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López: no te creo

Patricio de la Fuente G. K

Estamos a muy pocos meses de la elección presidencial y no existe candidato que en mí provoque entusiasmo desmedido. Dejé de ser aquél dispuesto a comprar paraísos ilusorios e indulgencias históricas sin cabida. No niego la juventud, pero tampoco ignoro la contundencia de haber experimentado en carne propia aquello “casi paradisiaco” a lo que alguna vez se refirió Luis Spota con estremecedora certeza. Hoy ya no hay cabida para el error.

No le creo a López por principio, por esencia y ante todo por dignidad. El México moderno demanda un mandatario certero, y precisamente de dicha virtud está huérfano el perredista. Los demonios siguen sueltos, sin embargo, la insistencia de complots exponenciales y enemigos a diestra y siniestra responden a una psicosis patológica digna de aquél acostumbrado a cimentar sus fracasos y triunfos a partir de ventiscas y tolvaneras que hombres de verdadera estampa interpretan como meras piedritas en el camino.

No le creo a López cuando dice que todo está mal, pues si tuviese memoria retrospectiva hace mucho hubiera caído en la cuenta de que juzgar la circunstancia de un país en términos de “o blanco o negro” es propio de aproximaciones obtusas y mediocres. No le creo a aquél cuya ideología, en apariencia, está cimentada en una inmaculada honestidad y al mismo tiempo solapa tropelías y abusos de un puñado de ratas tan acostumbrados a respirar estulticia, que cuando se ven frente a un paraje poblado de flores no pueden ya distinguir la diferencia.

No le puedo creer a quien le apuesta a dividir a una sociedad dispersa. Bastante resentimiento se respira, como para que el candidato llegue a fomentar la división de clases mediante un discurso de odio hacia los privilegiados. Resiento que López se aproveche de la ignorancia popular y mediante una estrategia mercadológica de mero “pan y circo” juegue con el ánimo colectivo. No le creeré nunca más a un ser mesiánico cuyo odio por el aire que respira resulta tan intenso, que en su complejo de saberse inferior seriamente piensa que puede, en seis cortos años, transformar México.

No le creo a López cuando habla de economía: dice que el esquema actual no sirve, pero resulta irrisorio verlo titubear ante cuestionamientos sobre formas diferentes de abordarlo o planteamientos novedosos. No le creo a López cuando se refiere a Salinas de Gortari como el verdadero enemigo a vencer. Mi país es inmenso y su grandeza infinita como para circunscribir al mal en un solo individuo.

No le creo a López cuando, en su infinito ego se compara con Cristo o con un Juárez cuya circunstancia tuvo lugar hace dos siglos. Además de encontrarse a años luz de cualquier asomo de estadista, esa tendencia tan suya de mirar al pasado evidencia, que no ha sido capaz de resolver ni confrontar la carga emocional que lleva a cuestas. No le creo al impulso mesiánico proveniente del hígado, tampoco a estar negado para decir “me equivoqué”. No, López transpira arrogancia.

Creo hasta la médula en el porvenir y sus posibilidades; también admito lastres añejos causantes de dolor profundo. No le creo a un López inestable hasta el punto de oscilar entre la congoja teatral y el optimismo desbordado. ¿Quién templará los ánimos y será fuente de esperanza? Sin duda jamás López, pues en su esencia no está actuar como fiel de la balanza y convertirse en símbolo de estabilidad. Él no es así.

No le creo a López por experiencia. Su oportunidad la tuvo al gobernar los destinos de la capital y resultó mediocre. Salvo obras de embellecimiento y alguna que otra acción electoral, pasa sin pena ni gloria. Cuando miles de capitalinos hastiados de la delincuencia, turbados por vivir en carne propia el terror del hampa nos manifestamos pacíficamente, el señor López ignoró dichos sentimientos y para variar dijo que se trataba de un complot. Complots cuando la Ley -que se pasa por el arco del triunfo- debe ser acatada; complots cuando las encuestas no lo favorecen; complot cuando alguien osa confrontarlo o sencillamente no está de acuerdo con él. Eso sí, aplaudamos su mérito al figurar para la grande cuando ayer secuestraba lo que fuese.

No le creo a López cuando dice ser de izquierda. De izquierda -y de altura- se le puede llamar a un señor de la calidad humana y moral de Cuauhtémoc Cárdenas; de izquierda la claridad del inolvidable Heberto Castillo o la de una señorona como Ifigenia Martínez: todos ellos luchadores en pro de un México de libertades, donde las futuras generaciones pudiesen decidir su futuro sin lastres ni ataduras de ninguna especie. El perredismo de hoy, la falsa demagogia de prometer lo imprometible parece una mala copia del priismo de antaño.

No estoy asustado. Si López gana México seguirá en pie pues habemos muchos que desde nuestro terruño continuaremos enfrascados en el trabajo diario por reinventar la realidad. Que los muertos del 68 sean recuerdo latente de que luchar contra Goliat y vencerlo siempre será posible. Que aquéllos cuyos cuerpos quedaron sepultados bajo escombros durante el sismo de 85 y cuyo paso a otras latitudes fue necesario para con ello despertar el concepto de sociedad civil, nos alienten a mantener firme la creencia en la unión como fuerza motora indispensable para seguir siendo grandes.

No le creo a López pues miente. Una mentira como él puede existir durante cierto tiempo, pero a la larga la impermanencia y la lógica finitud de las cosas termina por conquistar. Y no, no me preocupo pues afortunadamente voy por la vida ligero de equipaje.

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