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Los días, los hombres, las ideas.../Fulano se dobla, pero no se subtitula...

Francisco José Amparán

Pintaba para ser una tarde de domingo happy-happy de familia-muy-unida, algo que resulta cada vez más complicado a medida que nuestra hija Constanza se va adentrando en el enigmático y esquizoide mundo de la adolescencia. Pero ya habíamos quedado de ir a ver “Piratas del Caribe: el cofre del muerto” desde tiempo atrás, así que la chiquilla no hizo compromiso para ese día y se resignó a acompañar a sus momificados padres. Más aún, dado que su madre no es muy afín a los filmes de aventuras, tuve que obligar a mi sufrida cónyuge, un día antes y apuntándole con una cuerno de chivo (las simples pistolitas ya no asustan a nadie) a que viera en DVD “Piratas del Caribe: la leyenda del Perla Negra ”, la primera emisión de lo que promete ser una trilogía genial. De esa manera, rodeada de extraños en la sala de cine, no tendría que estar dando lata preguntando la relación entre Elizabeth y Will; o si Jack Sparrow es gay; y si no, ¿por qué corre así y lleva tanto maquillaje? (Pregunta obligada, creo).

El caso es que llegamos al complejo cinematográfico (ya no hay cines huérfanos) y un segundo antes de adquirir los boletos, la sabia Constanza (que va mucho más a esos lugares que un servidor, y ya se ha llevado sus escaldadas) me hizo preguntar si la película estaba doblada o subtitulada. Resultó que estaba doblada, lo que me produjo un ataque de incredulidad. Unánimemente decidimos arrancarnos a otro complejo en donde sí estaba la película en el idioma original (algo parecido al inglés) con subtítulos en español… que era como queríamos verla. Batallamos algo, llegamos rayando, pero nos salimos con la nuestra.

Y es que, ¿cómo rayos puede alguien doblar a Johnny Depp en su personificación de Jack Sparrow, con sus entonaciones y afectaciones (una de las delicias del filme) con un mínimo de eficiencia? ¿Es posible duplicar los matices del pirata tuerto Ragetti, que son especialmente importantes en la segunda película? Además de que, mucho me temo, montones de expresiones idiomáticas, chistes, juegos de palabra y modismos quedan noqueados en la lona a la hora de traducirlas en el doblaje. También con los subtítulos, de acuerdo; pero ahí los angloescuchantes (dejen ustedes lo de angloparlantes) nos defendemos y tenemos derecho de impugnación. ¡Palabra por palabra! ¡Frase por frase! ¡O bloqueamos la dulcería del cine (máxima expresión de la burguesía palomera), pidiéndole perdón de antemano a quienes atropellamos con nuestra estupidez!

El debate es bastante añejo. ¿Doblaje o subtitulación? Sin embargo, algo me dice que las líneas del frente anteriormente estaban muy bien delimitadas: el doblaje era para la televisión, los subtítulos para el cine. Tal vez ello se debía a que la TV está destinada a un público más amplio y menos discriminador, y que gracias a 70 años de gobiernos priistas alcanza en promedio un nivel educativo de primero de secundaria. Pero de un tiempo a esta parte el doblaje también campea por sus fueros en la pantalla de plata. Algo tiene que ver la reglamentación de la industria. Pero también, creo, que el culto público se ha vuelto paulatinamente más perezoso para leer, desde las etiquetas de las latas hasta las promesas electorales. Quizá todo ello se deba a lo farragoso de los discursos políticos o a la prevalencia de lo icónico sobre lo escrito. Tal vez algo tenga que ver (como en casi todo lo que no funciona en este país) el nefasto sindicalismo cavernario que continúa operando en el organismo nacional como parásito enquistado, en pleno siglo XXI. No lo sé. Lo más probable es que el asunto sea multifactorial. Lo que sí es que el doblaje va ganando la batalla.

Lo cual es lamentable. Y es que, desde mi (nada) humilde perspectiva, la subtitulación debería ser, por lo menos en el cine, la única opción en lo referente a las cintas extranjeras.

(En general: creo que algunas películas españolas también deberían subtitularse. Y no sería novedad: hace tres décadas tuvieron que hacer eso en Nueva York con la película británica “All creatures great and small” (1975), cuyos actores hablaban con un acento de Yorkshire más espeso que discurso de Fidel Castro… cuando el barbón todavía hablaba. Y es que la raza neoyorkina nada más no capizcaba niente… confirmando lo que decía Churchill: británicos y gringos son dos pueblos separados por el mismo idioma).

Y para que vean que mi opinión no es simple berrinche delirante, como tantos que hemos estado viendo últimamente, procederé a darles mis razones (sólo tres de muchas más) para defender la subtitulación fílmica:

Argumento uno: la voz es la herramienta fundamental del actor. Algo así dice el personaje de Richard Dreyffus en “La chica del adiós” (The goodbye girl, 1977), en relación a la exigencia de un director teatral para que interprete el rol titular de “Ricardo III” como si éste fuera mariquita. Y si se priva a un actor de ésa su herramienta, sustituyéndola por otra (por buena y bien intencionada que sea) se está desfalcando a la obra y al espectador. Y es que hay actores que crean el personaje a partir de cómo y cuándo dicen sus parlamentos. ¿Es posible doblar a Humphrey Bogart (pónganme de ejemplo el papel que les dé la gana) sin traicionar la entonación nasal del buen Boggie? ¿Puede alguien decir que no se pierde nada al doblar a Marlon Brando en “El Padrino”? Y aunque no entendamos francés o italiano o sueco, ¿quién prefiere oír en castellano a Brigitte Bardot en “Y Dios creó a la mujer”, a Mastroiani en “La Dolce Vita”, a Max Von Sydow en “El Séptimo Sello” o a Liv Ullman en “Gritos y susurros”?

Por supuesto que los dobladores de series de televisión, en especial si son competentes, pueden darle carácter y personalidad a un personaje. Pero oírlos en el cine resulta tan deprimente como ver el History Channel, que cuenta con exactamente tres voces para doblar unos doscientos programas.

Argumento dos: El doblaje es y siempre ha sido una forma de censura: El que dobla decide qué es lo que dobla; y el espectador sólo escucha lo que el encargado del doblaje (el Estado, la televisora) quiere que escuche. Ése era uno de los recursos favoritos de la dictadura franquista, que no permitía la proyección de películas extranjeras en España si no tenían un doblaje oficial en buen castizo y purificadas por las buenas conciencias del régimen. Hubo películas ni remotamente subversivas en que se inventaron diálogos enteros (como si fueran clones de aquélla de karatecas de Woody Allen, “What’s up, Tiger Lily”, 1966), que no tenían nada que ver ni con la acción ni con lo que habían dicho en realidad los personajes. Claro que en México no ocurre algo así. Pero nos consta que, en aras de la economía de palabras, en el doblaje se dejan fuera ideas enteras… que uno puede captar en las subtituladas incluso sin saber el idioma, por la simple entonación.

Argumento tres: Mamá, mamá ¿por qué Tarzán está hablando como Homero Simpson? Dado que no abundan los buenos dobladores, resulta que uno termina escuchando las mismas voces en personajes y situaciones completamente disímiles. Y dado el ambiente de crispación, división y confrontación nacionales (La verdad, la verdad: fuera del Paseo de la Reforma y de las disquisiciones de los sesudos analistas chilangos, que ni se las olieron qué iba a pasar en todo el país el dos de julio, ¿alguien percibe eso?) a uno se le cruzan los cables. Y termina preguntándose desde cuándo y por qué los geniales personajes de Pixar son tan sangrones e intragables como Eugenio Derbez. Quod erat demonstrandum.

Consejo no pedido para que sonar como James Earl Jones (Darth Vader)… o como David Reynoso, de perdido: vea las películas sugeridas; o mejor aún, no las vea. Cierre los ojos y perciba cómo la actuación es, en gran medida, el arte de saber abrir la boca… como en política, el arte está en saber cerrarla. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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