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Los días, los hombres, las ideas| De yate Onappafa a monumento histórico

Francisco José Amparán

Mucho me temo que bastante de lo que la gente sabe de historia (patria, matria y mundial) tiene que ver con ciertos objetos icónicos, ciertos momentos míticos, que por su mera apariencia y/o proyección se le quedan grabados al culto público y sirven como símbolos simples y llegadores de fenómenos complejos y tumultuosos. Si además hay un régimen cuya legitimidad teórica radica en un evento reconocible por el símbolo, pues con más razón éste será elevado a la categoría de reliquia o tótem.

Quienes llegaron más lejos en ese sentido fueron los soviéticos, que no contentos con poner fotos de Lenin hasta en los pañales desechables, tenían al mismísimo mongol de cuerpo presente en su sobrio mausoleo de la Plaza Roja. Los chinos intentaron algo así con Mao, pero a los encargados de preservarlo se les pasó la mano con el formol, y el Gran Timonel se infló como Jabba the Hutt. Aunque después un equipo soviético (¡qué vergüenza!) les echó la mano, el daño ya estaba hecho. De manera tal que Lenin se halla mucho más presentable, aunque tiene sus buenos ochenta años de muerto. Claro que con lo demeritada que está la revolución que encabezó y simboliza, ya no hay tanta gente haciendo cola para verlo. Pero ahí sigue, igualito; eso que ni qué.

Otro ícono de la Revolución Bolchevique lo constituye el crucero ?Aurora?, que como es sabido tiró el cañonazo que en la noche del siete de Noviembre de 1917 diera la voz (bueno, el tronido) de arranque para que los rojos se precipitaran al Palacio de Invierno a poner de patitas en la calle al Gobierno de Kerensky; lo que se conoce como la Revolución de Octubre? sí, Rusia estaba atrasada hasta en el calendario.

Actualmente el ?Aurora? funciona como museo flotante, anclado en el río Neva en San Petesburgo? y eso que los alemanes lo hundieron en 1941, durante el feroz sitio de la mártir ciudad entonces llamada Leningrado.

Ello viene a cuento porque hay otro barco (mucho más chico, pero para nosotros los hijos del desierto todo lo que flota es barco) que también funciona como símbolo para una revolución, y el día de ayer cumplió cincuenta años de haber hecho su entrada triunfal a la historia. Hace medio siglo Fidel Castro y sus barbudos descendieron del yate ?Granma? en el oriente de Cuba para iniciar lo que pasaría a llamarse la Revolución Cubana.

Aunque, según Fidel, en realidad se estaba reiniciando un movimiento que había quedado interrumpido debido al fracasado asalto al Cuartel Moncada del 26 de julio de 1953, cuando había encabezado un golpe de mano mal planeado y peor ejecutado en que casi pierde la vida. A resultas de ese fiasco, en que murieron o fueron capturados la mayoría de sus compañeros, Fidel terminó en prisión. De ahí saldría en 1955 al exilio en México, donde ni tardo ni perezoso se puso a organizar una nueva fuerza que se comprometiera a derrocar al tirano Batista. No, si terco siempre ha sido.

En México Fidel conoció al ?Che? Guevara, quien había salido huyendo de Guatemala cuando empezaron las purgas anticomunistas, luego del derrocamiento de Jacobo Arbenz por parte de la CIA. El carisma de Castro y la intensidad justiciera del Che hicieron clic, y de ahí en delante sus vidas y leyendas iban a quedar inevitablemente ligadas? hasta que el argentino fue cazado y asesinado en Bolivia en 1967, ganándose un sitio de privilegio en el imaginario icónico del siglo XX: hay hasta camisetas de ?Chepillín?, con la efigie del Payasito de la Tele con boina y mirada al futuro. El Che se volvería a morir al ver cómo se ha explotado capitalistamente su imagen de todas las maneras posibles.

El que tanto extranjero anduviera grillando para derrocar a un régimen reconocido por el Gobierno mexicano (odiado, pero reconocido) no podía pasarle inadvertido a los servicios de Inteligencia nacional, que en aquel entonces sí funcionaban. De hecho, por andar de revoltosos y (sobre todo) descarados, Fidel y algunos de sus seguidores también conocieron la comodidad de las cárceles mexicanas, aunque sin tratamiento eléctrico ni probar las delicias de Tehuacán. El incidente puso a Castro en contacto con algunos agentes mexicanos; entre ellos un jovenazo que empezaba a hacer sus pininos en las entrañas más negras del régimen priista: Fernando Gutiérrez Barrios.

Y aquí es donde la cosa se pone interesante: no mucho después de salir de prisión, Castro adquiere el yate ?Granma? (en inglés ?Abuela?, lo que demuestra su desesperación o escasez de fondos. ¿Usted compraría un auto llamado ?Matusalén??), de 13 metros de eslora y 13 años de antigüedad: una especie de barco Onappafa de tercera mano. En él, 82 osados expedicionarios viajarían vomitándose unos a otros hasta Cuba, en donde serían recibidos por los esbirros de Batista el dos de diciembre de 1956. De nuevo, todo un desastre: sólo doce de los rebeldes lograron alcanzar Sierra Maestra. Como cierto señor con botas, Castro parecía destinado a organizar puras catástrofes.

Sin embargo, bien lo sabemos, la historia fue muy distinta pese a tan nefastos augurios: a partir de esa semilla, las fuerzas opuestas a Batista fueron creciendo (no necesariamente en torno a Fidel) hasta que el tirano huyó a Miami en la Nochevieja de 1958, dejando colgados de la brocha a mafiosos, turistas y sicarios. Fidel tomó el poder y no lo ha soltado desde entonces. Como reconocimiento a su contribución a la epopeya, el yate ?Granma? puede ser admirado hoy en día en el Museo de la Revolución en La Habana. Sí, otra vez: se conserva en pedestal (seco en este caso) un barco simbólico del inicio de una revolución.

Según los registros, el ?Granma? fue comprado por un mexicano llamado Antonio del Conde, mejor conocido entre la raza como ?El Cuate?, por la cantidad de cincuenta mil pesos, o sea cuatro mil dólares de entonces? con lo que se podía vivir holgadamente un par de años. Pagar eso por una bañera grandota quizá parezca mucho. La verdad, no sé. Aquí la cuestión es de dónde salieron esos cincuenta mil pesos. Por muy chafa que fuera el navío, no es una compra muy rutinaria que digamos. El detalle nunca ha sido aclarado a satisfacción: si fue un donativo, si los cubanos tranzaron a alguien, si organizaron innumerables pollocoas al grito de ?Socialismo o pollos Casa Iñigo?? la verdad, la duda siempre ha estado presente. Y ahora que el ?Granma? cumple sus bodas de oro casado con la historia mítica de Latinoamérica, ahí les va una teoría:

Quizá el Gobierno de Adolfo Ruiz Cortines le echó una manita a Castro, muy por debajo del agua. Ello explicaría el pago al chas-chas por el yate, y algo más significativo: la buena relación que Castro mantuvo con Gutiérrez Barrios hasta la muerte de este último, hace seis años.

La izquierda neandertal mexicana que le quema sahumerios a Fidel suele olvidar que en 1988 éste vino a la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari. Justo cuando más se requería la solidaridad de la Revolución Cubana con la izquierda mexicana, Castro llegó muy mono a darle el espaldarazo a un presidente que (ése sí) tenía graves problemas de legitimidad. Ah, pero ¿saben quién era el secretario de Gobernación de Salinas? Sí, Fernando Gutiérrez Barrios. ¿Cómo la ven desde ahí?

Lo que no entiendo es cómo muchos que vieron atónitos semejante traición, luego le dieron las llaves de la Ciudad de México al barbón. Bueno, la congruencia nunca parece haber sido el fuerte de esa gente. Ni de nadie de la clase política mexicana, en realidad, la cual resulta cada vez más repugnante. Miren que pagarle de nuestros impuestos $150,000 pesos al mes a un grupo de bufones para que hagan piyamada en San Lázaro?

Consejo no pedido para mojar el gaznate con mojitos: vea ?Habana? (Havana, 1990) de Sydney Pollack, con Robert Redford y Lena Olin, una especie de versión tropical de ?Casablanca?, sobre los últimos días de la tiranía batistiana, y cómo poca gente se tomaba en serio a la Revolución. Piénsenlo de nuevo, bobos, mientras Castro se acerca al medio siglo de su propia tiranía. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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