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Los levantiscos

Gilberto Serna

Una trifulca de antología, una gresca de órdago o una bronca de pocos amigos fue lo que convirtió el salón de sesiones de San Lázaro en réplica de una arena de boxeo donde legisladores dirimían su derecho a ocupar la tribuna, unos para preservar el lugar donde el primero de diciembre cumplirá el presidente electo con la obligación de rendir su protesta constitucional y otros con el propósito evidente de impedirlo. Las dos bancadas, del PAN y la del PRD, se trenzaron en una épica batalla en la que no hubo vencedores ni vencidos pues al final ambos grupos ocuparon el estrado separados en los extremos, paradójicamente a la izquierda los panistas, en tanto a la derecha quedaban los de filiación perredista. En un momento aquello era un caos. Los hombres caían al piso, las mujeres aguantaban los empellones, los reporteros tomaban sus gráficas, los guardias se mimetizaban. Un diputado, como lo haría cualquier jugador de futbol americano, arremetía contra los que embrazados formaban un cerrado cerco para impedir el paso a sus homólogos. Había quien pretendía acceder a la mesa superior, impidiéndolo los que estaban a su lado jalándolo de piernas y brazos cayendo al vacío golpeándose en una alfombra sobre el piso inferior sin haber logrado su cometido. Los jaloneos estaban a la orden del día, en una demostración plena de democracia. Bueno, eso se dice, que es el riesgo de vivir en una democracia..

Las preguntas que flotan en el aire son ¿qué pasará cuando hoy se presente a tomar posesión de su encargo el presidente entrante?, ¿cambiarán de lugar?, ¿acudirá a la ceremonia el presidente saliente?, en caso de que muden de sede ¿la convocatoria la harán sin la participación de los diputados del PRD? ¿A la velocidad de un rayo levantará el brazo, prometerá cumplir, etcétera, para luego salir como sin pérdida de tiempo con rumbo al Campo Marte, desde donde, rodeado de militares, les enseñará la lengua a sus opositores?, ¿o se quedará en actitud mayestática a leer un mensaje a la nación después de recibir la banda tricolor? Lo sabremos este día. Aquí sí, hay que decirlo, la criada les salió respondona a los perredistas. Estaban acostumbrados a hacer cuanto se les antojaba y de repente se les aparece la mano pachona. Mejor maiceados, por eso más fortachones, los diputados panistas dieron una demostración de que también son de Tecatlitán, de donde, dice el corrido que cantaba Jorge Negrete, son los hombres. Un diputado no volverá a salir de su casa sin llevar consigo una careta de las que usan los soldadores, pues recibió en pleno rostro un gas de los que llevan las mujeres en su bolso para defenderse de algún atracador callejero.

Los que tomaron la tribuna a querer o no tendremos que admitir, le dieron un toque de romanticismo insoslayable. Tenderse en el suelo, cual largos son, o retrepados en incómodos sillones tratando de conciliar el sueño, oyendo una sinfonía de ronquidos, captando los olores corporales, algunos con un dormir agitado, alguien lloriqueaba a los lejos, aquel que la noche anterior cenó tamales con carne de puerco, presa de retortijones, habrá quien crea escuchar fuertes pisadas y el típico sonido metálico de los cerrojos, hay una neblina que se recarga indolente en unas tapias de adobe, al fondo un paredón, de súbito el timbre de un teléfono al otro lado del pasillo lo vuelve a la realidad, es la mañana siguiente, los huesos molidos, el traje que con tanto esmero le planchó su mujercita, luce arrugado, el dolor de cabeza, sin duda el chocolate que le dieron la noche anterior, como entre sueños le pareció recordar que un hombre bajito de estatura, de lentes, subió al podium levantó el brazo y pronunció frases, como si estuviera diciendo una letanía.

Tenía la sensación de haber escuchado risas jubilosas, luego le pareció oír un tropel de personas que se alejaban. Ya despierto del todo se frotó los ojos. Sus compañeros de bancada dormían plácidamente. Un fuerte rumor empezó a correr en las bancas de atrás, pertenecientes al PAN y al PRD, durante la larga noche una pareja de jóvenes diputados se habían comprometido. Pertenecían a las familias que bien pudieron llamarse los Montesco y los Capuleto. Durante las horas nocturnas se habían hecho arrumacos convenciéndose que no podían vivir el uno sin el otro. Las distancias eran lo de menos, les interesaba el amor que había nacido entre ellos. Estaban dispuestos a arrostrar cualquier obstáculo, sin importar banderías políticas. En tanto, aquello se había convertido en un mesón donde vendían tamales, hamburguesas, tortas y azucarados churros. En los primeros minutos de la madrugada se escucharon voces que entonaban canciones vernáculas, para terminar con las tradicionales Mañanitas. Después del barullo de los levantiscos, todo quedó en silencio, presagiando tormenta.

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