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Los días, los hombres, las ideas/Sofismas post-post-post-electorales

Francisco José Amparán

Allá a mediados del siglo V a. C., época movida y feliz en que se inició el florecimiento de Atenas, tan notable ciudad era un hervidero cultural sin paralelo en la historia: mal se volteaba una piedra, y salía un escultor, pensador o protocientífico. En tan fértil ambiente apareció y proliferó una escuela filosófica que pasó a la historia como de los sofistas. Suena a club de admiradores de Sofía Loren, Sofía Vergara y Sophie Marceau (club del que sería entusiasta miembro, por cierto), pero no. Los sofistas consideraban que la verdad era relativa, y su búsqueda debía centrarse en el hombre y no la naturaleza (como se había hecho en Grecia hasta entonces). Eran algo así como maestros itinerantes, que tenían el descaro de cobrar por sus reflexiones y consejos. Eso sí, nunca tomaron calles para demandar aumentos ni la caída de Pericles.

En todo caso, los sofistas tenían muy mala fama por dos razones: por armar argumentos falsos que sonaban verdaderos (llamados sofismas); y por andar lucrando con el conocimiento. Platón los llamó “falsos filósofos”; Aristóteles opinaba que “aparentan ser sabios sin serlo”; Xenofonte los tilda de “comerciantes del saber”… pensándolo bien, hoy hubieran pertenecido a la Sección 22 (Oaxaca) del SNTE. Total, que la palabra sofista y sus construcciones filosóficas, los sofismas, suelen ser usados peyorativamente.

El actual conflicto post-post-post-electoral (ya van al menos tres procesos distintos después de los comicios) se ha visto contaminado con una serie de sofismas que, al ser usados como argumentos válidos, nos dan una idea de por qué está resultando tan difícil de destrabar. Bueno, es uno de los factores. El principal es que el perdedor y los más radicales de sus seguidores no se resignan a haber perdido. Veamos algunos de los más importantes sofismas del día:

Sofisma uno: -“¿Qué horas son?” –“Las que usted diga, señor Presidente”. -“¿Y por quién van a votar?” –“¡Por quien usted diga, señor Presidente!” (Sí, cómo no): Sin duda una de las mayores torpezas de Vicente Fox, dentro de una extensa lista acumulada en seis años, fue la manera insulsa en que con su monótona propaganda apoyó a un candidato presidencial que ni siquiera era originalmente el suyo. Lo discutible es que esa actuación haya influido en algo. Digo, si el Presidente proclama veinte veces diarias que ha hecho maravillas, ¿qué mexicano del siglo XXI se lo cree a pies juntillas? ¿Usted emitió su sufragio cegado por la cautivadora y avasallante personalidad del esposo de Martita? ¡Por favor! Con otra: eso lo hacen todos los presidentes de las democracias funcionales del mundo. Que el mexicano tenga, por ley, que hacerle a la Hellen Keller y declararse ciego, sordo y mudo (cosa que agradecemos, lo que sea de cada quién) es una aberración que habla de nuestra inmadurez democrática. Además, el sofisma devela su falsedad cuando recordamos la manera en que Fox se desgañitó en 2003 para que le quitáramos “el freno al cambio”. Resultado: el PAN perdió 50 escaños. No me ayudes, compadre.

Sofisma dos: No tengo miedito, no tengo miedito, porque lo tengo desconchabadito: Como el anterior, este otro sofisma se basa en la premisa de que los ciudadanos mexicanos somos menores de edad, débiles mentales, tontitos sin criterio que nos dejamos influenciar por esa impresionante tecnología de punta llamada televisión. Y si los spots televisivos nos quieren meter miedo en relación a un candidato o ideología, de inmediato nos ponemos a temblar y hacemos planas practicando cómo cruzar el emblema blanquiazul. Hablar del “voto del miedo” es un insulto para todo ciudadano pensante. Decir que por eso ganó un candidato y perdió otro, es cuestionar la capacidad de discernimiento de adultos a los que, de acuerdo a leyes y procedimientos construidos con muchas dificultades, se pone a cargo de las elecciones. Quizá por eso el PRD duda que las cosas se hayan hecho limpiamente el dos de julio: supone que quienes las realizaron (los ciudadanos) son niños que se chupan el dedo y se asustan por lo que ven en la tele (¡Uy!). Con otra (de nuevo): ese tipo de campañas se da (con frecuencia, no siempre) en todas las democracias funcionales. El spot político televisivo más famoso de la historia norteamericana se dio en la campaña de 1964, que enfrentaba al presidente en funciones Lyndon Johnson y al halcón republicano de extrema derecha Barry Goldwater. El spot era así: una niñita muy mona deshoja una margarita en un campo de flores, y va contando los pétalos de atrás adelante, incluso equivocándose; al llegar al nueve su voz es apagada por la de un hombre que sigue la cuenta, con la cadencia típica del lanzamiento de un cohete… o el estallido de una bomba. La niña voltea al cielo, paralizada; la cámara hace zoom a sus ojos hasta que la pupila llena la pantalla, y luego se ve la brillantísima luz de una explosión nuclear. Una voz en off todavía más ominosa dice, entre otras cosas: “Estas son las opciones: un mundo en que los hijos de Dios puedan vivir, o uno en que vayan a la oscuridad”. Otra voz concluía: “Vote por Johnson el tres de noviembre: demasiado está en juego como para que se quede en casa”. O sea: vota por Goldwater y tus hijos terminarán convertidos en ceniza nuclear; y ni te van a devolver lo de las colegiaturas, ¡bah! Sí, Johnson ganó por una avalancha… pese a que el anuncio fue retirado en unos cuantos días. Acá, no sé cuántos tuvieron pesadillas en las que Hugo Chávez daba el Grito o Fidel (con su ropa de Adidas) hacía campamento en Reforma. Dudo que hayan sido muchos.

Sofisma tres: Si las cosas funcionan bien, si los números coinciden, debe tratarse de un compló: La consistencia de las cifras que hemos visto a lo largo de todo el proceso resulta notable: las del PREP (al que sólo por mala leche se pone en tela de juicio; y lo de los “votos perdidos” sabemos fue una de tantas mentiras de López: todos sabían dónde estaban), las del conteo rápido, las de las encuestas de salida, las de los conteos distritales y las de las casi doce mil casillas recontadas arrojan todas el mismo resultado: Calderón ganó; por un pelo, pero ganó. Que los números coincidan ha sido visto como parte de una vastísima conspiración en la que intervinieron Fox, el PAN, el PRI, el IFE, el IFAI, el Trife, la oligarquía, la CIA, la KGB (aunque ya esté RIP), los marcianos, Lord Vader y hasta Topo Gigio. Lo más sencillo es explicarse la consistencia de las cifras por la obvia razón de que ése fue el resultado real. Aunque uno repruebe en la UNAM durante catorce años, tan simples matemáticas deberían resultar muy claras.

Parte del sofisma (y uno de los argumentos más burdos para el “voto por voto”) es que la diferencia entre un candidato y otro es de menos de dos votos por casilla. Lo cuál suena lógico en promedio, pero es falso en la realidad: en el norte las diferencias eran mucho mayores a favor de Calderón, y en el sur lo mismo para López. En las casillas impugnadas, la variación no llegó ni a un voto por casilla (otra vez) en promedio. ¿Conclusión? Las inconsistencias tienen que ver con errores humanos, cometidos de buena fe por ciudadanos no profesionales en estos menesteres, y por la bofez de trabajar quince horas de un jalón, en domingo y de oquis. Y lo más notorio es, precisamente, la consistencia de los números luego de pasar por todos los filtros y controles.

Claro que, a como están las cosas, tratar de meterle cordura al asunto parece un acto condenado al fracaso. Quién sabe qué hubiera dicho Sócrates. Algo así como: “Sólo sé que nadie quiere saber nada… que no le convenga”.

Consejo no pedido para ser discípulo de Protágoras: Lea “Abril rojo” de Santiago Roncagliolo, tragicómica mirada a la descomposición de las instituciones peruanas. Y vea el video de la niña-deshojando-margarita en http://www.pbs.org/30secondcandidate/timeline/years/1964b. Provecho.

PD: Esta columna cumple hoy seis años. Gracias, gracias. Ha sido (supongo… espero…) un sexenio más fructífero que el de Fox. Por lo menos más serio...

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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