EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Lecciones de “El Código Da Vinci”

Francisco José Aamparán

Aclarando: prometo solemnemente no volver a tratar este asunto, que ya toqué en dos ocasiones previas (“La polaca tiene nombre de mujer (obvio)”, junio 15 de 2003; y “José, María y Da Vinci”, febrero ocho de 2004) y del cual el lector ya debe estar harto, en vista del sonido y la furia que han rodeado a la versión cinematográfica recientemente estrenada, que no es sino una continuación de la oleada de críticas que se le ha dirigido a la novela desde su aparición hace tres años.

Precisamente de lo que quiero hablar es del estrépito y temblor (leve homenaje a Esp ronceda) que ha generado ese fenómeno de medios que es la obra de Don Brown… y las tristes lecciones que de todo ello se pueden extraer. Al desgaire, aquí les van:

Primera lección: nadie sabe para quién trabaja… ni lo que ataca. No les puedo dar una opinión sobre la película dado que no la he visto… lo que, hasta el viernes, le ocurría a todos sus críticos. Uno de los fenómenos más interesantes de nuestros tiempos, es cómo los fundamentalistas de todos los colores y sabores se lanzan con divina ira contra obras que ni siquiera conocen: cuando el Ayatholla Khomeini lanzó su fatwa contra Salman Rushdie, condenándolo a muerte por andarse cotorreando al profeta en “Los Versos Satánicos”, el libro no había sido publicado en farsi… de manera tal que nadie lo había leído en Irán. Pero no importaba: como al Ayatholla le dijeron que hablaba mal de Mahoma, procedió a condenar a muerte al agudo escritor indobritánico. De la misma forma que hubo tremendas protestas católicas contra películas como “La última tentación de Cristo” o “El crimen del padre Amaro” antes de que las hubiera visto un alma. Reacciones muy curiosas en verdad: no quiero que otra gente vea lo que yo no he visto porque lo considero malo aunque no lo haya visto.

Segunda lección: en tierra de ciegos, el que reza al menos no se da de topes contra la pared. Según se colige por las reacciones de las muy diversas jerarquías católicas, la educación religiosa en México está igual que el resto de la educación en este país: por los suelos. Quizá lo más impresionante de todo este penoso asunto es que la Iglesia haya tenido que aclararles a los fieles del segundo país con más católicos en el mundo, una serie de dogmas que se consideran esenciales… si se es católico. Si hay que recordarle a la gente que Cristo es Dios y resucitó de entre los muertos, entonces uno se pregunta qué rayos están enseñando en los catecismos de los sábados… desde hace unos cincuenta años, porque la ignorancia permea a jóvenes y adultos, educados y analfabetos. ¿Será que ya no dan dulces a los niños que contestan bien las preguntas sobre José, la Virgen y los diversos burros que aparecen en el Nuevo Testamento (el del pesebre, el de la fuga a Egipto (que nunca hemos sabido si era el mismo o fue rentado), el de la entrada a Jerusalén…), método didáctico de indudable eficacia? ¿O será que la inmensa mayoría de los supuestos fieles cumple con sus obligaciones religiosas en piloto automático, sin saber ni qué ni por qué rayos hacen lo que hacen y no saben ni en qué creen? Quizá la manera en que mucha gente se va en la finta con un thriller, sea la prueba más fehaciente de que en México no hay católicos: hay guadalupanos. Y que de las honduras de su fe, mucha gente no conoce ni la puntita.

(Entre paréntesis y nada más para confirmar lo anterior, habría que considerar la de tinta y saliva que se ha gastado por la aparición del Evangelio de Judas… un texto de cuya existencia sabíamos desde el Siglo II y que forma parte de un conjunto enorme de textos redactados durante el cristianismo primitivo. Pero como de ese período al parecer nadie sabe nada, pues ahí tenemos a Sus Eminencias aclarando que Judas Iscariote sí traicionó, que no es ningún buenazo y que si acaso es santo patrono, lo es de la insidia y el Fobaproa.)

Tercera lección: ¡Compló, compló, a la Magdalena le armaron un compló! Sin duda un motivo poderoso para el actual revuelo universal (y las megaventas mundiales del libro) estriba en la teoría, esbozada en la novela, de que las féminas fueron desplazadas de la estructura jerárquica de la joven Iglesia debido a una conspiración de cerdos machos chauvinistas que, para tener la sartén por el mango (y descharchar al 51 por ciento de la competencia, ojo) crearon una estructura patriarcal y exclusivamente masculina. Esta idea tiene dos ventajas evidentes: les resulta atractiva a las mujeres (el mencionado 51 por ciento de la población), que así pretenden entender por qué han estado injustamente desplazadas; y tiene el encanto que nace de todo lo que huela a conspiración, ocultamiento de la verdad por parte de los poderes fácticos, y simple abuso de los “chipocludos”. Esa tendencia de explicar lo que no nos gusta por medio de conjuras de poderes oscuros (de la CIA al Senador Palpatin, del Innombrable de Andrés López al Innombrable de Harry Potter) es una de las reacciones más infantiles y viscerales… y frecuentes que uno puede encontrar.

En realidad, la historia es mucho más compleja. La novela plantea el desplazamiento del Women’s Power en el temprano cristianismo como un plan concertado, que pretendió (y logró) decapitar el ascenso de la autoridad femenina en las primeras comunidades de creyentes en el Cristo. La verdad es que pensar en mujeres obispas en el siglo III era tan factible como en el siglo XIII o en el XIX: el rango social de la mujer entonces era nulo (a menos que la mujer fuera aristócrata o de la élite, en cuyo caso le iba mejor… como siempre a las que salen en el “¡Hola!”). La condición de la mujer en el mundo romano era tan baja como lo fue en todo el planeta hasta hace muy poco; y por lo mismo imaginarse una comunidad igualitaria y con lideresas no afiliadas a la CROC ni pastoras del SNTE, resulta una utopía. Atractiva, sin duda; pero una utopía a fin de cuentas.

Claro, un thriller que no tiene entre sus páginas una oscura conspiración de hombres poderosos no vale el papel en que está impreso. Y ése es uno de los méritos de género de la novela, que en su clase resulta bastante potable. Brown le dio al clavo al proponer un complot: sabía que a la gente le encanta ese tipo de explicaciones… aunque no sean muy lógicas. Pero bueno, si sobra gente que piensa que el Pentágono y la CIA mataron a Kennedy o que Salinas se despachó a Colosio…

Cuarta lección: ¿Entonces don Quijote no era de las Redes Ciudadanas? Uno de los aspectos más divertidos de todo este inútil fandango es que la Iglesia, además, tiene que aclararle a la gente, una y otra vez, que el mentado libro es una novela; esto es, una obra de ficción, donde se mezclan elementos reales con productos de la imaginación del autor y que por tanto no se trata de ningún estudio científico ni verdad comprobable. De hecho, la edición que yo tengo (la primera canadiense), como tantas obras de su tipo en idioma inglés, tiene como subtítulo: “Una novela”. Sobre aviso no hay engaño. En español no existe tan sabia prevención. Pero el hecho de que tanta gente caiga redondita y que crea que todo lo que lee es real, nos lleva a dos conclusiones, una muy halagüeña y otra no tanto:

Lo positivo es que, a pesar de todas las evidencias, la literatura sigue teniendo una fuerza encantadora que rivaliza con la de los medios audiovisuales y hay quienes le tienen fe a la palabra escrita… incluso en un país de analfabetos, en donde en promedio se lee un libro al año… lo que explica en parte por qué nuestros políticos se comportan como auténticos asnos.

Lo negativo es comprobar que buena parte del culto público es incapaz de discernir entre la ficción y la realidad. Y si existen quienes crean que un sacrificio ritual en el Louvre es factible, entonces sobrará quien piense que el programa económico de López, la honradez de Madrazo o la simpatía bulliciosa de Calderón son reales. Y eso es como para ponerse a temblar, pensando en el futuro de este país.

Quinta lección: Y yo creyendo que nací feo por ser capricornio. En pleno Siglo XXI, la atracción de lo oculto y lo esotérico (que no, no necesariamente son lo mismo) sigue demostrando su fuerza. Pese a las dos centurias y media de pretendido reinado del racionalismo, seguimos sintiéndonos atraídos por los aspectos sobrenaturales de la historia… de cualquier historia. Ciertamente el interesarse por los conocimientos prohibidos (por quién o por qué, ahora sí que al gusto del cliente) se sigue un patrón cíclico y así tenemos años en que a Ovnis, templarios y sobrevivientes de la Atlántida se los encuentra uno hasta en la sopa; como épocas en que únicamente los más fervientes partidarios de las Conspiraciones Mundiales dan la cara por su esforzado gremio. El interés suscitado por “El Código…”, algo me dice, es el anuncio del arranque de otra (¡otra!) etapa en que el esoterismo va a volver por sus fueros. De hecho, creo que ese renacimiento ya se había tardado: como que era esperable desde que cambiamos de siglo, de milenio y de talla de cintura de los pantalones.

Total, que a fin de cuentas se pueden sacar lecciones de un debate que por sus características nunca debió ocurrir. Habiendo tantas cosas trascendentes qué discutir y analizar en el mundo católico, perder el tiempo con un libro inocuo aunque entretenido, resulta francamente lamentable. Hasta parecen diputados.

Consejo no pedido para buscar el Santo Grial en e-Bay: lea la complicada pero interesante “Historia del cristianismo”, de Paul Johnson; y para una visión satírica del fanatismo religioso, del maestro Luis Buñuel chútese “Simón del desierto” (1965) con Claudio Brook y Silvia Pinal antes de que fuera diputada priista y esposa de Enrique Guzmán… lo que haya sido más degradante. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 214484

elsiglo.mx