Finalmente tuvo lugar el segundo y último debate entre, ahora sí, los cinco candidatos a la Presidencia de la República. Como se ha dicho ya hasta el cansancio, el formato es demasiado rígido y no permite una verdadera confrontación de ideas o de proyectos entre los participantes, por lo que resulta indispensable que se cambie para eventos políticos futuros de esta naturaleza. No obstante, resultó suficiente para acercarnos a la intencionalidad política de cada uno de los candidatos, a las apretadas ofertas de Gobierno y a las pequeñas muestras de su personalidad.
El debate solamente vino a confirmar lo que ya es prácticamente irreversible, es decir, que la real disputa por la Presidencia de la República será entre Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa, los candidatos de la Alianza por el Bien de Todos y del Partido Acción Nacional, respectivamente. Pero también puso en evidencia que lo que está en juego la próxima elección no es sólo el cambio de persona al frente del Ejecutivo Federal, sino la permanencia o no del modelo económico que lleva puesto en práctica más de veinte años, con los resultados que todos conocemos y hemos padecido.
Los mexicanos vimos a un Felipe Calderón mostrando un buen uso de la retórica, pero que parecía haber perdido la memoria y el sentido de pertenencia. No hizo la menor defensa del actual Gobierno frente a las acusaciones de ineficacia y magros resultados, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Se le olvidó que formó parte del Gabinete del presidente Fox? ¿No es acaso un miembro prominente del partido en el poder? No hubo en sus intervenciones el mínimo de autocrítica o reconocimiento de al menos algunos de los errores u omisiones cometidas por la actual Administración.
Pareciera que para el señor Calderón, al igual que para su mánager el señor Fox, el presente, el yo y el nosotros no existen cuando se trata de las fallas o errores, pues éstos sólo se adjudican al pasado y a los otros.
En el discurso nos ofrecen un futuro promisorio, un mañana mejor, con grandes éxitos y logros, pero sin cambiar de rumbo, sin abandonar el mismo camino, esto es, aplicando las mismas fallidas recetas, utilizando el mismo modelo económico que ya se está haciendo a un lado en la mayor parte de los países del mundo donde se han llevado a cabo elecciones en los últimos meses. La retórica envolvente de don Felipe no basta para engañar a la gente, pues a la mayoría nos queda claro que él representa más de lo mismo, sólo que ahora con el aderezo que viene a significar su ofrecimiento de “mano firme” y la aplicación irrestricta de la Ley, lo que en buen castellano quiere decir que llegando al poder sostendrá, así sea por la fuerza, el decadente modelo económico.
¿Cómo va a edificar ese país ideal que nos ha delineado en sus propuestas el señor Calderón sin atacar de raíz el sistema de privilegios, complicidades y corrupción en que se sustenta el actual modelo que su partido Acción Nacional aplica con tanto empeño? Ello no es posible y lo sabe cualquier mexicano con un mínimo de sentido común. ¿Por qué las “brillantes” ideas calderonianas no se pusieron en práctica, aunque fuera parcialmente, en este sexenio del Gobierno del cambio? Si millones de mexicanos que creyeron las promesas del candidato Vicente Fox se sienten defraudados del presidente que no les cumplió, ¿por qué habrían de creerle nuevamente a su émulo Calderón?
Lo que está realmente en juego en esta elección es terminar con ese sistema de privilegios, complicidades y corrupción que ha hecho posible que se ensanche el océano de desigualdades en que se ha convertido este país. Urge cambiar el modelo que ha generado tanta injusticia en México, pero ello no lo van a hacer los mismos quienes se han beneficiado de él, que son los Amigos de Fox y los aliados de Calderón que le están financiando su campaña. Ellos son los que tienen pavor a un verdadero cambio, orientado a propiciar una nueva convivencia social, a partir de un combate serio a la pobreza y con base en la generación de mínimos de bienestar para toda la población.
Esto lo hemos entendido la mayoría de los mexicanos, que ya empezamos a ver como cosa del pasado ese modelo que tanto nos afectó. Ya se siente en el ambiente los vientos de victoria de un Modelo Alternativo de Nación, que hoy por hoy representa un candidato que sin tantos aspavientos ni manejo de la retórica ha delineado un México diferente, con más justicia y con menos desigualdad, a partir de la voluntad política que se podrá expresar con claridad en ese sentido, puesto que no tiene compromisos con los poderosos dueños del dinero. El compromiso que está haciendo Andrés Manuel López Obrador es con el pueblo de México, para dar un viraje a la política económica que hoy sólo ha servido para enriquecer a unos cuantos. El cambio de rumbo es lo que estará realmente en juego el próximo dos de julio. De nosotros depende lograrlo o seguir por el mismo camino.