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Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

¡Un balón, un balón, mi reino por un balón!

Desde hace unos días el mundo entero detuvo su rotación usual para proceder a girar en torno a un eje distinto: el futbol. Durante un mes buena parte de la población del planeta estará pendiente, con todos sus sentidos, de lo que ocurra en las manicuradas canchas de Alemania, incluso cuando en ellas no esté jugando un equipo remotamente relacionado con ellos. De hecho, media humanidad ni siquiera estará representada en este Mundial, dado que ni China ni India ni Indonesia (primero, segundo y cuarto países más poblados) tienen a sus equipos entre los 32 finalistas (y al tercero en la lista de población, Estados Unidos, lo sigue una porción ínfima de sus compatriotas). Pero no importa: el Mundial será visto, en una fase u otra, en mayor o menor medida, por uno de cada tres seres humanos. Ningún evento, del carácter que sea, es atendido por más gente, ni concita más interés. Vaya: la FIFA, el mafioso organismo que regula el balompié a nivel universal, cuenta con más miembros que la Organización de las Naciones Unidas.

La pregunta obligada es qué provoca semejante fenómeno. Tratar de contestarla genera maduras y profundas reflexiones, que les paso al costo:

Primera reflexión: después de todo, este mundo se maneja con las patas: siempre he pensado que buena parte del atractivo del futbol es que se practica fundamentalmente con una parte del cuerpo que, según las leyes de la evolución, no estaba destinada a encumbrarnos como especie: los pies. Generalmente hay personas que, por naturaleza, son más diestras con las manos para distintas cosas: reparar máquinas, coser, tallar madera, escribir a máquina o despedazar monstruos en el Nintendo. Y esas habilidades manuales hacen ver tremendamente inútiles a quienes tenemos dos manos izquierdas, somos incapaces de elaborar nada digno de mención y estamos impedidos hasta para cortarnos bien las uñas. Pero como el futbol se practica con el par de extremidades que nada tienen que ver con fineza o intelecto, ese deporte se convierte en el gran igualador. Además de que existe un enorme confort y regocijo en pegarle de patadas a balones o contrincantes que se van escapando: es una especie de minirrevancha contra todo lo malo que nos ocurre. Y en una sociedad en que la gente camina cada vez menos (por no decir nada de esa extraña actividad que es correr), el poner a funcionar las piernas y esbozar alguna forma de arte a través de la interacción de ellas con una pelota, contiene un toque mágico.

Segunda reflexión: ?y la mochila de Pepe es el otro poste: El futbol tiene reglas y componentes sumamente simples, lo que facilita su comprensión y práctica y lo hace accesible a crecientes hordas de ansiosos de divertirse o hacer ejercicio. Basta con un objeto de forma medianamente esférica (calcetín relleno, pelota ponchada o coco playero, como el usado por Puk y Zuk en la Selección Ixtac, ese equipazo que salía en las historietas de ?Chanoc?), un terreno pasablemente plano y cualquier cosa que sirva para delimitar la portería: un par de árboles, montones de ropa o el hermanito medio tonto al que se le promete un dulce si no se mueve cuando vea venir un sambombazo (y además, en caso de discusión, puede marcar si el balón entró o no). Ello contrasta con otros deportes en que la cancha tiene que estar claramente delimitada y tener medidas precisas (tenis), requiere de chunches muy específicas para practicarse (boliche, golf, esquí, jai-alai, críquet) o tiene reglamentos relativamente complejos (futbol americano). Si se fijan, la regla más complicada del soccer es la del fuera de lugar (que mucha gente, me temo, sigue sin comprender), la cual tiene dos ventajas: no se aplica en los juegos callejeros y sirve de pretexto para toda derrota o desbandada de priistas (?¡Estaba adelantado!?). De manera tal que cualquier misionero francés, tratante de esclavos portugués o minero británico podía enseñar los pormenores del juego en un día y al siguiente ya tener a dos equipos batiendo el polvo en la misión indochina, en la sabana angoleña o en Pachuca (respectivamente).

Tercera reflexión: La Carga del Hombre Blanco fue llevar las porterías hasta el Continente Negro: Algo relacionado con lo anterior: parte del éxito universal del futbol se lo debe al imperialismo de los siglos XIX y XX. Cuando los colonizadores europeos se agandallaron buena parte del mundo, llevaron consigo sus juegos, vicios y distracciones. Los británicos, por ejemplo, se encargaron de que sus numerosas colonias se volvieran fieles seguidoras de entretenimientos francamente bizarros como el críquet (cuyas reglas y puntuación jamás he comprendido), el rugby (ídem, pero que es divertidísimo de observar) y el bádminton. Pero fuera de esos países conquistados por la Pérfida Albión, nadie los practica ni entiende.

En cambio el soccer era jugado por ingleses, franceses, holandeses, belgas, alemanes, portugueses y hasta daneses (según el National Geographic hay cuatro mil jugadores en Groenlandia? y no me pregunten cuánto tardan en calentar). De manera tal que si hubo algo más universal que la codicia expoliadora del imperialismo, lo fue el deporte que los codiciosos expoliadores llevaron a los cinco continentes.

Cuarta reflexión: Blatter resultó buen discípulo de Rozelle? y de Capone. El impresionante surgimiento del interés mundial por el futbol tiene que ver con diversos factores, pero hay uno principalísimo: la mercadotecnia. En los últimos quince o veinte años, el futbol entendió por fin las lecciones que el futbol americano profesional (especialmente bajo la égida de Pete Rozelle) había venido enseñando durante un largo rato: una buena organización y mercadeo, así como saber trabajar con la televisión, venden una barbaridad y benefician a todos los involucrados. Aumentar el número de equipos en las Copas del Mundo fue un hitazo en términos económicos y hasta geopolíticos (hoy juegan el doble de equipos que en México ?70). Mercadear camisetas, balones, imanes para refri, jugadores y equipos completos (Real Madrid y Manchester United son los clubes más ricos del mundo? de cualquier deporte) permite generar ingresos de mil maneras posibles. Y la penetración de la TV en el Tercer Mundo (hay regiones donde la electricidad llegó hace apenas una década), con su consecuente programación enajenante, abre perspectivas que antes, sencillamente, no existían.

Además, como parte del fenómeno hay que ver que el futbol se ha ido llenando de glamour. Antaño los futbolistas eran vistos básicamente como vagos exageradamente bien pagados, gente más bien corris que poseía como (único) mérito el saber pegar patadas. Pero ahora tenemos figuras metrosexuales como Beckham procreando críos con una Spice Girl, a Pelé anunciando tarjetas de crédito, y a Oliver Kahn asustando a medio mundo con su fea faz de ocho metros de altura en un viaducto de Munich, una de las más extrañas muestras de escultura urbana de la historia.

Como suele suceder cuando el dinero empieza a fluir, también aparecieron los intereses creados, las mafias y los grupúsculos de toda laya. Y aunque la FIFA ha hecho mucho por la proyección universal del deporte, de vez en cuando aparecen prietitos en el arroz que dejan mal sabor de boca. Un ejemplo patente es la mentada clasificación de las selecciones. Que la mexicana tenga varios años estando consistentemente entre las primeras ocho y que recientemente haya alcanzado el cuarto sitio, no sabemos si es broma siniestra, análisis de diagrama de cash-flow, presencia de hongos alucinógenos en la ventilación de la sede de la FIFA en Ginebra, o qué rayos. Lo mismo con los sorteos de los grupos del Mundial, que parecen arreglados para que se den ciertos encontronazos ? bueno, eso es mercadotecnia, ¿no?

Quinta reflexión: Ahora veremos la repetición desde la perspectiva del Ángel de la Guarda del portero: Siguiendo el ejemplo de la NFL, la FIFA se dio cuenta que la televisión debía ser un puntal de la expansión de sus negocios? perdón, su deporte, por el mundo. Y ello exigía imaginación, creatividad e ingenio. Y siguiendo el ejemplo de la NFL, la TV debía aproximar al espectador casero tanto como fuera posible. En ese sentido se ha avanzado bastante (México, todo hay que decirlo, fue pionero): vean las repeticiones, por ejemplo, de Italia ?90, y son para llorar: los jugadores parecen hormigas y hay una cualidad neblinosa en los partidos nocturnos. Para no ir tan lejos: ¿quién puso la cámara en media cancha del reciente Francia-México en el Stade de France? Digo, en el Corona se hacen mejores tomas?

Claro que hay de todo: algunos juegos de la Champions League tienen acercamientos que salpican sudor y pasto. Y así el futbol soccer se aproxima a lo que logró el americano desde hace rato: que el espectáculo televisivo sea mucho más deleitoso que en vivo.

Última reflexión: Un volante por izquierda (que nunca pasa media cancha) en cada hijo te dio: En un mundo globalizado, en que las fronteras políticas y culturales tienden a diluirse y en que las formas tradicionales de rivalidad se han tornado obsoletas (empresas automotrices anglo-germanas, sino-japonesas, ítalo-españolas), una selección nacional y su participación en un Mundial tiene el efecto de convocar al patriotismo, la tradición, la nobleza de la sangre, el heroísmo? en suma, nuestros instintos más cavernarios. El gregarismo tribal y el afán de pertenencia salen con mayor facilidad en este tipo de situaciones. Y, lo queramos o no, nos guste o no, las necesitamos. Requerimos de esos baños de identidad colectiva y vibra nacional? así sea para maldecir a los inútiles que van a decepcionar de nuevo a los ingenuos de siempre. En fin. El masoquismo también es parte de la idiosincrasia nacional.

Consejo no pedido para acertar un penalti (de cinco): de Jorge Valdano, lea ?Sueños de futbol?, ?Cuentos de futbol? y ?La pasión según Valdano? (sí, Valdano es bueno); y vea ?Quiero ser como Beckham? (Bend it like Beckham, 2002), con Keira Knightley, ese ángel caído del cielo a esta cancha inmunda que es el chancho mundo. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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