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Los días, los hombres, las ideas/Mucho ayuda el que no estorba...

Francisco José Amparán

La celebridacionitis es una de las peores plagas de la post modernidad… especialmente en un país que todavía no ha alcanzado siquiera la modernidad, como lo prueba nuestro Poder Legislativo Federal, la liguilla del futbol (o como se llame eso que se juega en México) y la futura solemne proclamación del Presidente Loquito de la Soberana República Patito del Zócalo. En todo caso, el cubrir páginas y páginas, minutos y minutos de transmisión para seguirle la huella a las celebridades, es uno de los ejercicios más insulsos de este siglo XXI. Gastar neuronas preguntándose por qué maneja ebria Paris Hilton; qué motiva a Tom Cruise a saltar sobre sillones en red nacional (bueno, anda con una niña, así que algo ha de tener de infantil); o cómo pudo Brad Pitt cambiar a Jennifer Anniston por la primera mutación registrada de una mujer que se transformó en puros labios, es una auténtica pérdida de tiempo. Y sin embargo…

La única ventaja o rasgo positivo que tiene (o puede llegar a tener) la celebridacionitis es cuando alguien famoso coloca el dedo en la llaga de un asunto serio al que no se le da suficiente importancia ni en los medios ni en ese entorno amorfo y nebuloso que se da en llamar opinión pública. Como el protagonista es célebre, entonces mucha gente se pone a hablar y reflexionar sobre un asunto al que hasta entonces no le habían dedicado mucho tiempo ni sinapsis que digamos.

Algo así ocurrió cuando la cantante, actriz y escándalo-andante-ad-vitam (¡y en qué piernas anda, todavía y a estas alturas!) Madonna se desplazó hasta uno de los países más pobres del planeta, Malawi. Allí recorrió varios orfanatos. En uno de ellos, decidió adoptar a un bebé de un año de edad, dejado ahí por su padre cuando el resto de la familia murió de Sida. Lo cual no es nada raro: Malawi no es sólo paupérrimo; no sólo tuvo sus primeras elecciones decentes hace apenas doce años (bueno… igual que nosotros); sino que ostenta uno de los índices de infección de VIH más altos en una zona de África donde es común que uno de cada seis adultos esté infectado. Sí, una catástrofe en ciernes a la que se le pone poca atención. Si les digo…

El problema fue que los tabloides se le echaron encima a la Chica Material, acusándola de usar al pequeño como uno más de sus trucos publicitarios, en vista que andarse crucificando en sus conciertos no había resultado suficientemente escandaloso en esta época diabólica en que vivimos. Para terminar de fruncir lo arrugado, los chicos de la prensa se lanzaron sobre el padre biológico del niño, un pobre analfabeto que, ante semejantes presiones, declaró ignorar que la adopción implicaba no volver a ver su hijo: más munición para las escopetas de quienes nunca han querido a la camaleónica celebridad rubia que lleva más de veinte años dando la función.

Pero Madonna no se quedó de brazos cruzados. Rápidamente contraatacó y de la manera más pública que es posible en Estados Unidos: en el programa de Oprah Winfrey, la más famosa anfitriona de talk-shows de aquellos lares. En un enlace vía satélite (Madonna vive en Londres), hizo una apasionada defensa del proceso y lo que representa; acusó a sus detractores de criticar que esté dispuesta a darle una mejor vida a un ser humano; detalló la existencia que le hubiera esperado al pequeño de haber seguido en Malawi; y disculpó al padre biológico, entendiendo por lo que estaba pasando, acosado por los medios.

De pura chiripa, mientras le daba vuelo a una de las pocas libertades de que aún gozamos los machitos metrosexuales del Bolsón de Mapimí (picarle al control de la tele como si en ello nos fuera la vida), me tocó ver la intervención de Madonna. Le hablé a mi mujer para que la observara y me diera su opinión. Y sí, estuvo de acuerdo conmigo: la multimillonaria estrella se oía y veía sincera en su defensa de la adopción del chiquillo. Mi mujer le creyó a Madonna, lo que no deja de tener su mérito: a mí ya hace rato que no me cree nada.

En todo caso, las acciones de Madonna nos recordaron varias cosas: primero, la gran cantidad de niños que esperan ser adoptados en todas partes del mundo; y segundo, lo calamitoso que suele resultar el intentar hacer uno de los más grandes regalos de que es capaz la mezquina, rapaz, egoísta humanidad: el darle una familia a quien no la tiene.

Sí, parece increíble, pero el tratar de adoptar a un niño puede convertirse en un auténtico calvario. Y dejen ustedes en Malawi y siendo celebridad: vean lo que pasa en Torreón y a personas bien intencionadas, decentes y dispuestas a aceptar como su hijo a quien el destino, Dios, o quien quieran, gusten o manden, no se los había encomendado.

Según una de esas personas (de honestidad y trayectoria intachables, a quien conozco desde hace casi 30 años), el proceso de adoptar un niño en Coahuila resulta una ordalía que habría hecho aventar el arpa al paciente Job. Empezando porque, como suele ocurrir, la burocracia a cargo del asunto suele estar constituida no por quienes sean los más aptos, sino por aquellos que recibieron premios de consolación de quinta categoría a la hora de repartir puestos en el Gobierno. Imagínenselo nada más: “Fulgencio Boturini nos ayudó mucho repartiendo calcomanías en los semáforos durante la campaña; ¿qué le damos?” “¿Qué queda?” “Pues esto de lo familiar y las adopciones y esas cosas”. “Pues ahí ponlo”. ¡Y con sueldo de cuico! ¿Ya visualizaron la escena? ¿Ya se imaginan lo que puede pasar teniendo a Fulgencio Boturini a cargo de la responsabilidad de darle un futuro, una esperanza, a un niño cuyo tiempo está corriendo y que de no ocurrir algo pronto, muy probablemente está condenado (y eso lo dicen las estadísticas) a terminar siendo carne de presidio o algo peor?

Por no decir nada de una legislación obsoleta que hace las cosas lo más tardadas que sea posible… en un ámbito en donde una demora de meses puede determinar que una pareja se decida por un niño o por otro. Resulta que una pareja que decide adoptar (se supone que) es investigada quién sabe cuántas veces, en quién sabe cuántos ámbitos (ser americanista la descalifica… quizá con razón) y con una minuciosidad que se debería emplear en Montiel, Ruiz, Padierna y alimañas de esa calaña, a las que si acaso se les pregunta la hora. ¡Como si no fuera posible saber si una familia es decente en tres o cuatro semanas! ¡Como si en este pueblo casi-todo-el-mundo no le supiera vida, milagros y mañas a casi-todo-el-mundo! Digo, yo le puedo decir, a quien quiera y en cuestión de minutos, en quién confiar y a quién huirle como de la peste de entre quienes pertenecen a mi camada. ¡Si no los conoceré!

Todo hay que decirlo: mi fuente dice que la actual Legislatura estatal parece estar moviendo el asunto para adecuar las leyes a las circunstancias actuales, agilizar los procedimientos y lograr que haya más de una adopción por año (sí, leyó usted bien) en esta ciudad, en donde docenas de niños están esperando que docenas de parejas que lo desean, los integren a su familia, les den amor, cariño, protección y la autoestima que nuestros gobernantes y los delanteros de la Selección hacen todo lo posible por destruir. Pero el tiempo corre y un huérfano que pasa de los cinco a los seis años de edad ve disminuir de manera logarítmica sus oportunidades de ser adoptado. Y no le pidan a Fulgencio Boturini que entienda lo de “logarítmica”.

El Congreso de Coahuila está generando una Legislación de avanzada en lo relativo a las parejas homosexuales y otras cuestiones por el estilo. Lo cual me parece muy bien. Pero ¿no sería mejor adelantar las cosas para seres más desvalidos, más necesitados de protección, más enfrentados con el destino y las adversidades? Si lo hacen, nuestros diputados habrán hecho algo que genera menos atención nacional… pero más felicidad. Y creo que para eso estamos en este cochino mundo: para crear felicidad a nuestro derredor… como la quieren crear los que pasan por el calvario innecesario, injusto, que se les impone a los que desean adoptar.

Consejo no pedido para recitar bien “Mamá, soy Paquito/ ya no haré travesuras”: vea “Kolya” (1996), tiernísimo filme checo sobre cómo a un calavera empedernido lo hace padre (en todos los sentidos) un niño que le cae del cielo. Provecho.

PD: A propósito de futbol-de-a-de-veras: murió Ferenc Puskas. Los ganapanes millonarios de hoy deberían aprender de él lo que es ser una verdadera estrella.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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