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Los días, los hombres, las ideas/Centenario, ¿Bicentenario?, ¿¿Constitución??

Francisco José Amparán

Creo que no los veíamos juntos desde aquella bizarra tarde del “¡Hoy, hoy, hoy!” Y de eso ya hace más de un lustro. El caso es que, como sorpresa de la temporada, hace unos días nos topamos con la imagen de Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas codo a codo, uno reconociendo a su antiguo rival como puntal del cambio democrático, el otro dándole el espaldarazo al presidente representante de “la derecha”, dado que recibió con bombo y platillos una designación del Ejecutivo, protocolaria pero (ojo) transexenal.

Efectivamente, Cárdenas aceptó hacerse cargo de la organización de los festejos que, en el año 2010, se realizarán para celebrar el Bicentenario de la Independencia (¿?) y el Centenario del inicio de la Revolución Mexicana. En su discurso de aceptación de tan pesado encargo, Cárdenas deslizó la noción de que, para ese año, estaría bueno que México tuviera una Constitución en consonancia con los tiempos y que impulsara la prosperidad de los mexicanos del siglo XXI. Traducción: la de 1917 ya está rancia y no da para más.

Como puede verse, el evento fue mucho más que una oportunidad de fotografía y simple ceremonia apta sólo para el consumo de canapés; y puso sobre la mesa una serie de asuntos que conviene comentar. Y eso vamos a hacer, faltaba más. Después de todo, hay que distraerse de asuntos muchos más profundos, serios y trascendentes, como el Mundial.

En primer lugar, está raro que en 2010 se celebre el Bicentenario de la Independencia de México, dado que:

a) en 1810 no existía un país llamado México; México era una ciudad, bastante más vivible entonces que ahora; y

b) en 1810 Nueva España era tan independiente como en 1710; o sea, que seguía siendo un virreinato de la Corona española.

De hecho, el Bicentenario debería celebrarse en 2021, que fue cuando Iturbide consumó la susodicha independencia. Entonces, ¿por qué hacer la pachanga dentro de cuatro años? Se nos ocurren varias hipótesis:

Hipótesis 1): Sale más barato juntar los dos fandangos el mismo año: piensen en el ahorro por concepto de serpentinas al mayoreo; así que es cuestión de no fijarse y hacer como que la Independencia data de 1810. Al fin que a las masas no se les da mucho eso de las fechas.

Hipótesis 2): Se sigue la tradición de otros países, que celebran sus hitos históricos más señalados datándolos en la fecha de arranque del movimiento. Así, Estados Unidos celebró el Bicentenario de su Independencia en 1976 (aunque las Trece Colonias no se libraron de los repunosos británicos sino hasta 1781); y los franceses desplegaron todas sus galas en 1989 para conmemorar el Bicentenario de la Revolución Francesa, siendo que el 14 de julio de 1789 aún no se habían proclamado los Derechos del Hombre y el Ciudadano, no se había redactado la Constitución, Robespierre era un desconocido abogado de provincia y todavía no era llamado “El Incorruptible” (como Lopejobradó y por sus apodos los conoceréis) y Luis XVI seguía manteniendo su muy hueca cabeza encima de los hombros. Así que, ¿cuál revolución ese día?

Hipótesis 3): Se sigue el ejemplo de don Porfirio, quien celebró con gran pompa y circunstancia las Fiestas del Centenario en 1910. El problema con andar imitando a Díaz está en sus razones: éste armó el guateque ese año porque él quería ser el presidente organizador y el encargado de poner la Primera Piedra de cuanto monumento se erigió con ese pretexto: quizá no confiaba en llegar hasta 1921, cuando el oaxaqueño cumpliría 91 años. Previsor, el viejo. Pero ¿nosotros?

Hipótesis 4): Se festejará el Bicentenario en 2010 porque, si gana el Peje, a esas alturas el país estará urgido de distractores y motivos de celebración. Si es que para entonces existe todavía el país…

Hipótesis 5): Una ventaja de celebrar el Bicentenario en 2010 es que así se evita cualquier incómoda mención de Agustín de Iturbide, y la engorrosa necesidad de explicar por qué quien le dio la independencia a este país no tiene ni estatua ni nombre de calle ni de escuela rural; o por qué terminó fusilado por sus muy agradecidos compatriotas. Después de todo, en la historia oficial priista él es de “los malos”; y Vicente Guerrero, el primer golpista de nuestra historia (quien arrebató el poder por la fuerza porque era el candidato “de los pobres”), es de “los buenos ”… aunque sin Iturbide y el Plan de Iguala muy probablemente hubiera terminado sus días trepado en la sierra comiendo lagartijas. Total, el buen Chente acabó con la recién nacida institucionalidad, bailó el jarabe tapatío sobre la Constitución, liquidó con violencia el primer traspaso de poder presidencial y como premio (sólo en México ocurren estas cosas) un estado lleva su nombre. Ah, y él también terminó fusilado por sus muy agradecidos compatriotas.

Celebrar el Centenario del inicio (ahí sí) de la Revolución Mexicana también tiene sus bemoles. En primer lugar, cada vez resulta más evidente que no hay gran cosa que celebrar. Ese movimiento telúrico nos costó un millón de muertos, nos atrasó tres o cuatro décadas en términos de infraestructura y productividad, y dio como resultado un sistema político autoritario, de partido único, que duró más que el de los bolcheviques, que ya es decir. ¿Qué trajo de beneficio? ¿El ejido? ¡Dios mío!, ¿quién puede seguir diciendo que eso fue benéfico? ¿La educación popular? Eso lo consiguieron mucho antes y mucho mejor, países que no dispararon un tiro… y donde hace rato que no se tiene un nueve por ciento de analfabetismo… vergonzosa herencia de setenta años de gobiernos de la Revolución. Mira tú, qué progresistas.

La verdad, cuando el PRI estaba en el poder se explicaba que se hiciera gran escándalo por un movimiento tan destructivo y que dejó tan pobres resultados: después de todo, esa matazón era el pretexto esgrimido por los priistas en discursos, monumentos y corridos para seguir aferrados al poder. Y el constructo cultural que fabricaron funcionó, lo que sea de cada quién. Digo, todavía hay gente que cree que en México hubo una revolución social hace casi un siglo. El poder de autoengaño del ser humano realmente no tiene límites.

Pero que en el 2010 andemos festejando el cataclismo que en gran medida hizo que perdiéramos el siglo XX (como de la manera más idiota perdimos el XIX), la verdad no tiene nombre. Son ganas de no aprender de nuestros errores… y por lo tanto, ganas de querer repetirlos. Sí, nos encaminamos a perder también el XXI.

La propuesta de una nueva Constitución, soltada por Cárdenas como buscapiés, tiene sus méritos. La Carta Magna de 1917 ha sufrido ya muchas modificaciones, evidentemente fue hecha para un país y un tiempo muy distintos a los actuales, y además los poderes fácticos la obedecen sólo cuando les da la gana, como lo prueban Montiel, el “Gober Precioso” y el mismo Lopejobradó, al que la Ley le hace lo que el viento a Juárez. Así que, ¿por qué no redactar otra, moderna, al día, que integre los avances y transformaciones de las últimas generaciones?

Ejem… eso ya lo hicimos… en 1917. Cuando nació, la de Querétaro era la Ley fundamental más avanzada del mundo, e incorporaba algunos de los planteamientos más vanguardistas de su época. Pues sí, y para maldita la cosa que todo eso nos sirvió.

Por supuesto, el problema es que una cosa son las Leyes, que pueden ser perfectas; y otra, que sean cumplidas por los hombres, que están lejos de ser perfectos. Fue lo que pasó con la Constitución de Querétaro: en vez de ser respetada, fue manipulada al capricho de caudillos primero, de presidentes imperiales después. Y muchas de sus regulaciones han sido letra muerta. Cabe recordar que desde hace apenas diez años que en México existe realmente la separación de poderes. Sólo llevamos dos elecciones presidenciales dignas de ser llamadas libres y decentes. Nuestros rezagos, nuestras premodernidades, ocurrieron durante la vigencia de esa Constitución tan adelantada y que sirvió de marco legal para el atraso económico, institucional, político y hasta futbolístico de un país que tiene todo para ser próspero… todo, excepto la clase política visionaria y responsable, y los cambios institucionales (reformas estructurales, que se llaman) que en dos décadas han sacado adelante a países que antes eran mucho más pobres que nosotros.

¿Tiene sentido convocar en estos tiempos a un Congreso Constituyente? El asunto lo discutimos hace dos años y medio en este espacio (“Una octogenaria muy vejada”, primero de febrero de 2004), por si le quieren echar un vistazo a las sesudas reflexiones de entonces. Que se resumen en lo siguiente: ¿Qué futuro tendría una Constitución elaborada por la actual clase política mexicana, excelente para la discordia y denostar a los contrarios, incapaz de llegar a acuerdos elementales y que por simple sentido común y el bien de los mexicanos deberían haberse llevado a cabo hace años, autista y ciega a lo que ocurre a su alrededor? Si un sinvergüenza como Madrazo tiene el descaro de hablar de “Elección de Estado” (¿Cómo llamar a la que lo llevó a ser gobernador de Tabasco? ¿Elección por el dedo de Dios?), ¿se imaginan la de broncas para llegar a consensos… y qué garantías se tendrían de que lo consensuado se respetaría?

En fin, que de nuevo nos encontramos con muy buenas intenciones… y sin ver los límites y estorbos que impone la terca realidad. Una realidad que los mexicanos tercamente hacemos más difícil.

Consejo no pedido para festejar su Centenario (Reposado): Sobre cómo las revoluciones se comen a sus hijos, vea “Dantón” (1983) con Gérard Depardieu en uno de sus mejores papeles históricos. Y lea “No perdamos también el siglo XXI”, de Carlos Alberto Montaner, un estudio sobre cómo el populismo y la demagogia han hecho pobre a Latinoamérica… y amenazan con seguirla hundiendo. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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