Como villano escogí a Ellsworth Toohey, el Némesis de Howard Roark en la novela ?El Manantial?, de Ayn Rand, texto que constituye una de las más sublimes defensas del individualismo y la creatividad, en contraste con la mediocridad y la uniformidad de los sistemas corporativistas autoritarios burocráticos, fascistas, comunistas o tabasqueños.
Hace ya varios años una revista local nos pidió a algunos escribanos laguneros que nombráramos a nuestro héroe y villano favoritos. A aquellos seres, imaginarios o de carne y hueso, que despertaran nuestras más dinámicas pasiones, para un lado o para el otro. Éste es uno de esos ejercicios mentales (?¿Qué diez libros te llevarías a una isla desierta??) que parecen fáciles pero no lo son y suelen culminar generando jaquecas monumentales y un sentimiento de honda insatisfacción. Pero en fin, era un reto que no se podía desdeñar, dado que no había una buena razón para hacerlo a un lado.
Como villano escogí a Ellsworth Toohey, el Némesis de Howard Roark en la novela ?El Manantial?, de Ayn Rand, texto que constituye una de las más sublimes defensas del individualismo y la creatividad, en contraste con la mediocridad y la uniformidad de los sistemas corporativistas autoritarios burocráticos, fascistas, comunistas o tabasqueños. Toohey era un hombre ansioso de poder, envidioso hasta las cachas y carente de todo talento, que se empeña en destruir a todo aquel que pueda hacer lo que él no puede. ¿Les suena conocido el espécimen? De ésos abundan en este país de Dios. Y como Roark se compromete a meterle imaginación a la arquitectura, algo que la masa no dejará de notar, Toohey emprende una campaña para hundir a Roark. A fin de cuentas, como debe ser, triunfa la imaginación, el deseo de cambio y la trascendencia.
En ese ejercicio de hace tiempo, como héroe no podía sino escoger y echarle porras a un personaje que este verano cumple veinticinco años de estar entre nosotros, razón por la cual quise hacerle este breve y sentido homenaje. Se trata de Henry Jones Jr., mejor conocido entre la raza como Indiana Jones (tantarantan/tantarán? sí, ya sé que están oyendo la música de metales dentro de su cabeza; es inevitable). Parece increíble, pero el nunca suficientemente ponderado doctor Jones ya tiene su buen cuarto de siglo dando lata, seduciendo bellas mujeres y rescatando objetos antiguos y exóticos de las manos de malvados que sólo piensan en dominar al mundo? como si eso fuera deseable.
Indiana Jones es, sin duda, uno de los íconos cinematográficos más queridos de nuestros tiempos. Y vale la pena detenerse a considerar por qué.
La magia de Indiana Jones tiene que ver, creo, con dos elementos importantes: por un lado es un científico y en el siglo que lo ve nacer eso cuenta mucho: después de todo, fue la ciencia la que hizo del siglo XX lo que fue (aunque no le echen la culpa a la ciencia de cómo vino resultando todo). Y por el otro es un aventurero en el sentido clásico del término: se mete en broncas fenomenales, arriesgando la vida, sin afán de hacerse rico ni esperando que Montiel le dé una notaría. Lo hace ahora-sí-que por amor al arte, para rescatar antigüedades de las hurañas manos de mercenarios o para evitar que sean usadas por el Mal. Como asegura Arturo Pérez-Reverte en ?El Club Dumas?, Indiana es heredero directo de Los Tres Mosqueteros, el Conde de Montecristo y Sherlock Holmes. Cualquiera le echa porras a alguien así.
Por otro lado está la cuestión del humor: aunque las únicas sonrisas de Indy son un rictus torcido (que lo hacen ver incómodamente parecido a Han Solo), en la saga no faltan las risas y carcajadas. Desde ese momento perenne en que se despacha de un balazo al espadachín jactancioso en un zoco cairota; hasta cuando arroja del zeppelín al guardia nazi con la explicación ?No tickets?, a lo largo de las tres películas canónicas encontramos muchos momentos sencillamente regocijantes. Aunque él se toma en serio, nosotros no.
Claro, también está la enorme cantidad de acción, que no podía faltar en películas en que Spielberg y Lucas meten mano. Algunas escenas de adrenalina son simplemente clásicas, como la piedrota rodando en pos de Indy en los primeros minutos de la primera película canónica; otras, recrean lo que ya hemos visto mil veces de una manera totalmente nueva: dígalo si no la persecución en carros de minero de ?El Templo de la perdición?.
Además, antes que ?El Código Da Vinci? le informara al culto público que la historia mística puede ser enormemente interesante, Indiana nos puso sobreaviso que las antigüedades religiosas también lo son? y son buscadas con fervor por los poderes malignos. Y para colmo, lo que discurre en la primera (?Cazadores del arca perdida?) y la tercera (?La última cruzada?) películas canónicas (la segunda fue muy menor, para mi gusto) pudo haber ocurrido históricamente: está perfectamente documentado que los nazis andaban tras objetos religiosos que ellos consideraban tenían poderes mágicos. De hecho, le echaron el guante a la lanza que según la tradición perforó el costado de Cristo; y hubo una expedición al sur de Francia (durante la ocupación) para buscar el Santo Grial? y dicen algunos que sí lo hallaron. Órale, para los que se entusiasmaron con ?El Código??: ahí hay otro venero por dónde desahogar sus esotéricos impulsos.
Además, el doctor Jones se hace rodear de bellas mujeres (¡Karen Allen, Karen Allen!, ¿adónde te has ido?) y deliciosos personajes de apoyo que suenan totalmente creíbles, ejemplos perfectos de actores de reparto: el árabe Sallah (John Rhys-Davis); el Dr. Marcus Brody (?¡Marcus se pierde en su propio museo!?) interpretado por el difunto Denholm Elliott; y por supuesto su más preclaro acompañante, el mismísimo padre de Indiana, que no podía ser sino una figura señera y mítica, como lo fue: Sean Connery, en un memorable papel de socarronería pura, que se roba el tercer filme de la serie.
Quizá la trilogía más querida de toda la historia del cine, la de Indiana Jones se la va a jugar con una cuarta versión: ?Indiana Jones y las tranquizas del tiempo? (¿Cómo les gusta traducir ?Ravages of time??), prevista para estrenarse en año y medio. Como lo indica el título, no se hará ningún intento por rejuvenecer a Indy. Después de todo, a la larga los buenos también han de enseñar canas, arrugas, pancita? los trancazos del tiempo. Aunque nos sigan emocionando como el primer día. ¡Viva la reivindicación de los cincuentones!
Si se han preguntado por qué insistí con lo de las ?películas canónicas? es porque existe una serie de unos quince programas para televisión llamada ?El Joven Indiana Jones?, interpretada por Sean Patrick Flanery, que en lo personal me parece muy fallida (y tengo entendido que fue un fracaso a nivel de audiencia). Lo interesante de esos programas radica en descubrir curiosidades? como una de las primeras películas en que aparece Catherine Zeta-Jones, en el remoto 1992.
En todo caso, ¡feliz aniversario de plata, Indy! ¿Dónde quedaron esos héroes de la pantalla? o en la vida real, si a ésas vamos?
Ah, y fedora es la clase de sombrero que usa y deshace Indiana en todas las películas. Breviario lingüístico-gorrístico gratuito. De nada.
Consejo no pedido para aprender a odiar a las serpientes: por supuesto, vea la trilogía sin levantarse ni al baño; sobre la búsqueda del Grial por los nazis, lea el alucinante ?Hitler y la tradición cátara? de Jean-Michel Angebert; y aprovechando viaje, disfrute ese monumento que es ?El Manantial? de Ayn Rand. Provecho.
Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx