Dice el dicho que no hay mal que por bien no venga. Así que después de todo el merequetengue vivido a lo largo de meses y meses y que culminó la semana pasada, no está de más extraer lecciones que nos sirvan para el futuro, nos clarifiquen qué rayos ocurrió y puedan convertirse en amenas reflexiones para nuestro solaz y esparcimiento. Para aligerar la espera del vencedor entre Italia y Francia, claro.
Primera Lección: ¡Al fin se le hizo a don Porfirio!: Hace 98 años, en la célebre entrevista con James Creelman, Porfirio Díaz proclamó que “México ya está(ba) maduro para la democracia”. Evidencia de su creciente senilidad, no sabía lo que decía: dos años más tarde, el muy maduro país se sumergió en una orgía de sangre que le costó un millón de muertos y emigrados, la destrucción casi total de la infraestructura y el atrasarse dos generaciones en términos de bienestar; todo eso que se da en llamar “Revolución Mexicana”. Pues bien, ahora sí podemos hablar de madurez democrática, al menos de la ciudadanía. El comportamiento del mexicano común y corriente (con excepción de algunos muy corrientes) ha sido ejemplar, empezando por los cientos de miles de desmañanados que se aprontaron en las casillas, vigilaron que las cosas se hicieran como debían y contaron los votos (esos que algunos cavernícolas dicen que hay que contar de nuevo. ¿Por qué rayos? ¿Tan poco respeto se les tiene a los ciudadanos? ¡Qué manera de insultar a la gente a la que se quiere gobernar a toda costa!); y pasando por los cuarenta y un millones que, ignorando el sonido y la furia de la primitiva clase política que padecemos, cumplieron su deber histórico. Nunca está de más repetirlo: el pueblo de México se halla muy por encima de su clase política en términos de responsabilidad y sensatez. Por lo mismo, ahora nos toca obligar a los políticos a actuar en bien del país y no de acuerdo a intereses y consignas partidistas. Que se dejen de berrinches y mentiras y se pongan a trabajar. Al parecer (particularmente los perredistas) son capaces de creerse sus propias sandeces.
Segunda Lección: ¡Salió todo muy bien! ¡Por eso hay mucho que cambiar!: Si ya hemos pasado por dos elecciones generales decentes y perfectamente presentables (tres, si contamos la traumática de 1994), tendríamos que botar los lastres del pasado que siguen contaminando el proceso. Ello tiene que ver con la duración de las campañas, su costo y algunos elementos enojosos que retenemos por simple inercia y apatía.
En ningún otro país del mundo hay campañas que duran seis meses. De hecho, es raro el lugar en que se prolongan más de diez semanas. Aquí esos ejercicios de aturdimiento son eternos por dos razones: primera, que mientras más duran, los partidos tienen más pretextos para gastar dinero a puños, dinero que les entrega el IFE de nuestros impuestos: que al cabo que ellos no trabajan para ganarlo. Y segunda, que esa exagerada duración es herencia del sistema priista y como tantas otras cosas ya no responde a la nueva realidad. En los viejos, malos tiempos, las campañas presidenciales eran una eterna pasarela para el Señor Candidato, que permitían pasearlo a lo largo y ancho del territorio para que sus futuros súbditos lo conocieran y tuvieran el privilegio de aclamarlo a cambio del consabido lonche-pecsi-y-cachucha. Y durante décadas, el periplo se hacía en autobús o en tren. Ahora que un candidato puede estar en cuatro estados distintos el mismo día, ¿qué caso tiene? Lo mismo se puede decir del período entre la elección y la toma de posesión: en Estados Unidos el relevo toma diez semanas. Aquí, cinco meses.
Los costos de las campañas son un insulto para un país con tanta miseria. Insistimos: no se vale que en un México lleno de pobres se realicen las elecciones más caras del planeta (que eso son las mexicanas). Claro que buena parte de la lana se va a los sistemas de salvaguardia que tan bien nos funcionaron en esta ocasión a través del IFE, y ése es dinero bien gastado (dado que el IFE es modelo para el resto del mundo… digan lo que digan los cavernícolas). Pero lo que se les asigna a esos parásitos llamados partidos políticos debe recortarse al máximo: el Partido Demócrata de Estados Unidos gasta entre cuatro y cinco veces menos que cada uno de nuestros partidos mayores. No se vale.
Las mentadas Casillas Especiales fueron una graciosa concesión a la más pura demagogia: ¡que vote quien quiera, aunque ande rodando por esos caminos de Dios y no está en su distrito! Ah, pero eso sí: por acuerdo de todos los partidos, cada Casilla Especial sólo tiene un número limitado de boletas, por aquello de no te entumas y que por ahí se puedan torcer las cosas. ¿Resultado? En cada elección general se arma la pelotera porque esas casillas no se dan abasto, y hay quienes hacen cola durante horas para acabar mentando madres al IFE (que no tiene la culpa) y a los sufridos encargados (menos) y sin votar. ¿Soluciones? O se les asigna a esas casillas un número ilimitado de boletas, lo cuál es una soberana tontería y se presta a muy malas mañas ya purgadas; o ya no se instalan y el que no está en su distrito, que no vote. Después de todo, su número (con el sistema actual) es negligible en el contexto general. No se puede mamar y dar topes. Lo que sí es que el proceso como está hoy no debe continuar.
Tercera lección: Desconfía de (todas) las encuestas… y de la gente a la que le gusta sudar: La capacidad de autoengaño de nuestros políticos no tiene límites. A pesar que las encuestas serias predecían un escenario cerradísimo, al parecer el resultado tomó por sorpresa a los principales interesados (excepto al IFE, que ya había tomado providencias para el famoso anuncio de las once de la noche… lo que le agradecemos profundamente). Cualquier observador objetivo, viendo los números, sabía que la diferencia entre primero y segundo iba a andar por ahí del uno por ciento, para un lado o para el otro. Los diez puntos de ventaja que alegó Lopejobradó quién sabe cuántas veces, bien lo sabíamos, existían sólo en su tropical imaginación. Ahora muchos se desgarran las vestiduras, diciendo que las encuestas se equivocaron al dar por vencedor hace dos semanas a quien resultó perdiendo. Pero no. Me perdonan mucho, pero ninguna encuesta ponía adelante a López por encima del margen de error. Eso es, y por eso se llama así, el empate técnico. Alegar algo diferente es hacerse loco solo. Ya si no entiende tan simple matemática, entonces tome clases en la benemérita y aguantadora Universidad Nacional durante catorce años. Aunque hay gente que ni así…
A propósito: como parte de sus patéticas, irresponsables e histéricas pataletas, Lopejobradó salió con la cantinela de que si había ganado en 16 entidades, 155 distritos y tres de las cinco circunscripciones, ¿cómo no había ganado la Presidencia? Pues porque otro candidato obtuvo 240,000 votos más; por eso. De veras que se le nota el efecto de reprobar tantas materias siendo fósil en la UNAM.
Además, todo argumento se derrumba viendo los resultados de la alianza Por el Bien de Todos en la elección de diputados. En 18 entidades no ganó uno solo. En otras tres, uno en cada una. ¡En veintiún estados, tres diputados! De los 99 diputados de mayoría relativa del PRD-PT-Convergencia, dos terceras partes (65) provienen de sólo cuatro entidades (DF, Edomex, Oaxaca y Guerrero). Para acabar pronto: el PRD es un partido regional, no nacional, con escasa presencia en la mayor parte del país. Una vez más el autismo chilango deformó todo al observar a México (la República , aunque ellos crean que es nada más la ciudad) a través de sus centralistas filtros. Sí, en la capital el Peje era arrollador. Pero en el resto del país (especialmente en el norte) la realidad era muy, pero muy distinta. Pero síganse viendo el ombligo en horario estelar…
Claro que hubo sesudos observadores que dijeron que Lopejobradó también iba a aplanar aquí. ¿Por qué? Porque llenaba plazas y vados del Río Nazas. ¿Y eso qué? Ya va siendo hora que se entienda que llenar lugares abiertos con gente asoleada no se traduce en llenar urnas con votos (lección que debieran haber aprendido desde el ‘94 con Cárdenas). Según las cuentas alegres del PRD, en el cierre de campaña del vado hubo ochenta mil personas… y menos que ésas votaron por López en La Laguna a la hora de la hora. ¿Conclusión? La gente fue a oír música norteña, no discursos con pésima sintaxis. Nunca confíes en la solidez ideológica de quien está dispuesto a tatemarse varias horas con tal de escuchar de gorra a la Onda Grupera. O lo que sea que toquen en esos eventos.
Cuarta lección: Las malas compañías salen caras. La verdad, uno no entiende qué les pasa por la cabeza a los partidos principales cuando buscan alianzas con los morralla. El PRI va a tener que entregar curules y posiciones (que ciertamente no le sobran) al PVEM, a cambio de ¿qué? ¿Qué le aportó al tricolor ese negocio familiar de los González? ¿Quién votó por el PRI impulsado por su fervor ecológico? Lo mismo se puede decir de la alianza del PRD con esas entelequias que son el PT y Convergencia. ¿Qué sacan al unirse con ellos? El PRD no tendrá oportunidad de encabezar ninguna comisión en la Cámara por la merma en sus números oficiales debida a las posiciones entregadas a sus ¿valiosos? aliados. Moraleja: ya dejen morir a los que no tienen fuerza propia. Y bienvenida la Alternativa Socialdemócrata. ¡Al fin una izquierda medianamente moderna!
Quinta lección: Escuchado en la Sala San Gilberto de Funerales Serna: “Ahora sí, ¡hay que renovarse!”: Al PRI no le queda otro camino que la refundación. El viejo PRI se convirtió en RIP (como en los cómics de Rius) hace una semana. Claro, ello era esperable por haber lanzado un candidato impresentable, que espantó hasta a los muertos que antaño votaban por el tricolor (los candidatos priistas a diputado obtuvieron, en promedio, seis por ciento más votos que Madrazo). Pero Madrazo es un síntoma, no la enfermedad. El PRI se negó a reformarse, a cambiar por completo y ahí están las consecuencias: un auténtico desastre, que es no sólo cuantitativo, sino también cualitativo. ¿Saben quién será senador priista plurinominal (otra idiotez, insulto a la idea misma del federalismo, que urge cambiar) en la próxima Legislatura? ¡Romero Deschamps, el gángster sindical petrolero! ¿Cómo quiere el PRI que alguien lo tome en serio seleccionando a la peor escoria para representarlo?
El PRI debe arrojar sus lastres, cambiar de nombre, logo, colores y hasta talla de los calzones. Si con ello pierde la mitad de sus cuadros, el corporativismo paralizante y los “líderes históricos” (más bien prehistóricos), mucho mejor. El PRI sigue siendo necesario para México. Pero no el que fue aplastado en las urnas hace una semana; no el representado por Madrazo y sus viejas mañas. Debe haber un nuevo PRI, que funcione como partido moderno de centro. Y que para ello tiene que despojarse de sus rémoras históricas y renacer con una nueva identidad. Si no lo quieren entender, después de la paliza de hace una semana, que con su pan se lo coman… y se vayan despidiendo, haciendo bye-bye, camino ahora-sí-que al basurero de la historia.
Consejo no pedido para que no le abran el paquete sin razón: Lea “Asedio preventivo”, de Heinrich Böll, sobre las tensiones políticas e íntimas en una época particularmente difícil de la Alemania del Siglo XX. Provecho.
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