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Los días, los hombres, las ideas/“¡Que la miniserie me juzgue! ¡La película me absolverá!”

Francisco José Amparán

Es un hecho indiscutible: la historia no la escriben los vencedores; la escriben los guionistas de cine y televisión. Claro que en ocasiones lo hacen para darle por su lado a los vencedores… o si no a los victoriosos, sí a quienes pretenden lavarse la cara (y las manos) pensando en el porvenir. Y para ello, conociendo con qué bueyes tienen que arar (y van a votar), emplean medios más convincentes y efectivos que los libros de texto o las sesudas disquisiciones en revistas que no leen ni los editores: la serie de televisión o la pantalla de plata.

El principal chismarajo político de la semana pasada en los Estados Unidos tuvo que ver con un evento televisivo: el domingo 10 y lunes 11 la cadena televisiva ABC transmitió una miniserie titulada “The path to 9/11” (“El sendero hacia el once de septiembre”) en que se “dramatizaban” las circunstancias que condujeron a los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono. Mejor dicho, las acciones (o falta de éstas) de las administraciones Clinton y Bush II que en última instancia derivaron en esos desaguisados.

Aún antes de que saliera al aire el mentado docudrama, algunos personajes ahí representados pusieron el grito en el cielo, alegando que en la miniserie aparecían haciendo y diciendo cosas que jamás habían hecho ni dicho. Y con ello quedaban como medrosos, cobardes, ineptos o de plano brutos. Entre los más vociferantes protestantes estaba la ex secretaria de Estado Madeleine Albright y el asesor de Seguridad Nacional Sandy Berger… que si me lo preguntan (ya sé que no lo van a hacer, pero me vale), le dan punto y raya a cualquier capitoste de la más reciente y calamitosa administración republicana.

Parte de la protesta tenía que ver con un hecho elemental y que viola la más simple ética periodística: ninguno de ellos fue siquiera entrevistado. No hacía falta, contestó ABC, dado que la miniserie había estado basada en las conclusiones de una comisión bipartidista del Poder Legislativo norteamericano acerca de aquel aciago día. Por supuesto, el mentado informe tiene tanta credibilidad como Hugo Chávez (“payaso continental” lo acaba de llamar Carlos Fuentes) cantando “México lindo y querido” la tiene como tenor. Y aún así, según especialistas, “The path to 9/11” se brincó no pocas trancas en cuanto al apego a los acontecimientos reales. ¿La respuesta de ABC? Pues que se le había advertido al público que no se la creyeran todita. A lo largo del docudrama había aparecido la advertencia: “Con propósitos dramáticos y narrativos, la serie contiene acciones ficcionalizadas (¡!), personajes y diálogos compuestos y representativos (¿?), y compresión del tiempo”. No, pos sí.

Los demócratas en general se quejaron básicamente de dos cosas: que la miniserie ponía a la Administración Clinton como temerosa de tomar decisiones; y que plantea que Osama bin Laden estuvo a tiro de misil media docena de veces, sólo que Clinton estaba distraído preocupándose de tontería y media o dándole mantenimiento bucal a la gorda Mónica. Al parecer (dado que no hemos podido verla, por esos extraños pruritos de la televisión de paga mexicana) la miniserie sí es tendenciosa y tiene un fuerte sesgo anti-Clinton. De hecho, a Bush lo pone como preocupadísimo por la amenaza de Al Qaeda… razón por la cual diecinueve terroristas anduvieron como Pedro por su casa en los Estados Unidos durante toda su Administración, hasta aquel lunes fatal.

Todo ello podemos interpretarlo a la luz de dos hechos: el quinto aniversario de los avionazos; y el hecho de que en dos meses habrá unas cruciales elecciones generales legislativas: se renovará toda la Cámara de Representantes y medio Senado. Según las encuestas (que allá no usan sábana ni hacen “Uuuuuh” ni se sacan de la manga ventajas de diez puntos “ficcionalizados con propósitos patrióticos y mitoteros”), por primera vez en una década los demócratas tienen la oportunidad de rescatar al menos una de las Cámaras. Por eso los republicanos han echado mano de cuanto recurso han podido para vituperar a sus contrincantes. ¿Qué mejor manera que echarle la culpa del 9/11 al último (y eficiente y popular, aunque con pésimos gustos) presidente demócrata?

Y claro, los republicanos se hicieron de los servicios de uno de los más poderosos medios de convencimiento, una auténtica arma de destrucción neuronal masiva: el docudrama. Esto es, un documental dramatizado, que por lo mismo tiene (o pretende tener) la contundencia y capacidad llegadora de una obra de ficción… aunque tratando un acontecimiento real. ¿Y saben de dónde va a sacar mucho del culto público su información (y conclusiones y opiniones) sobre ese acontecimiento real? Pues del docudrama. En el cual, por supuesto, nunca se aclara qué escenas están “ficcionalizadas” y cuáles no, ni qué personajes y diálogos están “compuestos” ni qué tanto se comprimió el tiempo. Una trampa muy sagaz. Pero en la cual la gente cae redondita… y sale de ella creyéndose informada.

Un buen ejemplo del poder de la ficción para recomponer la historia lo tenemos en la película “Amadeus”. De esa “ficcionalización” de la vida de Mozart buena parte del público salió con dos certezas:

A) Que curiosamente ese genio musical se reía como el sangrón de la clase de segundo de prepa al que nadie tragaba ni en píldora; y

B) Que su colega Antonio Salieri, por pura envidia, punto menos que lo asesinó.

De esa manera el pobre Salieri, al que nadie conocía antes de entrar al cine, hoy es renombrado no por su obra musical (que los que saben de esas cosas me dicen que es muy buena, porque yo tengo oído de artillero) sino por ser una especie de homicida melódico. Y mucho me temo que de ahí no lo van a bajar.

El problema es que no existe ninguna evidencia histórica que Salieri haya envidiado sañudamente a Mozart, mucho menos que lo haya asesinado con encargos engorrosos, extenuantes pero bien pagados. Al parecer el guionista aprovechó la coincidencia de ambos músicos en la Corte de José II de Austria para darle intensidad dramática a la vida de un genio irresponsable, y un sabor punzantemente cinematográfico al ciertamente amargo final de la vida del Monstruo de Salzburgo.

Así que ya saben: si quieren darse una remozada, de cara a la historia, no hay mejor medio que contratar un buen guionista que ajuste las cosas a su favor. Claro que con la clase política que nos cargamos, todo docudrama de los últimos quince años caería más bien en la categoría de farsa u ópera bufa. Digo, ¿habría otra forma de filmar los hechos y dichos del Gober Precioso, o el Mesías Tropical, o el Señor de las Ligas? ¿Se imaginan un espectáculo musical titulado “Martita”, con una soprano saliendo al balcón cantando “No lloren por mí, empoderadas”.

Eso sí, dudo del rating, la verdad.

Consejo no pedido para que lo absuelva la historia (natural): si no la ha visto (y en ese caso, no es de mi generación), vea “Amadeus” (1984), de Milos Forman, que pese a todo aguanta un piano (forte) como narración. Y vea “Trece días” (Thirteen days, 2000), película sobre los hechos reales de la Crisis de los Misiles en Cuba, en la que el personaje de Kevin Costner, el que lleva todo el hilo de la trama, nunca existió en la realidad… sino que era “compuesto y representativo”. Sea por Dios. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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