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Los años son canijos.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

el siglo XXI no pinta bien para el Partido Revolucionario Institucional: perdió la elección del año 2000 y la del año 2006 está en veremos. Esto ha hecho que los saurinos de la política auguren su definitiva desaparición de la competencia electoral a partir del año 2011, “si bien le va”...

¿Causas? Puede haber muchas, pero a nuestro juicio la primordial podría ser la prolongada exposición del PRI a la crítica de la opinión pública; más de 82 años a partir del último informe del presidente Plutarco Elías Calles, quien en 1928 propuso a la República la integración de “partidos orgánicos” de carácter nacional que permitiesen, ojo al parche: “pasar de un sistema más o menos velado de Gobierno de caudillos a “un más franco régimen de instituciones” y “acabar así con la desunión de la familia revolucionaria”...

Lo que en 1929 fue para el PNR el motivo y razón de la unidad revolucionaria, al paso de 82 años ha venido a ser la causa principal del deterioro interno del PRI, en cuyas filas parece haber también viruela loca, visto el escepticismo con que algunos reconocidos militantes y otros muchos desconocidos contemplan el inmediato futuro del “instituto político de la revolución mexicana” que conservó el poder público durante 71 largos y felices años y han dado la maroma hacia el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD).

No hay quién niegue que la realidad política imperante en aquel México post revolucionario de los años treinta y cuarenta, fue el factor que logró auspiciar una cordial simpatía por el Partido Nacional Revolucionario y sus herederos: el Partido de la Revolución Mexicana y el Partido Revolucionario Institucional. Aquella heterogénea sociedad nacional del medio siglo XX sabía que el Partido Revolucionario se constituía como un monopolio político, que la oposición electoral era inexistente, que no se cumpliría el “sufragio efectivo” postulado por Francisco I. Madero y que sexenio tras sexenio las elecciones devendrían mera representación teatral sin suficiente público; sin embargo, las protestas de uno que otro sector social ante la ausencia de comicios democráticos cayeron en el vacío y los triunfos de los candidatos del PRI, y el mismo PRI, fueron aceptados por todo el pueblo. ¿Por qué razón?

Esta pregunta tenía una respuesta sabida y aceptada: los mexicanos del siglo XX anhelaban vivir en la paz social y recuperar a México de los baños de sangre a que los había sujetado la revolución que precedió al PRI. Aquellos ciudadanos eran, sin duda, mucho menos culturizados que los de los nuevos días, pero un atávico sentido común les aconsejaba precaución para cuidarse de no caer en el círculo vicioso de una guerra civil que haría retroceder al país a etapas de barbarie ya superadas.

Dato curioso: el mismo pensamiento había sido sustentado por la colectividad nacional del XIX cuando el general Porfirio Díaz decidió reelegirse para el cuatrenio 1884-1888 y varios posteriores. Brotaron entonces algunos focos de inconformidad, que no fueron secundados por los campesinos y los obreros, muchos de los cuales ya tenían trabajo y disfrutaban de salarios, orden social y empezaban a saber lo significaba el desarrollo económico. Por eso el dictador Díaz logró modernizar al país, incrementar la educación del pueblo y abrir la economía a la inversión extranjera; por eso mismo el PRI, decenios después, nunca dejó de ganar elecciones y retuvo el poder para reconstruir el país, abrir escuelas de todos los niveles, construir hospitales, carreteras, telefonía, seguridad social, etc. Pero tanto a don Porfirio como al PRI les faltó mesura para dejar el Gobierno cuando ya habían hastiado a la sociedad por tantos años consecutivos de permanencia y una diversa comisión de errores.

En varias ocasiones, durante el siglo recién pasado, los comicios federales inquietaron a la ciudadanía. Tres consecutivas cambios de Gobierno sufrieron algún grado de violencia en y después de las elecciones: la de Ávila Camacho contra Juan Andrew Almazán; la de Miguel Alemán contra Ezequiel Padilla y la de Ruiz Cortines contra Miguel Henríquez Guzmán. En estas tres ocasiones, como en otros intentos rebeldes, el Gobierno, el partido y los candidatos victoriosos y derrotados tuvieron la sensatez requerida para imponer soluciones pacíficas negociadas, a lo que quizá pudo contribuir el hecho que todos los contendientes procedían de un mismo tronco, la revolución mexicana.

Toda proporción guardada, no debemos soslayar que corremos riesgos parecidos en los presentes días, ante las elecciones presidenciales. Hay una sensación de aventura y contingencia en los terrenos que pisan los movedizos candidatos del PAN, el PRI y el PRD, más apreciable en cuanto recordemos que por vez primera estará ausente la autoridad -no el autoritarismo- de un presidente de la República que, quiérase o no, ha constituido una valla de respeto para la clase política.

Tanto se ha involucrado nuestro actual mandatario en la campaña de Felipe Calderón que eventualmente va a ser difícil lograr que AMLO y Madrazo y seguidores acaten un llamado de Fox a la concordia, por más civilidad que aquéllos presuman. Hace seis años el presidente Zedillo convocó y fue atendido, mas nunca fue visto en campaña por Francisco Labastida; de hecho entre los colaboradores del sinaloense se comentaba que la intención del presidente era que Vicente Fox ganara la elección.

Yo no veo al PRI tan santoleado como afirman sus enemigos y los de Roberto Madrazo, que son otros. Pero tampoco puedo decir qué sucederá en el PRI en caso de una segunda derrota; la estructura política del veterano PRI no parece ser tan sólida, ni tan crédula y obsecuente como ayer. Los años son canijos, son canijos los años...

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