.