Las relaciones con la comunidad musulmana son la gran víctima un año despúes de losd atentados.
EL PAÍS
LONDRES, INGLATERRA.- Tres ramos de flores, secas ya, reposan en una esquina de los jardines de Tavistock Square. En el centro de los jardines, un Mahatma Gandhi de metal reflexiona sentado en la posición de loto sobre un pedestal de piedra. Algunos curiosos se acercan a leer la leyenda que figura en uno de los ramos secos. ?En memoria de Anat Rosenberg. Siempre pensamos en ti, Anat?. Firmado: ?David XXX?.
Es el único testimonio que queda en la plaza de la explosión que el siete de julio (7-J) del año pasado segó ahí mismo la vida de 13 personas que viajaban en un autobús de la línea 30. Media hora antes, otras tres explosiones simultáneas habían provocado una carnicería en el Metro. En total, 52 viajeros y cuatro suicidas murieron aquella mañana en Londres. Días después se supo que los presuntos autores del atentado eran cuatro jóvenes musulmanes británicos.
En la puerta de la reja que rodea los jardines de Tavistock Place un cartel advierte a los paseantes que la plaza estará cerrada al público el día siete, al cumplirse el primer aniversario de ?un momento negro en la historia de la capital y de la nación?. Hoy, el jardín está reservado a los familiares de las víctimas y a los sobrevivientes, que celebrarán ahí, como en los otros escenarios de los atentados, un acto privado.
En un programa sencillo, muy poco político, alejado del melodrama, Londres vivirá hoy con sobriedad el primer aniversario de la tragedia. Pasada la conmoción del primer momento, superada la ansiedad que siguió a los intentos de atentado de dos semanas después, el país y la capital dan señales de haber digerido aquel infierno.
Los musulmanes británicos han acabado siendo la gran víctima de los atentados. A diferencia del 11-S y el 11-M, cometidos por gente de fuera, en el 7-J se ha tratado de jóvenes nacidos y criados en el Reino Unido, de familias bien adaptadas al sistema británico y con un nivel de vida aceptable, explica Bob Ayers, analista de seguridad de Chatham House.
?Hasta el 7-J, entre los musulmanes imperaba la visión de que los elementos radicales representaban una porción tan pequeña, tan poco representativa de la corriente general, que lo mejor era ignorarlos. Después del 7-J la población musulmana se ha visto ante la situación de tener que denunciar públicamente a estos elementos o dar la impresión de que los estaban apoyando. Se han visto obligados a pronunciarse?. explica Ayers.
Tres de los cuatro suicidas eran de Leeds. La ciudad no ha vivido los choques interétnicos que algunos pronosticaban, pero es un reflejo de las tensiones que viven ambas comunidades. ?Desde el siete de julio los musulmanes viven intimados. La gente no colabora con la Policía y no se atreve a decir en público lo que piensa?, opina Omar, un joven de 25 años que lleva ya 14 en el Reino Unido tras abandonar Irak.
?Oficialmente no hay racismo, pero la realidad es que los musulmanes sólo encuentran trabajo en restaurantes, tiendas de comestibles, taxis, comida para llevar y cosas así?, se queja. ?Yo he intentado buscar trabajo en varios sectores y no he encontrado, aunque he tenido una buena educación. Trabajo por mi cuenta haciendo traducciones de artículos periodísticos del inglés al árabe y del árabe al inglés?.
La Gran Mezquita está frente a la casa donde se fabricaron las bombas del siete de julio. Una casa normal, modesta, con la puerta pintada de rojo, como tantas otras en el barrio. ?La Mezquita no se quiere involucrar en el debate de los atentados del siete de julio. Por el sólo hecho de estar al lado del lugar donde se fabricaron las bombas mucha gente nos ha involucrado con aquellos hechos pero no tuvimos nada que ver?, explica Zunais Karim, miembro del comité que gobierna la mezquita.
?Nuestro mensaje es que esto no es un asunto que afecte directamente a Leeds. Fue un hecho aislado. Quizá haya un lado positivo y es que la gente se saluda más que antes, hablan entre sí más que antes?, sostiene.