el 30 de abril fue para José un día como cualquiera. Mientras unos niños jugaban en el parque con nuevos juguetes o comían las golosinas que les habían regalado en casa, José hacía lo mismo de siempre: desfilar entre los automóviles de la ciudad en busca de unas cuantas monedas.
Él es muy pequeño. Quizá no pase los seis años, pero su corazón no es ya el de un niño, pues en él viven la amargura, el sufrimiento y la desilusión. Muy dura ha sido la vida para José. En su espalda se dibujan los maltratos que ha recibido en su casa y en su rostro sólo puede verse una expresión triste y llena de resentimientos.
El viernes lo vi parado en una esquina, esperando que el semáforo prendiera la luz roja para comenzar su interminable desfile. Junto a él estaba una señora sentada sobre el adoquín de la banqueta, inspeccionando que José pidiera limosna a todos los conductores.
Cuando llegó a mi ventana, tentado estuve de darle las monedas que traía, pero no lo hice pues sabía que ese dinero finalmente iba a parar al bolsillo de la abusiva mujer. Preferí darle mejor una paleta, confiado en que le iba a gustar mi regalo, pero no fue así. Su adusto rostro permaneció inmutable y sin voltear siquiera a verme, siguió a toda prisa su peregrinar entre los coches de la ciudad.
Es triste el futuro de niños como José. La desnutrición, el analfabetismo y los abusos marcan su existencia desde la más tierna infancia. Cuando llegan a la edad adulta, pesa sobre ellos la losa del pasado, teniendo que cargar cada día con un cúmulo de amargos recuerdos.
Ver a un niño en la calle es lo más triste que puede haber, pues en este lugar sólo están expuestos a vivencias que los desvían del buen camino. Quizá suene fuerte, pero un niño de la calle es un futuro delincuente, un futuro desempleado, un futuro abusador.
Los niños como José abundan en la ciudad y en México y abundan también las personas que los explotan y abusan de ellos. En nuestro país no es raro saber de niños maltratados. Según el INEGI, en uno de cada tres hogares mexicanos se presenta la violencia intrafamiliar. Casos de maltrato emocional, intimidación o abuso físico o sexual son cada vez más frecuentes.
Las autoridades se han preocupado por esta situación y han emprendido operaciones de rescate a niños de la calle, así como programas de combate a la desnutrición. Han creado también dependencias especiales para atender física y sicológicamente a quienes sufren algún tipo de maltrato. Sin embargo, por más esfuerzos que hagan nuestros gobernantes, seguirán existiendo niños a los que se les arrebata injustamente su niñez.
Un niño es lo más importante en una sociedad y si se abusa de ellos, negro será el futuro de esa sociedad. Mucho podemos hacer nosotros para evitar que siga aumentando el número de pequeños maltratados o de niños que crecen en la calle a su libre albedrío.
Existen loables esfuerzos comunitarios que buscan dar un mejor futuro a los niños. Como miembros de esta sociedad, tenemos la obligación de participar en estos programas donando recursos y también ofreciendo nuestro esfuerzo.
Hay programas, por ejemplo, que pretenden asegurar la educación de los niños. Existen otros que buscan atender a niños maltratados, dándoles nuevos motivos para sonreír.
Nadie tiene el derecho de pisotear los derechos infantiles. Quien se atreve a maltratar a los niños o a obligarlos a trabajar aunque sea desfilando entre coches en busca de unas monedas, merece el peor de los castigos, pues no sólo está cortando de tajo las ilusiones que reinan en el corazón de los menores, sino que también está truncando el futuro de la sociedad.
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