¿Podría tener México el primero de diciembre de 2006, si las instancias previas se agotan, la situación se confunde o los percances la alteran, un presidente interino nombrado por el Congreso? ¿Sería éste un recurso final, más allá del empate virtual, las turbulencias sociales, las agitadas banderas del fraude, las opiniones encontradas o la eventual decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación anulando la elección?
El interinato podría sobrevenir si, al llegar dicha fecha, la elección no estuviese ?hecha y declarada?. En tal caso, el presidente en funciones (Vicente Fox) cesará y ?se encargará desde luego el Poder Ejecutivo en calidad de Presidente Interino, al que designe el Congreso de la Unión? (Art. 85 constitucional).
En el pasado reciente -después de 1917- México sólo ha tenido un presidente interino: Emilio Portes Gil. (Adolfo de la Huerta fue presidente provisional entre junio y diciembre de 1920). Al caer asesinado el presidente electo, Álvaro Obregón, en el restaurante La Bombilla a manos del fanático religioso José de León Toral el 17 de julio de 1928, el Congreso nombró a Portes Gil presidente interino. La Presidencia interina no puede durar menos de catorce o más de dieciocho meses, dado que en los diez días siguientes a la designación del interino, el Congreso debe expedir la convocatoria para la elección del presidente que le suceda.
¿Cuánto puede hacer, en tan breve periodo, el presidente interino, formalmente mero ?caretaker?, jardinero o portero de la casa presidencial? Muchísimo si juzgamos por la Presidencia de Portes Gil, quien durante su periodo acabó con la rebelión del general Gonzalo Escobar que duró, cuenta Portes Gil en su Autobiografía de la Revolución Mexicana, ?exactamente setenta y un días? durante los cuales, añade despectivamente el presidente, los rebeldes ?no hicieron otra cosa que saquear -en Monterrey y en Torreón- los bancos y las casas comerciales para llevarse fabulosas sumas de dinero que les proporcionan la comodidad y el lujo de que hoy disfrutan?.
Si ésta es una novela en una nuez, también es una advertencia sobre la capacidad del interinato para desprestigiar a el o los opositores. Los tiempos han cambiado pero Maquiavelo no envejece: el Príncipe debe hacerse temer, aunque sea interino.
Hacerse temer, pero sin ser odiado. Portes Gil cuadra en la fórmula maquiavélica dando fin al conflicto religioso basándose en ?la necesidad de que las autoridades eclesiásticas demuestren su sumisión y respeto al poder civil, coadyuvando al respeto del orden? pues en caso contrario, indica con cierta sutileza florentina el mandatario, ?el Gobierno se vería precisado a usar de medios que quizá puedan calificarse de rigurosos?. El hecho es que a partir de la Presidencia interina de Portes Gil se inició una era de sucesivos acuerdos pacificadores de la militancia católica y las autoridades religiosas, culminando con la famosa declaración del candidato oficial Manuel Ávila Camacho de que él era creyente, en 1940.
El presidente Portes Gil, durante su breve interinato, concedió asilo al revolucionario nicaragüense César Augusto Sandino, levantado en armas contra la ocupación de su país por el Ejército invasor de los Estados Unidos de América. De paso, el presidente Portes Gil anunció al embajador norteamericano Dwight Morrow que era norma invariable de la Cancillería mexicana ?no reconocer a ninguna Administración espuria? apoyada por Fuerzas de ocupación armadas de otro país, principio hoy aplicable a Irak, donde se han celebrado elecciones bajo ocupación extranjera.
?Quiero suponer?, le dice el presidente de México al embajador de los EU, que el país invadido fuera, precisamente, los EU. ?¿Qué sentiría usted, señor Morrow?, inquiere socarronamente Portes Gil, ?ante una situación que está costando a los Estados Unidos tanta sangre, tanto dinero y lo que es más sensible, tanto prestigio continental??. Lo dice el sagaz Portes Gil para que, obrando en el caso de Sandino ?ante el poder imperialista (sic) americano?, se le ponga (a Portes Gil) ?al margen de cualquier sospecha? al tratar otros asuntos con el Gobierno de Washington, entre ellos, la ruptura de relaciones con la Unión Soviética, a raíz de los informes del representante mexicano en Moscú, don Jesús Silva Herzog, acerca de las actividades de espionaje del Gobierno soviético.
Portes Gil asevera que la Legación Soviética en México era un centro de ?inquietud política y de propaganda?, hecho negado por Moscú con la peregrina razón de que ?el Partido Comunista de Moscú era independiente del Gobierno de Moscú? e incapaz por ello de impedir ?violentos actos? contra el Gobierno de México. La realidad de las cosas es que al romper con la URSS, Portes Gil estaba reivindicando la legitimidad revolucionaria única y hegemónica del partido y el Gobierno ?emanados de la Revolución Mexicana? sobre cualquier otra pretensión legitimista y revolucionaria foránea o interna. Lección incorporada a la política exterior de México con un doble mensaje: me respetas y te respeto. La gran diferencia con el día de hoy es que la legitimidad de un Gobierno mexicano ya no emana de la Revolución sino de la Elección.
Pero acaso el acto más trascendente del interinato de Portes Gil fue la Ley estableciendo la autonomía de la Universidad Nacional de México, en atención, dijo el presidente, a ?una legítima aspiración del conglomerado universitario? desde 1910 y auspiciada entonces por Justo Sierra. En verdad, la autonomía universitaria no era, ni más ni menos, sino la aparición activa de la sociedad civil en medio de un régimen de legitimación revolucionaria y de perfil autoritario.
Los ciudadanos pueden comparar los logros de un breve periodo interino con la ausencia de los mismos en varios sexenios posteriores. Se debe añadir que Portes Gil contó con un Gabinete de primer orden que también compara favorablemente con otros pasados o, sospecho, por venir. Genaro Estrada en la Cancillería. Joaquín Amaro en Guerra. Luis Montes de Oca en Hacienda. Ezequiel Padilla en Educación. Aquilino Villanueva en Salubridad. Puig Casauranc en el D. F.
Que los aciertos del Gobierno de entonces estaban maculados por la arbitrariedad electoral, lo demostró muy pronto la fraudulenta elección presidencial de 1930 que dio el triunfo a Pascual Ortiz Rubio sobre José Vasconcelos. Si las circunstancias son hoy diferentes, precisamente por ello hay que pensar que un presidente interino, en democracia, tiene la posibilidad de ejercer un poder constructivo, firme e independiente de los factores que lo encumbraron. Sería una afrenta a nuestra imperfecta democracia que el interinato, de darse, sólo sirviese de trampolín para la o las candidaturas en acecho de una nueva elección año y medio después del primero de diciembre de 2006. La Presidencia de Portes Gil nos sirve, de todos modos, para reflexionar sobre los factores políticos, negativos y positivos, que podrían presentarse en un nuevo interinato como consecuencia de las elecciones del dos de julio.
Quisiera sumar mi opinión a la que tan certeramente expresó hace días Rolando Cordera en el programa televisivo de Carmen Aristegui. Las elecciones muy competidas y cerradas son el pan nuestro de cada día en las democracias. Mínima fue la diferencia entre Prodi y Berlusconi en Italia. Tan pequeña que desembocó en una segunda elección en Costa Rica, confirmando el triunfo de Óscar Arias. Tan tan cerrada que en Alemania la triunfadora Ángela Merkel debió concertarse con los derrotados socialdemócratas. Recuérdese, asimismo, la ?cohabitación? en Francia del presidente Jacques Chirac, jefe del Estado, con el socialista Lionel Jospin, jefe del Gobierno.
También viene a cuento la elección norteamericana del año 2000, cuando el candidato demócrata, Al Gore, obtuvo una clara victoria en el voto popular sobre su contrincante republicano, George W. Bush. Pero Bush obtuvo la mayoría en esa anacrónica institución llamada El Colegio Electoral, creada originalmente para obtener consensos nacionales en un país incomunicado y aun disperso. El principio rector del Colegio Electoral es que quien obtiene una pluralidad en un Estado de la Unión gana todos los votos electorales de dicha entidad. Esto le permite a un candidato recibir el voto mayoritario del Colegio aunque el voto popular lo desmienta.
Tan conflictiva resultó la antagonía entre voto popular y voto electoral que la elección fue a dar a la Suprema Corte de Justicia, donde Bush ganó la Presidencia gracias a un voto indirecto y por la flaca mayoría de una voz. De allí que Susan Sontag llamase a Bush ?the selected president of the United States?: el presidente seleccionado. Con tan frágil legitimidad, sin embargo, Bush y su Gobierno (Gore Vidal los llama ?la Junta de Washington?) se lanzaron a implementar una política extremista de derecha que, desacreditada hoy, no hará sino dejar profunda huella en la vida de los EU.
En todo caso, interino o sexenal, el poder obliga al Príncipe, en las palabras de Maquiavelo, a ?mantener el Estado? y si lo logra, sus medios siempre serán considerados ?honorables?. Pero si para ser Príncipe se necesita conocer al pueblo, al cabo, será el pueblo el que conozca, reconozca y desconozca al Príncipe. El interinato no escapa a esta regla.