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Los muñecos de trapo

Gilberto Serna

Por qué será que no me extraña que políticos y hombres de negocios se reúnan para apoyarse mutuamente en una relación, productiva a ambas partes, a lo que se podría llamar, sin temor a incurrir en una exageración, un maridaje perfecto. Como la unión de la vid y el olmo, dice el diccionario de la lengua, de la real academia española, al definir el concepto, indicando que su significado es una unión, analogía o conformidad con que unas cosas se enlazan o corresponden entre sí. Lo que no he podido entender y sin embargo lo percibo, es la hipocresía de los que se dedican a la cosa pública que se dan baños de pureza a pesar que sean sorprendidos revolcándose en el lodo de una maloliente zahúrda.

Muchos años, he sabido de los trapicheos de quienes ejercen el mandato de los ciudadanos ocupando lugares desde los cuales pontifican asumiendo que están autorizados para hacer cualquier cosa que les deje dinero, empezando por los jugosos sueldos que se han fijado sin el menor rubor frente a una sociedad que rinde homenaje a los poderosos, sin fijarse en la insignificancia de averiguar cómo lograron hacerse de capital, en un país donde la pobreza tiene su imperio.

Hay algo podrido en estas tierras de lo que muy pocos se salvan, despidiendo olores mefíticos, dispuestos a perdurar por los siglos de los siglos. No hay límite mientras se mienta diciendo que “La patria es primero”. Unos más y otros también todos los que se mueven en ese ambiente de inmundicia al paso de los años continúan conservando sus prebendas. Hay en los políticos una tendencia a insultar la inteligencia de los mexicanos, capaces de asegurar que la luna es cuadrada, cuando los hechos están a la vista de cualquiera que tenga ojos.

Que hay cabildeos en el Congreso de la Unión para favorecer intereses de particulares, protagonizados por los propios legisladores, nadie lo ignora. Que así se logra que iniciativas se aprueben sin mayores trámites es cosa de todos los días. Que diputados y senadores se prestan a esos juegos de poder, ni duda cabe. -A Dios gracias, el teléfono, se ha constituido en el detector de mentiras, más efectivo aun que el chile piquín y el agua mineral, que usaba la Policía para que los detenidos “soltaran la sopa”, cuando el auricular logra se use vocabulario, que avergonzaría a un carretonero, confesándose ataduras perversas en que las partes se muestran, como lo que son: pérfidos hampones de la política nacional-.

¿Qué es suficiente para que una iniciativa reciba la aprobación de la mayoría necesaria?: que lo proponga quien representa los intereses de “arriba”. ¿Quién o quiénes están arriba? la contestación es: los que cuentan con bastante dinero para convencer al más renuente o idealista de los congresistas, o, en su caso, a quienes conocen los recónditos secretos de políticos encumbrados. El dinero es poderoso caballero, ni duda cabe. Lo peor es que la sed de riqueza ha llegado para quedarse.

Hay una avidez que no rompe saco alguno, como se dice cuando hablamos de una ambición desmedida. Una Legislatura pasa y viene otra sin que se vea que alguien cojea aunque sea evidente que lo hace. Los personajes se cuidan para que no se les note la renquera y cuando son cogidos, venciéndose hacia un lado, tratan de recomponer la figura negando que los hechos hayan sucedido, culpan a los demás por dar a conocer hechos vergonzosos y se quejan de que se trata de un juego sucio de sus enemigos, ellos son, sépalo usted, la honorabilidad andando, lo que se dio a conocer es una canallada, que él no es alcahuete de nadie; ¡hum! niegan, niegan y niegan, que ésa es su mejor arma porque saben que en este país, nadie vigila, nadie investiga, ni nadie castiga. Es por excelencia, el país de la impudicia*. Las conversaciones grabadas hablan por sí mismas.

Hay una arraigada cultura de corrupción, que ha llegado a todos los estratos sociales. Estamos nadando en aguas pestilentes, de cuyos emanaciones no nos damos cuenta porque nuestro olfato se ha ido acostumbrado. Estamos inmersos en un líquido viscoso y hediondo por lo que quien intente sacarnos a respirar un aire limpio y transparente, atenta contra la tranquilidad de las buenas familias y son un peligro para el país. Es mejor el lenguaje soez, ordinario y vulgar, siempre que nos sirva para arreglar asuntos que de otra manera podrían tomar el rumbo de la decencia.

Nos hemos perdido el respeto y la consideración que merecemos. Dejamos que otros hablen por nosotros, como si fuéramos mudos, afónicos o se nos hubiera caído la lengua. Aunque esto último sea cierto, pues permitimos que por la puerta de atrás, vestidos de plurinominales, se cuelen sujetos a los que les importa una insolencia la nación.

No estamos muy lejos de convertirnos en muñecos de trapo, que pueden ser movidos a discreción para legitimar las aspiraciones de políticos que no se atreven a presentarse ante la ciudadanía a solicitar el voto, sino que su arribo a posiciones políticas se deriva de sus amarres con las cúpulas de los partidos políticos.

De ahí que no sientan que estén comprometidos con las causas populares. Qué tristeza, iba a escribir qué decepción, pero no, no nos decepcionan porque nunca hemos creído que México los necesite.

Nota bene.- *Impudicia: Deshonestidad, falto de recato y pudor.

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