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Los falsos oráculos

Gilberto Serna

Las encuestas tienen su origen en la curiosidad con la que nace cada ser humano de querer escudriñar en lo oculto, de desentrañar el futuro, escondiendo cierta ansiedad en el caso de los que participan en una competencia. Las encuestas son como los retratos hablados que hacen los artistas que trabajan en la Policía de este país, con sólo el relato de los testigos de un crimen quienes les dan santo y seña de cómo era la cara de la persona que vieron, lo cual en veces resulta que gracias a eso logran una semejanza impresionante, como ocurrió en el celebérrimo caso de la mataviejitas, que fue detenida, no por que los sabuesos la identificaran atendiendo a los dibujos que se hicieron, sino por que hubo una oportuna denuncia del vecino de la última de sus víctimas que llamó a los guardianes del orden público quienes la aprehendieron en plena faena. Se requieren ciertas dotes especiales para encontrar en la multitud el rostro dibujado, igual que se necesitan expertos que levanten un censo de quienes van a votar por uno u otro de los candidatos. Habrá ocasiones en que los resultados de una pesquisa en una campaña presidencial cuadren a la perfección con el número de votos emitidos a favor de cada uno de los aspirantes. No siempre es así.

Los encuestadores serios obedecen a métodos debidamente probados, jugando con la Ley de probabilidades, haciendo un muestreo que hasta ahora les ha dado magníficos resultados. Lo malo es que han proliferado, como hongos después de las lluvias, oficinas dedicadas no siempre a realizar un examen de la realidad sino a obtener beneficios económicos o políticos, con encuestas realizadas a satisfacción del que las paga, dirigidas a desorientar a la opinión pública. Se da por un hecho que si los sondeos indican que fulanito va punteando los electores indecisos se irán tras el que va a ganar. Es lógico que aunque no obtengan más gozo que el de saber que le fueron a aquel que las encuestas indicaron que era el que tenía la delantera sobre los demás candidatos. No hay quien, a sabiendas, quiera estar del lado del derrotado. Es por eso que se pagan cuantiosas sumas para que agencias sin un sólido prestigio dictaminen que las personas de la calle prefieren a equis persona.

Debo además comparar las encuestas con las profecías, aun de las más reconocidas a través de la historia, como serían las de Nostradamus, que si le atinan a un acontecimiento, aunque sea por pura chiripa, obtienen celebridad aunque en la mayoría de las ocasiones no ocurran todos los sucesos vaticinados, dándose gran publicidad a los aciertos pero nada se dice cuando el pronóstico no se materializa. La realidad es que las encuestas han venido a sustituir al oráculo de Delfos en la Grecia antigua, al pie del Monte Parnaso, donde oficiaban pitonisas. Hay gentes que las ven en los periódicos o lo oye en los medios electrónicos lo que les es suficiente para considerar que quien lleva la delantera es el que lleva mejor porcentaje según lo da a conocer la casa encuestadora. De eso se trata. De crear alrededor de un candidato una aureola de triunfador para que como fichas de dominó, puestas una detrás de otra, caigan los votantes emitiendo su sufragio a favor del que va arriba en las encuestas.

Hay votantes indecisos que llegan a la casilla pensando en cual es el candidato que deben preferir. Lo más común es que elijan cruzar el escudo del que está a la derecha y abajo de la boleta. Esa es una regla que tiene su explicación en algo relacionado con la manera en que el lector toma la papeleta y suele mirarla. Los hay quienes se dejan llevar por la costumbre de votar por un partido, digan lo que digan sus detractores. Así se da el llamado voto duro que proviene de organizaciones en que el ciudadano vota por quien siempre ha votado. Nada de quebrarse la cabeza. La idea que priva es la de que todos son iguales, no hay uno que no mienta, este es bueno pero su partido carece de popularidad, este dicen que es malo pero yo siempre he votado por esos colores, cuando decidí votar por otro color nos fue como en feria, no les voy a hacer el caldo gordo a gente que no ha sabido responder a la confianza que les fue dada. Al candidato oficial lo están inflando, dicen, mediante encuestas amañadas, ¿creen que el público es tonto de capirote? De los otros dos, cuando se enteren que no remonta el propio preferirán al menos malo, con el que puedan transar. ¿Y los resultados de las encuestas? Dicen que lo mismo sirven para un trapeado que para un barrido. La única que en verdad cuenta es la que resulta de los votos depositados en la ánforas el día de la elección.

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