Esa señora tan guasona que se llama Historia suele tener un sentido muy negro del humor; pero no acostumbra tener altas calificaciones en lo que al de la ironía se refiere. Sin embargo, en estos días celebramos el quince aniversario de una de las más grandes ironías del Siglo XX: en la misma semana se desintegraba el país más grande del mundo; y se creaba la simiente de unos futuros (muuuuy futuros) Estados Unidos de Europa. Mientras las fuerzas centrífugas que Gorbachev desbarataban el Estado creado por Lenin tres cuartos de siglo antes; las fuerzas centrípetas (o de cohesión) puestas en marcha en 1957 para evitar una nueva guerra en el Viejo Continente llegaban a una concreción inesperada: una Europa más unida que nunca antes.
Efectivamente, en la misma semana de diciembre de 1991 se firmaba el Pacto de Minsk, que en la práctica desmantelaba a la Unión Soviética; y el Tratado de Maastricht, algo así como el diploma de graduación que convertía a la Comunidad Económica Europea en la Unión Europea. En dos escenarios pintorescos y campestres (una casa de campo en las afueras de la capital de Bielorrusia, un pueblito holandés de ésos de rompecabezas de 600 piezas), y casi al mismo tiempo, se resumía y concluía buena parte de las luchas e ideales del siglo que estaba por concluir. Hay una cierta simetría en todo ello? otra cualidad de la que la Historia no suele hacer gala.
Y claro, los que fuimos testigos conscientes del suceso (los inconscientes suelen abundar) nos quedamos boquiabiertos y patidifusos. No por los sucesos mismos; sino, sobre todo, por la relativa tersura con que la Utopía soviética se había ido por el drenaje. De lo otro, ni cuenta. Quienes vivieron aquellos azarosos días recordarán que al nacimiento de la UE se le puso muy poca atención: todas las miradas estaban puestas en el Kremlin, en cómo era arriada por última vez la bandera roja de la hoz y el martillo.
Y con razón. Para los nacidos en plena Guerra Fría, era algo que jamás creímos que íbamos a ver. Y ahora sucedía; y no sólo eso: ocurría sin masas con antorchas agolpándose a las puertas del Palacio (de Invierno, de Hierro o del suegro de Shreck), sin apoteosis sanguinarias, sin un Crepúsculo de los Dioses que, según nos han acostumbrado a creer, debe acompañar al fracaso estrepitoso de una ideología. En ese sentido, Hitler tuvo más conciencia de la escenografía.
La URSS se fue por el caño porque el sistema creado por Lenin y Stalin no supo o no quiso o no pudo adaptar la ideología a la realidad. No se reformó a tiempo y cuando quiso hacerlo, ya era demasiado tarde. El mundo cambió y el liderazgo soviético nunca alteró el rumbo. Si el régimen chino dizque comunista (en lo político, no en lo económico) sigue vivito y coleando, es porque supo ver a tiempo que había que soltar lastres ideológicos y abrazar la economía de mercado, las inversiones de donde vinieran y la motivación empresarial; y ahí están los resultados. En contraste, los soviéticos se aferraron a sus dogmas, que se los comieron vivos.
Las luces de alarma eran obvias para quien quisiera verlas. Ya para los años setenta resultaba evidente que la economía centralmente planificada de la URSS (sin dueños, incentivos ni competencia), era ineficiente e improductiva hasta la pared de enfrente; que el sistema político estaba esclerótico y fosilizado, incapaz de hacer otra cosa que reciclar el mismo discurso cada vez más alejado de la realidad; y que la sociedad soviética aspiraba a algo más que la igualdad y la solidaridad: quería poder comprar papel higiénico sin tener que hacer cola durante tres horas. Y eso, suponiendo que hubiera tan vital producto. Efectivamente: una de las dos superpotencias nucleares era incapaz de satisfacer la necesidad de sus ciudadanos de limpiarse? bueno, ya me entienden.
Cuando Mikhail Gorbachev, entonces un pimpollo de 54 años, llegó al poder a principios de 1985, no sabía en lo que se estaba metiendo. Cuando revisó las cifras, las estadísticas y hasta las anécdotas, se quiso morir (no, la mancha ya la tenía desde antes). La realidad era apabullante: la URSS era ineficiente en todo, excepto en lo deportivo (que no da mucho de comer) y en lo militar (que es el gasto improductivo por excelencia). Los niveles de vida del pueblo soviético estaban paralizados desde hacía tres lustros y eran bajísimos en comparación con Europa Occidental y EUA. Mientras tanto, la Unión Soviética subvencionaba generosamente a países satélites como Romania y Cuba, auténticos parásitos, sin sacar ningún provecho. Una de cada cinco toneladas de alimentos se pudría en trenes, silos y almacenes por la ineficiencia burocrática. Para Gorbachev la situación era clarísima: la URSS era un país del Tercer Mundo con ejército y programa espacial del Primero. Había que hacer algo urgentemente.
Así que a un año de tomar las riendas de la URSS, en la primavera de 1986, Gorby anunció un programa de reformas a la economía que llamó Perestroika (reestructuración). Gorbachev sabía que esas reformas crearían muchas tensiones, desajustes y resistencias. Por lo tanto, era necesario soltar vapor, desinflar las presiones y generar apoyo para las dolorosas adecuaciones que urgían. Por eso la Perestroika fue acompañada de otro programa de reformas, éste en el campo de lo social: el Glastnost (apertura). Según este segundo cuerpo de cambios, por primera vez en la historia soviética la población iba a poder expresarse, opinar, criticar, sugerir, denostar, a lo que ocurriera en el ámbito público. Y dejen ustedes en la historia soviética: en la del pueblo ruso. Desde tiempos de Iván el Terrible (fundador del Estado ruso, nunca hay que olvidarlo), pasando por los de Stalin (arquitecto del Estado soviético? y pa? lidercitos que se carga esa gente), los habitantes de esos lares están muy acostumbrados a callar y obedecer, so pena de terminar ejecutados o con breves y gratuitas vacaciones a Siberia. Así que cuando Gorbachev anunció el Glastnost, no abundaron quienes se la creyeran.
Pero al rato se demostró que la cosa iba en serio: alguien se quejó que el administrador de su fábrica siempre llegaba crudo, y no hubo represalias. Otro osó llamar al radio para decir que la farola de su cuadra tenía 18 años fundida, y no lo refundieron en el GULAG. Cuando la gente se dio cuenta de que, por vez primera en 450 años podía quejarse y criticar sin temor al macanazo, aquello se volvió un despapaye: hagan de cuenta que toda la URSS era un programa de Actualidades GREM. Ése fue el principio del fin.
Y lo fue por dos razones: primero, el sistema soviético, como buen sistema autoritario (y como el priista: ahorita vemos polvos de aquellos lodos), no estaba diseñado ni acostumbrado a la discusión y la crítica, a la apertura y la confrontación. Estaba concebido para ser monolítico y monopartidista.
Y ¡ándale!, a la hora de soltar los demonios del pluralismo, la estructura toda se empezó a desmoronar. Al rato la gente exigía sindicatos libres, nuevos partidos políticos, elecciones plurales y abiertas? Cuando a un pueblo largo tiempo reprimido se le da ?chanza? de gritar, no debe extrañarnos que vocifere lo que no se quiere oír.
La otra razón era uno de los secretos mejor guardados de la URSS (bueno, no era secreto, pero nadie lo tomaba en cuenta): que en su seno había más de 300 grupos etnolingüísticos. Y algunas de esas nacionalidades usaron la voz recién adquirida para exigir cada vez más concesiones, romper cada vez más ligas con Moscú. Las Repúblicas Bálticas (Lituania, Letonia y Estonia), anexionadas por Stalin en 1940, no se anduvieron con chiquitas: querían la independencia. Nunca habían deseado formar parte de la URSS, en primer lugar. Si ahora les permitían expresar su opinión, su muy humilde criterio era que el Estado soviético se podía ir mucho a la Kamchatka. Y así empezó la pelotera.
Cuyo análisis llevaremos hasta el próximo domingo, dado que se nos ha acabado el espacio y después nos regañan, bah. Luego le seguimos.
Consejo no pedido para que su cónyuge no le haga Perestroika con el aguinaldo: lea ?Los hijos del Arbat?, de Anatolii Naumovich Rybakov, uno de los primeros frutos interesantes del Glastnost. Provecho.
Correo:
anakin.amparan@yahoo.com.mx