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Los judas

Javier Fuentes de la Peña

Ahora resulta que Judas no fue un traidor y que su beso fue una amorosa manera de cumplir la orden de Jesús de entregarlo a los romanos para que así pudiera darse la redención de la humanidad.

Sin embargo, esas pruebas fehacientes de muy poco le servirán al señor, pues en esta Semana Santa su imagen será torturada e incinerada una vez más en cientos de pueblos mexicanos.

Hace años tuve la oportunidad de pasar estos días santos en Chavarría Nuevo, pequeño pueblo de la sierra de Durango. Llegado el Domingo de Resurrección, mientras las mujeres se esmeraban cocinando los múltiples manjares típicos de la Semana Santa, los niños corrían por las calles mientras esperaban que la fiesta comenzara.

Lo mismo sucede cada Domingo de Resurrección. El luto guardado en los últimos días, desaparece para dar paso al júbilo de esta fecha. Recuerdo que en aquel domingo de 1991, apareció un contingente de hombres que a gritos invitaba a la gente a salir de sus casas.

Estos hombres eran los padres de los niños que corrían por las calles y los esposos de las mujeres que llevaban todo el día pegadas al fogón. Ninguno de ellos había llegado a dormir a sus casas, pues la tradición los obliga a beber todo el mezcal que puedan durante la noche, esperando la resurrección del Santísimo Señor Jesucristo y confeccionando, entre todos, un monigote de paja que al día siguiente recibirá el castigo del pueblo entero.

“¡Judas, hijo de la..!”, gritó un hombre al mismo tiempo que propinaba un tremendo garrotazo en el lomo de ese odiado personaje. El Judas, como lo llama la gente, se encontraba cada vez en peor estado. Por la boca comenzaba a salírsele la paja; en la espalda tenía grabada la marca de una vara enlodada con la que fue golpeado; a su mano derecha sólo le quedaban tres dedos, y en su sombrero lucía un tremendo agujero. Por si fuera poco, el Judas también era maltratado por el burro en el que iba montado, pues cuando alguien se acercaba a insultar o a golpear al monigote, el asno se ponía nervioso y comenzaba a dar de reparos, zangoloteando al pobre Judas que nunca imaginó que le fuera a salir tan caro el favorcito que le pidió Jesús.

Pero eso no era todo, pues la ira del pueblo no paró hasta ver al Judas colgado de un árbol, con la lengua de paja de fuera y soportando la humillación y los insultos. Como si el castigo no hubiera sido suficiente, alguien encendió una mota de algodón y la colocó en la punta de una lanza de madera. De un golpe certero, encajó la enardecida lanza en un costado del Judas y aunque no gritó de dolor, su cuerpo entero crujía al despedir lenguas de un fuego inclemente.

“¡Quémate en el infierno, maldito traidor!”, “¡Eso te pasa por atreverte a besar a nuestro Señor!”, “¡El próximo año te va a ir de la..!”. Los gritos de la comunidad desfilaban por el viento, al igual que la oscura humareda que despedía el ardiente cuerpo del Judas.

Un año más pasa y como dicta la tradición, el Judas volverá a ser chamuscado. Aunque quizá muchos no tengamos la costumbre de quemar al Judas, tal como lo hacen cada año los campesinos de la sierra de Durango, aprovechemos esta época para reflexionar y extirpar de nuestra sociedad los vicios y prácticas que nos alejan cada vez más de lo que se conoce como civilización.

Quememos, por ejemplo, al judas de la corrupción. La lucha por el poder y por el dinero ha llevado a los políticos mexicanos a renunciar a todos sus principios y a sacrificar el bienestar del pueblo y con tal de lograr sus objetivos, incurren en un sinfín de prácticas deshonestas que traen consigo subdesarrollo, pobreza y desesperanza.

Rociemos de gasolina al judas de la apatía y prendámosle fuego. Durante años los mexicanos hemos estado cruzados de brazos esperando que el Gobierno mejore nuestra vida. ¿Y qué es lo que conseguimos? Absolutamente nada, pues con nuestra apatía permitimos que los gobernantes actúen conforme a los dictados de su propia conciencia, lo cual no es ninguna garantía. Muy pronto tendremos que elegir a nuestro presidente de la República. Quememos esa apatía y votemos el dos de julio.

Así como éstos, hay un sinnúmero de judas que día a día se empeñan en ocultarnos el significado de la verdadera felicidad.

Aprovechemos estos días de calma para reflexionar acerca de los judas que nos impiden ser mejores personas. Si empezamos nuestra propia hoguera, lograremos liberarnos de todos esos judas que muchas veces nos llevan a traicionarnos a nosotros mismos y por lo tanto, a traicionar a la sociedad en la que vivimos.

javier_fuentes@hotmail.com

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