La sociedad de la Comarca Lagunera se ve afectada una vez más por los incidentes que ocurren en los lugares de reunión de los jóvenes, a los que se conoce con el muy apropiado nombre de “antros”.
Sin saber a ciencia cierta lo que haya pasado en virtud de la falta de una investigación oficial que brinde una fuente de información consistente y el pánico que provoca la sorda mención de los nombres de los protagonistas, un rumor que se esparce y llega hasta las páginas de los periódicos, acusa la presencia de jóvenes que acudieron a la fiesta escoltados por hombres armados.
Al calor de los excesos se suscita la reyerta con uno de tantos concurrentes por un pretexto baladí; la violencia sale del control de los participantes iniciales por la intervención de los guardias de una de las partes y de los propios encargados de la seguridad en el antro, lo que provoca una batalla campal con un saldo indefinido de heridos, cuya gravedad también resulta imprecisa dado el soslayo y la intransparencia con la que se trata el caso.
La primera reacción interpela a las autoridades, a las que una sociedad que se empeña en comportarse como menor de edad, responsabiliza al Gobierno de todo lo que pasa, por simple reacción refleja.
Es cierto que las autoridades son las responsables de expedir los permisos para que funcionen esta clase de establecimientos y de las licencias de los guaruras, destinados a proteger de los secuestros a los beneficiarios de ese tipo de servicios sin embargo, ni la Ley ni el Estado son “nana” de nadie.
Hasta un grupo de madres de familia, con todo el derecho que les da su condición, se alzan en protesta por lo ocurrido pensando en el futuro de sus hijos niños y adolescentes, que desde luego no son los que asisten a ese tipo de espacios, más bien diseñados para acoger la diversión de jóvenes adultos de entre dieciocho y veintitantos, casi treinta años.
Por ello la pregunta interpela por necesidad a tales jóvenes adultos. ¿Carecen de voz propia? ¿Pasarán por la vida siempre, como nietos de fulano o hijos de perengano? ¿No tienen otras alternativas de diversión? ¿Habrán perdido el gusto de manera irremediable en el ruido ensordecedor y la oscuridad de los antros?
La diversión es inherente a la naturaleza humana. El esfuerzo que implica el trabajo como medio obligado para satisfacer las necesidades materiales, impulsa a buscar horizontes de recreación como alimento para el espíritu porque al fin y al cabo, no sólo de pan vive el hombre.
La recreación es trascendente y saludable si se orienta a la satisfacción integral de cuerpo y espíritu con responsable medida y la convivencia de los jóvenes es necesaria para generar relaciones duraderas que son parte importante de la argamasa social. Sin embargo, por estilo y esencia lo antros son producto de una contracultura que carece de sentido de la vida, se sustenta en el tener y no en el ser, se agota en la sensación del momento, está fuertemente asociada al exceso de alcohol y al consumo de drogas y por tanto, suele conducir a la violencia destructiva o a la evasión y al vacío existencial.
Es cierto que al Gobierno y padres de familia compete participar en la solución de los problemas suscitados por los excesos, pero es tiempo en que nuestros jóvenes adultos tomen su vida en sus manos y resuelvan cómo afrontar las consecuencias resultantes.
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