(Texto de la presentación del libro realizada el primero de octubre en el Teatro Nazas)
Aunque se ha abusado hasta el cansancio del adjetivo, realmente son muy pocos los seres humanos de carne y hueso que merecen el apelativo de ?mítico?. Y es que para ganarse a pulso tan cimbreante epíteto han de concurrir muchos factores: magnético carisma personal; notorias hazañas reales y ficticias; múltiples escuchas, amigos y mirones para que se recuerden frases célebres que nunca fueron pronunciadas; una muerte violenta (de preferencia antes de alcanzar la madurez); y, last but not least, un molino de chismes, rumores y anécdotas que cambien, transformen y engorden la historia en los años y décadas siguientes. Por ello creo que personajes-reales míticos hay muy pocos. Y sin duda, uno de ellos es Pancho Villa.
De Villa se han escrito tantos libros que, en términos de la celulosa empleada para imprimirlos, han de equivaler a la selva del Amazonas. La tradición oral es no menos copiosa, especialmente por estos lares, donde todo norteño que se respete tiene una anécdota familiar referida al Centauro: si no fue un bisabuelo que cargó a galope por el Cañón del Guarache, fue un tío abuelo al que Villa estuvo a punto de fusilar (curiosamente, nunca nadie me ha contado que realmente lo fusilara). Películas de su vida y obra se cuentan por docenas, y los iconos fotográficos, escultóricos y hasta textiles de su figura se presentan en todos los colores y sabores. Al tomarse una foto de grupo, no falta el chistoso que salga con el consabido: ?En medio Pancho Villa y sus viejas a la orilla?. Que yo sepa, es el único invasor de Estados Unidos con plaza a su nombre en el lugar de la incursión. Y una de las pocas cosas que consta que haya impresionado a Lenin fue cuando, en un arrebato eufórico, John Reed gritó ?¡Viva Villa!? enfrente del mongol, mientras paseaban una fría madrugada por la Plaza Roja de Moscú. ¿Qué fascinación, qué embrujo tiene un hombre que pasó la mayor parte de su vida a salto de mata, y que a más de ochenta años de su muerte sigue despertando pasiones e inquinas capaces de hacer que la gente eche mano a los fierros, como queriendo pelear?
En vista de que quienes conocieron al personaje ya no se hallan en este mundo, no se puede sino recurrir a los numerosos libros antes aludidos para calibrar las razones, objetivas o subjetivas, de tal hechizo. Pero la mayoría peca de argüenderos, inexactos, chirinoleros facciosos o de plano aburridos. Hasta ahora, resultaba imposible explicarse la mística de Villa a través de la literatura.
Hasta ahora.
Y es que con ?Pancho Villa: una biografía narrativa?, de Paco Ignacio Taibo II, creo que finalmente alguien le tomó el pulso a la leyenda y nos podemos aproximar a ella como lo que es: un constructo polifónico y vital, mezcla de hechos, dichos, ficciones y delirios, que tienen una validez real para todo mexicano; y forma parte del imaginario nacional porque es una suma de nuestras mayores virtudes y defectos, de nuestras contradicciones de origen y otras que hemos ido creando a lo largo de nuestra historia.
¿Cómo logra PIT II semejante cosa? Nada más para abrir boca, apelando a cuanta fuente pudo encontrar en relación con Villa y el villismo; lo que, teniendo en cuenta su multiplicidad y variedad, no es moco de pavo. Pero no sólo eso: el mérito superior del libro es cómo sabe contrastar las distintas (¡distintísimas!) versiones de cada etapa de la vida del Centauro, contándonoslas con una amenidad y sabrosura que nos aproximan a nivel de testigos, no sólo a la compleja personalidad de Villa y sus acciones, sino también a las vidas y muertes de quienes lo acompañaron. Para ello apela a ciencia, la historia, el periodismo y hasta la poesía: sin duda, como lo cita PIT II en una nota, una de las mejores y más plausibles explicaciones del por qué del ataque a Columbus está en un poema de Marco Antonio Jiménez: la razón es que Villa enfurece cuando sabe que Guillaume Apollinaire, conde de Kostrowsky y cuatacho suyo, ha sido herido en las trincheras de Francia. Así pues, el subtítulo del libro es su mayor contribución: no es una biografía cualquiera: es una biografía narrativa: cómo se ha contado (y se volverá a contar) la existencia y los días de alguien que, como decía, resume en sí mismo y su leyenda y sus vendaválicos tiempos eso que, a falta de mejor término llamamos ?identidad?.
Y es que la minuciosa y amena (insisto en lo ameno, porque es virtud superior cuando se emprende una tarea de este tipo) reconstrucción que de la vida de Villa hace PIT II tiene un cierto carácter especular: nos reconocemos, nos retratamos, nos entendemos en el hombre de lágrima fácil, preocupado por los niños y las viudas, y al mismo tiempo capaz de las mayores crueldades; en uno de los pocos mexicanos que, habiendo tenido la Presidencia a la mano (que no La Silla, porque hasta se retrató en ella), la rechazó, conocedor de sus limitaciones. Nos pillamos en lo contemporáneo leyendo la manera en que es adulado y admirado en un momento, para luego ser traicionado y demonizado al siguiente. El pasmo es seguido por la resignación cuando vemos los ideales, las añagazas, las mezquindades y las altas miras de esos años y esos hombres, todo ello mezclado en un país que por lo mismo no termina de dar el estirón? hoy como hace ochenta, noventa años.
Por eso temblamos en no pocas páginas del libro: la Revolución que se llevó al país entre las patas (de equino), que no cumplió sus promesas, que fuera traicionada por muchos de quienes aparecen en estas páginas, sigue estando latente. Ahora que está tan de moda hablar del ?México bronco?, para explicar la descomposición a que nos ha conducido el no tomar las decisiones urgentes y notorias que se requieren, en la que hemos desembocado por nuestra incapacidad de ver a la cara al país real, no está de más examinar la barbarie y el salvajismo que caracterizaron aquella etapa.
Leyendo entre líneas (ciertamente no a través de los ojos del personaje principal), se percibe el horror de una sociedad sometida a la ley del más fuerte, y a las pasiones y prácticas más primitivas. Viendo desfilar las hileras de fusilados (un puñado, docenas, centenares) se entiende que no hay revolución heroica, no hay guerra honorable: todas son asquerosas, por más que luego haya quienes las engalanen para engrosar el catálogo de estampitas de Editorial Patria.
A nivel personal, nos aproximamos a un personaje que parece una suma de arquetipos: quien ve la vida en línea recta, se fija en el hombre cabal que cumplía su palabra y, por lo mismo, guardaba rencores ancestrales. Quien tiene afanes de Don Juan, ha de notar sus múltiples mujeres; con las que, faltaba más y nomás para que vean, se casaba con una facilidad pasmosa. Quienes hemos caído en la tentación de las malas compañías nos interrogamos por, y entendemos su proximidad a un psicópata y borracho (lo que Villa no le toleraba a nadie más) como Rodolfo Fierro. En su complejidad y la de su leyenda, Villa encarna lo que somos, lo que hemos sido. De todo ello le hemos de agradecer a la prosa ágil y picosa de Paco Ignacio.
Por supuesto, y de ello da precisa y minuciosa (muy minuciosa) cuenta este libro, hay un sustento real para la leyenda: algunas proezas de Villa son difícilmente igualables en la historia militar de América; y si me apuran un poquito, del mundo. Uno se marea leyendo cómo va y viene a lo largo de cientos, de miles de kilómetros, a caballo, en ferrocarril y hasta en calesita (cuando lo hirieron en la pierna), fintando y engañando y derrotando federales, carranclanes, gringos de la Punitiva. Sus cabalgatas, hasta donde sé del tema (y créanme, sí sé del tema), son sólo comparables a las del Gran Alejandro y Bolívar; tan tan. Es encomiable la manera en que son reconstruidas ya no digamos las grandes batallas, sino incluso las innumerables escaramuzas que fueron el pan de cada día de Villa. Uno se pregunta de qué estaba hecho ese hombre para aguantar semejante tren (nunca mejor aplicado el término) de vida.
En resumidas cuentas, y ya para terminar, hay que agradecerle enormemente a Paco Ignacio este trabajo hecho con el corazón y la inteligencia; o como diría mi General Villa, con esto (señalándose la cabeza) y con esto (señalándose los testículos). De veras, gracias por hacernos conocer y reconocer a uno de sus arcángeles favoritos.
Consejo no pedido para que se le cuadren: Vea ?And starring Pancho Villa as himself? (2003) con un plausible Antonio Banderas interpretando al Centauro; y sus relaciones con la compañía cinematográfica a la que le vendió los derechos de filmación de sus combates (¡es cierto!). Al final se ve la batalla de Torreón de 1914; me temo que el pueblo sigue igual de polvoso que entonces. Provecho.
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