El día quince del mes en curso, en el estado de Oaxaca, el candidato del PRD se dirigió a Vicente Fox, diciendo en un mitin ¡cállese, ciudadano presidente, con todo respeto! No lo escuché en los medios electrónicos por lo que ignoro si con el exabrupto quiso decir que el Ejecutivo estaba metiendo mucho ripio, o sea que usaba palabras inútiles, carentes de veracidad al descartar la propuesta que hacía el candidato de reducir el costo de la energía eléctrica, del gas y las gasolinas o bien se refería a que Fox prometió hacer un cambio que no cumplió, dado que, le dijo, su Gobierno ha sido la misma gata, nada más que revolcada. Aprovechó el viaje para pedirle a Alfredo Elías Ayub, director general de la CFE que respondiera el por qué los mexicanos pagan el consumo de energía eléctrica con el precio más alto en el mundo. También le dijo al de Guanajuato que no ande gritando como chachalaca, que ya no se meta, que no le corresponde. Esto después de que el propio presidente acusa de mentiroso al que diga que va a bajar los precios de los energéticos, dado que lo único que va a hacer es empeorar la situación.
No creo que sea conveniente que el presidente le haga el juego a cualquiera de los candidatos poniendo en el escenario nacional una discusión que lo único que hace es darle relevancia a lo que se dijo y al que lo dijo. Esto crea un falso debate en que el ganador será siempre el que aún no tiene un cargo pues sus palabras suele llevárselas el viento que al ser recogidas por quien ostenta el poder público se quedan en la conciencia de los electores. Esto es, si el presidente les da importancia, tomándose la molestia de desmentir cuanta cosa dice aquél, está cayendo en un terreno fangoso. Una actitud que tiene sus riesgos. El candidato puede decir misa si se le antoja, el presidente de la República nomás no. Si al candidato le gustan las patrañas y llega a ocupar la Presidencia, en su salud lo hallará. Pero si a cuanto propone u ofrece sale el Gobierno a refutarlo, dicho coloquialmente, le está haciendo el caldo gordo o sea, lo está ayudando al servirle de caja de resonancia.
Por lo que ve a que no ande gritando como chachalaca es indudable que la frase es peyorativa, esto es, quien lo dice lo hace, a querer o no, de manera despectiva, lo que es un dicterio para cualquiera, a mayor razón si se dirige a un presidente de la República. La chachalaca es una especie de gallina de color pardo por el lomo y alas, blanco el vientre y las patas, cola larga y de plumas amarillentas, sin cresta ni barbas, ojos rojos y sin pluma cerca de ellos, muy vocinglera. Dicen que cuando la chachalaca está volando, no cesa de gritar. Es una ave gallinácea creo originaria de este país. Hay un pueblito, en el estado de Veracruz, al que llaman chachalacas, de esos que, a los que viven en el DF., les hace agua la boca añorando la provincia. Aquí se dice que una persona es chachalaca cuando sufre de locuacidad y es vocinglera. Locuaz es aquel que habla demasiado y vocinglero que habla mucho y vanamente. Si esto le acomoda o no a Vicente Fox es algo en lo que no hurgaré pues carece de interés al objetivo de esta colaboración. Lo que sí diré es que al candidato se le aprecia, en su alterado juicio, una falta absoluta de urbanidad. Así no se le habla a quien es la primera figura política de los mexicanos. En la democracia nadie le dice a otro que guarde silencio, menos a un presidente de la República. Aunque cabría aclarar que López Obrador solamente le pide que enmudezca, no le tapa la boca con las manos, por lo que, mientras no suceda eso, el presidente sabrá si le hace caso o no.
Es de tal índole la carga de injuria que trae consigo la comparación con una chachalaca que no deja de ser irreverente aunque asegure que lo dice con respeto. Es verdad que Vicente Fox ha venido interfiriendo verbalmente sobretodo por cuanto a la campaña que hace AMLO. Sin mencionarlo por nombre, a mañana, tarde y noche aprovecha cualquier tribuna para despotricar contra sus propuestas considerándolas, por lo común, como medidas populistas carentes de pragmatismo. No obstante Andrés Manuel debería estar contento con que el presidente se haya convertido en su propagandista, pues les da a sus ofertas una difusión inesperada llegando a sectores que de otra manera no se enterarían. En vez de considerar que su participación es para enojarle debería estar agradecido por la publicidad gratuita que reciben sus proposiciones. A menos que las encuestas que lo tienen en la cumbre lo hayan mareado, interpretando equivocadamente el apoyo popular como una patente de corso que le permite reaccionar airadamente, dándose el lujo de ensoberbecer su conducta. A estas alturas el presidente no es el enemigo a vencer sino la propia capacidad de AMLO para aprovechar una ventaja en las encuestas sin perder el piso. En fin, se les recomienda -a ambos- mayor moderación, con una pizca de prudencia y una guarnición de mesura.