México está hoy en ebullición. El trauma vivido por el proceso electoral más competido de la historia de la nación ha quedado atrás, aunque aún el candidato perdedor por una nariz siga en sus últimas pataletas, el tiempo electoral ha concluido. Sin embargo, para desgracia de México, el cambio de estafeta no parecerá apacible para Felipe Calderón, al fin, presidente electo, auque sea por menos de medio punto porcentual.
El conflicto de Oaxaca, eminentemente local, pero de proporciones mayores, es hoy un nuevo botín político donde los grandes intereses y los poderes fácticos pueden encontrar la opción para medir la capacidad de maniobra y de decisión del próximo presidente.
Parece que no se entiende. Hoy el tema prioritario es como siempre la coyuntura, obviamente es de graves consecuencias que el conflicto oaxaqueño haya cobrado ya vidas, irreparables todas, pero Oaxaca es sólo una parte de México y el problema general es la capacidad que se tenga como estado todo de competir en las ligas mundiales de las que nadie puede escapar.
El problema de largo plazo es saber cuál será el destino de los mexicanos dentro de quince años o veinte. La exigencia no permite que se planee en función de ciclos sexenales y el futuro, inexorablemente aparecerá, como ahora. Es importante recordar que hace apenas unos años, se hablaba del gigante asiático que aparecía en la arena comercial mundial: China.
Hoy esta nación nos ha desplazado como segundo proveedor del mercado de consumo más grande del mundo, los Estados Unidos, ha también hecho añicos la capacidad mexicana de competir solamente por mano de obra barata, por lo que parte del desempleo que hoy reina en la República, se le debe en parte a la invasión de los productos chinos y en ese entonces cuando la amenaza apenas se ceñía, simplemente se hizo casi nada, inapreciable para evitar el rebase del país de la muralla.
Mientras que el pan nuestro de cada día es la nueva marcha, el choque de fuerzas y el conflicto por cualesquiera razones, todos olvidamos lo trascendente, lo de más allá, al final, el bienestar de la sociedad en su conjunto.
Insertados de lleno en una globalización irrechazable, México sigue enfrascado en la pequeña burbuja de estabilidad que se ha alcanzado desde aquel fatídico diciembre de 1994.
Si es cierto que la pobreza campea en territorio nacional y la falta de empleo es una urgencia inaplazable, es también verdad que los índices de extrema marginación, poco a poco se han ido paliando y la estabilidad macroeconómica ha permitido, se diga lo que se diga, que aunque a pasos de tortuga nuevamente está resurgiendo la clase media tan necesaria en todos lados. Aunque apenas incipiente, es hoy una realidad que el famoso Gobierno del cambio -aunque saldrá golpeado y muy devaluado en su calificación final- supo mantener un equilibrio en las finanzas públicas que a la postre les permitió a los mexicanos un acceso al crédito al consumo, que al final de cuentas refleja que las familias por lo menos tienen acceso a bienes materiales, que es apenas un alivio en la problemática de la comunidad conjunta.
Hoy en el escenario, surge un nuevo rival: la India. Con casi o un millón de habitantes, la India ha apostado a lo que México no ha sabido hacer de verdad: educación. Las proyecciones indican que para 2030, la India será la tercera potencia mundial y su apuesta básica es la propia formación.
Ojalá que nuestro Congreso sepa diferenciar lo importante de lo urgente y en la asignación de presupuesto dé a la educación lo que merece. Sin descuidar lo demás.