Hoy por la noche decenas de millones de mexicanos tendremos la oportunidad de observar a cuatro candidatos a la Presidencia debatiendo. ¿Es ello un avance, da lo mismo o incluso es acaso un retroceso? Las opiniones se dividen. Los debates provocan muchos debates. Para una corriente teórica, con Giovani Sartori como cabeza más visible, la irrupción de los medios en política es el origen de la putrefacción misma de la actividad. Los argumentos centrales son dos, el primero es que el concepto como instrumento o arma del discurso para construir los argumentos, se desvanece frente a la imagen. El poder de la imagen es tal, nos dicen, que todo lo demás se vuelve secundario. El segundo argumento radica en los costos, hacer política en los medios es caro. Las televisoras son controladas por grandes corporaciones y eso, al final del día, termina condicionando la libertad de los candidatos. Vamos por pasos.
¿Es cierto que la imagen desplaza al concepto? Algo hay de verdad en la afirmación. Lo vi en la tele, salió muy bien, y de qué habló, pregunta uno y viene la respuesta. De eso si no me acuerdo. O la contraria. ¡Qué mal se veía “fulanito”! La modernidad es como los pentatlones exige a los políticos hacer un buen trabajo en varias pistas: la plaza pública, los mítines, las reuniones en corto, la tribuna, las entrevistas, la radio, la televisión, etc. Hay candidatos que son excelentes tribunos y pésimos comunicadores por televisión y viceversa. William Clinton es excelente en los medios, Kerry se ve duro. El ejemplo clásico en esta discusión es el debate entre John F. Kennedy y Richard Nixon en el cual la barba crecida de Nixon tuvo un efecto devastador en televisión, por lo cual la victoria se le otorgó a Kennedy. Sin embargo los radioescuchas del mismo debate consideraron superior a Nixon. El peso de la imagen. Un candidato gordo o calvo o canoso o tuerto por televisión está en desventaja. Absurdos de la democracia moderna que entremezcla la estética con el fondo. En la nueva política hay una discriminación que nadie cuestiona. En ese sentido la política si se ha frivolizado y la imagen, la presencia física y el color de la camisa o el vestido, ocupan un espacio que nada nos dice de la consistencia de un candidato.
Pero el argumento contrario también es atendible. Gracias a la televisión cada día más ciudadanos tienen la oportunidad de acercarse a los candidatos, de conocer sus reacciones gestuales, su entonación, su lenguaje corporal, etc. Les exigimos que sean actores. Los medios nos permiten una cercanía que con frecuencia delata miradas de furia, de desconcierto, de gozo, que hubiera sido imposible percibir en un mitin. Por otro lado los debates someten a los candidatos a un orden mental muy útil. Exponer con claridad una idea en dos minutos sólo lo puede hacer quien tiene las ideas claras. La televisión es velocidad y precisión. Un candidato disperso y desinformado puede salir muy mal de este tipo de confrontaciones. Lo mismo ocurre con el carácter. Una persona voluble o iracunda tiene todo que perder en un ejercicio de este tipo con millones de testigos. Los debates también permiten socializar discusiones importantes para las sociedades y discusiones que antes se quedaban en los pocos que leen artículos de fondo en los periódicos.
¿Puede un debate convertirse en la tumba de uno y la victoria de otro? Sí, ocurre. El debate es un elemento más de una campaña, pero hasta allí. Diego Fernández de Cevallos que es un orador muy experimentado, ganó el debate frente a Zedillo y Cárdenas, pero no llegó a la Presidencia. Para el ciudadano común la riqueza de los debates previene de la posibilidad de ir escudriñando en la coherencia argumentativa de un candidato que es puesta a prueba por sus adversarios y también por los analistas que tenemos la obligación de ir más allá de los golpes de sonido, es decir de expresiones que suenen bien pero que son insostenibles. Los debates pueden ayudar a elevar el discurso, el nivel de las propuestas.
¿Se someten los candidatos a las televisoras? Mi impresión es que esa sumisión en todo caso se puede dar por las tarifas de contratación de la publicidad y por el tratamiento de las notas. Pero las filias y fobias de las televisoras tampoco garantizan el triunfo o derrota de alguien. Para ejemplos el derrotado Berlusconi, pero también Cárdenas en el 88 que sin televisión logró tambalear al PRI. Otro ejemplo fueron las elecciones de 2003 en que la Presidencia se empeñó en hacer campaña hasta que el IFE la detuvo -la misma historia de 2006- y sin embargo el PAN no salió fortalecido. Hoy ese sometimiento está bastante mediado por los organismos reguladores, públicos y privados, y por una sociedad más observante. Ejemplo de ello son los monitoreos que realiza el IFE.
¿Cuál será el efecto de la silla vacía hoy en la noche? Es difícil predecirlo. López Obrador siguió una estrategia de candidato vencedor en un momento en que varias casas encuestadoras apuntan hacia un posible empate técnico. En la ausencia hay cierta arrogancia. Pero si sus adversarios se ensañan en ello lo pueden volver de nuevo víctima. Para Calderón es una buena oportunidad para demostrar estatura y dejar atrás ese inútil tono chabacano. Madrazo tiene todo que ganar pues para él cualquier foro es bueno en el combate a su mala imagen. Para Campa y Mercado es una excelente vitrina hacia el gran público.
Por supuesto que todo debate siempre será perfectible. Si no queremos que la imagen nos avasalle, escuchémoslo por radio o cerremos los ojos. Pero no perdamos la perspectiva: los debates son una conquista más de la vida democrática.