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Los platos rotos

Gilberto Serna

No veo cómo una conducta que violente la tranquilidad social puede traer beneficios a alguien. Lo más, creo, que deja es un peligroso precedente, pues que en la conciencia de todos que, en este país, la única manera de arreglar un quebranto de criterios es recurriendo al desbarajuste colectivo; ignorándose que hay tribunales, en este caso, administrativos que pueden dilucidar si alguien está actuando conforme a derecho.

Pero no, parecería ser que acudir a las instancias legales no soluciona nada, por lo que hay que salir a las calles a vociferar en contra del orden creado. La mayoría de las veces las autoridades ceden dejando constancia que existe una debilidad de los órganos del Gobierno que les impide actuar con la energía necesaria para restablecer la tranquilidad y sancionar los desmanes. Daría la impresión a un visitante distraído que el Gobierno carece de legitimidad. Es cuestión que un grupo se decida, aunque no todos tengan las manos limpias, a encarar al Gobierno para que a éste le tiemblen las piernas.

En protesta por la exigencia de la Profeco para que los gasolineros presenten el certificado de prototipo de las bombas, a fin que haya la seguridad de que se venden litros completos, aduciendo diversas circunstancias para no hacerlo, procedieron a paralizar parcialmente sus despachadoras reduciendo el servicio a una sola en cada estación de servicio.

Esto obviamente provocó el desquiciamiento vehicular, quienes hicieron largas filas para surtirse del carburante, ante la amenaza de 17 asociaciones de gasolineros de realizar un paro total de labores que provocaría graves daños a la economía de los usuarios, quienes se verían obligados a no circular tanto en ciudades como en carreteras. Eso sería el caos. Será por eso que las autoridades retiraron la posibilidad de revocar franquicias y, en su caso, llegar a la requisa. Lo que en realidad pasó es que la Procuraduría Federal del Consumidor reculó en lo concerniente a seguir cerrando estaciones de servicio. Diré de paso que, para los efectos de este comentario, hasta cierto punto, no interesa quién tenga la razón.

La experiencia que dejó este asunto es aterradora. La autoridad demostró una vez más que se vio rebasada por la tozudez de los concesionarios. El público se contentó con tragarse su bilis en grandes aglomeraciones para acceder a que le colocaran una manguera en su vehículo, después de largas horas de permanecer a la intemperie. Usamos palabras fuertes pero mansamente aceptamos acudir a los surtidores colocando nuestro vehículo en la fila respectiva. En las ciudades donde hubo paro, se formaron filas con la consiguiente pérdida de tiempo y estorbo a la libre circulación de vehículos.

Antier los dueños de gasolineras publicaron un desplegado en los periódicos cuya redacción tiende a menguar la molestia y enojo que entre la ciudadanía provocó el paro. Dan disculpas por lo que ocasionaron “con motivo de las medidas defensivas emprendidas por nuestra agrupación”. La pregunta que está a flor de labios es ¿qué no hay recursos legales para demandar que cese el quehacer de las autoridades?

¿Por qué deben ser los automovilistas los que se vean afectados? No hay razón ética ni legal que justifique que el agredido sea el usuario. En este país ¿estamos o no en un Estado de Derecho? Los particulares viendo el ejemplo ¿pueden justificadamente, como al efecto sucede con bastante frecuencia, proceder a ocupar la vía pública, desquiciando el orden público, para obtener un resultado satisfactorio a sus reclamos?

En el texto de su inserción, dirigido al público en general, donde dan cuenta que lograron la suspensión indefinida de la aplicación de las medidas coercitivas efectuadas por las dependencias federales, dicen que “hasta encontrar una solución satisfactoria para ambas partes”. Se reconoce implícitamente que el usuario no es “parte” en sus diferencias con la autoridad por lo que indebidamente se le involucra recibiendo la peor parte, diría yo, sin deberla ni temerla. En fin, lo único que habría que agregar, a lo hasta aquí dicho, es que como siempre es al pueblo al que le toca pagar los platos rotos.

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