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Los piojos

Gilberto Serna

Lo que le pasó al senador Diego esta semana es inadmisible. Fue bruscamente jaloneado por una turba que se encontraba en las afueras del recinto donde celebran sus sesiones los legisladores de la llamada Cámara Alta. Imposible que sepamos si se trató de una simulación de linchamiento, expresamente preparada para colgarle la medallita de víctima, dirigida a producir lástima a la que tiende la comunidad cuando sucede un evento de esa naturaleza y a la que tan dados son los políticos en estos tiempos o en efecto se exacerbaron los ánimos del público que presenciaba el arribo de los senadores, reaccionando con furia al ver llegar al que consideran como principal impulsor de una Ley que se estima por un amplio sector social contraria al interés público, estando en contra de que se entregue a un medio electrónico las ventajas que se dice contiene la Ley en demérito de la función reguladora que corresponde al Estado, cuya potestad queda vulnerada.

Todos lo hemos oído. Que el Jefe Diego, como es conocido en los medios, tiene un flamante despacho en que se encarga de atender asuntos judiciales que les lleva a sus clientes, por lo que en varias ocasiones ha sido motejado de usar su valimiento para arreglar, en beneficio de su bolsillo, negocios que dicen sus malquerientes dan lugar a que se configure un tráfico de influencias. A pesar de que se le ha comprobado que litiga asuntos donde ha obtenido jugosas ganancias, si bien no ha encontrado límites legales para ello, se ha ganado la censura ciudadana que no ve con buenos ojos esa lucrativa actividad. Es por eso que quizá deberíamos atribuir el encrespamiento a una espontánea reacción popular. No es hombre que sea dado a fantasear provocando manifestaciones en su contra, ni sus enemigos necesitan del auxilio de una turbamulta para decirle lo que se merece. Debe reconocérsele su temeridad, cuando fue zarandeado por la multitud, al pararse frente a sus agresores, sin aparentemente perder la serenidad, con el cigarro-puro en los labios, como torero que ha sido desarmado de sus trastos y con gran arrojo se mantiene delante del toro, brazos en jarras, retador, estoico, esperando con arrogancia la embestida.

Aunque en el caso de Diego entre él y la turbamulta, para ese momento, había ya una valla de valerosos uniformados que le otorgaban protección. Su gesto no había sufrido ningún cambio: ojos encolerizados sólo por que sí, quijadas apretadas con jugo biliar a punto de salirle por las comisuras, cejas arqueadas al estilo de Rolando el Rabioso, rostro congestionado, mostrando su vesania, era el Diego de siempre. Es un político atrevido que suele ser tachado de altanero, fanfarrón y petulante. Pero no, los pescozones que recibió no se debieron, en esta vez, a su engreimiento sino a que los agresores percibieron que, el engendro de Ley que adentro se aprobaba, era de su autoría. Se advierte en los medios una gran animosidad que tiende a expresarse con brusquedad llegando al extremo de atacar a un legislador que, si no interviene la fuerza pública, pudo haber llegado a mayores. ¿No se dan cuenta de que esa belicosidad tiene su origen en que cada día que pasa el pueblo se percata de que los gobiernos actúan como si no hubiera más mexicanos que aquellos que manejan poderosos consorcios?

Un senador es una persona a la que se debe respeto. No obstante el respeto no es gratuito, se debe ganar. Hay en la sociedad, a nivel del hombre de la calle, la creencia de que quien atenta contra sus derechos, al aprobar una Ley contraria al interés de los mexicanos, no merece que se le tenga consideración. Ya se aproximan los comicios del próximo dos de julio, estamos en medio de la vorágine de una campaña electoral; considerando que se ha dado una puñalada trapera a los sentimientos ciudadanos, ya no deberá haber duda sobre quién se perfila, si las cosas siguen igual, como seguro ganador. Me resta decir que quien resultó beneficiada con las reformas a las leyes federales de Radio y Televisión, sólo pidieron y si les dieron no es su culpa. Es claro que no se privilegiaron los intereses comunitarios, pero esa función corresponde a las cámaras legislativas. En fin, lo único que queda por preguntar es: ¿si estos sucesos son o no los prolegómenos de un pretendido afán de desunir al país? Una llamada al raciocinio despejaría la incógnita de si aún existe algún político que use la cabeza para algo más que rascarse los piojos.

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