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Los interinos

Raúl Muñoz de León

El antecedente más cercano lo encontramos a propósito del asesinato de Álvaro Obregón ocurrido el 17 de julio de 1928, tras haber sido electo como presidente de la República para un segundo mandato, de 1928 a 1934, pues la reforma del 24 de enero de ese mismo año amplió de cuatro a seis años el período presidencial, habiendo maniobrado para que la Constitución se modificase y permitiera la reelección después de un ejercicio constitucional. Su osadía le costó la vida.

El país vivió en esos días una terrible crisis política. Calles, que terminaría su Gobierno el 30 de noviembre, enfrentó una sombra de sospecha, pues no pocos consideraban que pudo haber sido el autor intelectual del homicidio y no el fanático religioso aceptado por la historia oficial, y en el Congreso aparece ante la visión de muchos diputados como el más beneficiado con el crimen de Obregón. En el mensaje político de su último informe de Gobierno dijo que había llegado la hora de una “verdadera vida institucional para que México pase de país de un solo hombre a Nación de instituciones y leyes”.

El cinco de septiembre se reúne en Chapultepec con miembros de su Gabinete y del Ejército para discutir sobre el presidente interino y de manera astuta e inteligente se abstiene de proponer candidato e induce a que los obregonistas se pronuncien por Emilio Portes Gil y él lo acepta, a quien el 25 de septiembre el Congreso designa presidente de la República con el carácter de interino asumiendo el cargo el primero de diciembre de 1928. Simultáneamente se convoca a elecciones extraordinarias que se celebran en julio de 1929.

Esta campaña presidencial estuvo amenazada por dos graves conflictos: la rebelión escobarista contra Calles y Portes Gil y la Guerra Cristera. Cinco candidatos compitieron por la Presidencia, pero los más fuertes fueron Pascual Ortiz Rubio y José Vasconcelos. El primero postulado por el naciente PNR, creado por el mismo Calles; y el segundo, con gran presencia en los círculos intelectuales pues había sido secretario de Educación, careció de una organización fuerte y solvente que lo apoyara por lo que realizó una campaña basada sólo en su prestigio personal.

Así los resultados electorales favorecen a Ortiz Rubio, quien toma posesión como presidente de la República, constitucionalmente electo, el cinco de febrero de 1930 y el mismo día de su posesión fue herido en un atentado que logró superar. Sin embargo, sujeto a las órdenes de Elías Calles, fue objeto de presiones y de una persistente campaña de desprestigio, atribuyéndole apodos hirientes como “El Nopalito” y la prensa de la época se mofaba de su investidura, haciéndose famoso aquel anuncio que decían había en la residencia oficial del Ejecutivo: “Aquí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”, por lo que renunció a su cargo el tres de septiembre de 1932, se exilió en Estados Unidos y regresó a México hasta 1935.

Ante este hecho, el Congreso de la Unión nombró presidente de la República, con el carácter de sustituto a Abelardo L. Rodríguez, para concluir el período que debió iniciar Obregón, asumiendo su cargo el cuatro de septiembre de 1932 y hasta el 30 de noviembre de 1934. Lo que destaca en este breve relato es que tanto el licenciado Portes Gil, como el ingeniero Ortiz Rubio y el general Rodríguez fueron hechura de Calles, haciéndose llamar “Jefe máximo de la Revolución”; por eso dice el corrido:

“Calles hizo presidentes/ a su antojo y condición,/ lo llamaban hombre fuerte/ y de máxima traición.

Pero vino un presidente/ con valor y decisión,/ Cárdenas que fue valiente/ lo expulsó de la nación”.

r_munozdeleon@yahoo.com.mx

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