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Los políticos y las orcas

Gilberto Serna

El epitafio en la lapida, dirá: aquí yacen los que en tiempos pasados fueron la mayor fuerza política de este país, quienes han perecido muy a su gusto dejándose arrastrar por sus locas emociones. Los destruyeron las desmedidas ambiciones de sus miembros. En efecto, hacía tiempo que se había perdido la cohesión. Se formaron grupúsculos que no les importó ver arder su casa con tal de que nadie se quedara con ella. Fueron los más encarnizados detractores de quien estaba sentado en la silla de mando de su organización. Habían logrado crear el ambiente propicio para que uno de sus partidarios encabezara la batalla para derrotar a ese odiado rival, sin embargo se demostró que todos, de un lado y otro, eran vulnerables a las tentaciones que conlleva el poder. La corrupción los envolvió como una tolvanera que penetra por los resquicios más impensados de una casa que nunca fue respetable pero donde se guardaban las apariencias, a pesar del farol rojo que colgaba al exterior de su puerta. Se fingía unidad que daba lugar a que los que no alcanzaban pareja esperaran pacientes la siguiente pieza musical.

Actualmente la única oportunidad de volver por sus lauros la están desperdiciando en luchas internas. En estos días quien no logró transitar hace seis años por una senda de triunfo por que no supo como hacerlo, está destruyendo la de su contrario quizá por que intuye que sería menos su ridículo si los que manejan el PRI ahora pierden de nuevo o por que teme que en el futuro haya una represión.

Son fuerzas que vienen del pasado propiciando que se den empellones por que no pueden concebir que alguno de los grupos pueda brillar. Las cabezas han sido presidentes por lo que cuentan con políticos de peso completo que no están dispuestos a calentar la banca. Sin embargo como su odio tiene raíces profundas, no quieren ceder ante el empuje de los anhelos ajenos. El que encabeza Carlos Salinas tiene a Roberto Madrazo como su pupilo, en tanto que Ernesto Zedillo había fracasado seis años antes con su protegido Francisco Labastida. Ambos, en el transcurso de los años, han venido protagonizando peleas campales de antología.

No se olvida que Zedillo accedió a la Presidencia de la mano de Salinas cuando muere en Lomas Taurinas Luis Donaldo. Eso causó la escisión, primero en el Gobierno y luego en el partido, desquebrajándose la unidad que había prevalecido hasta entonces. Atrás estaba Joseph Marie Córdoba Montoya que jugó con los dos presidentes, hasta que rompieron. A partir de ese momento el PRI se dividió, sin que hasta la fecha nadie haya sido capaz de recomponer las piezas sueltas que se han ido convirtiendo en un verdadero rompecabezas. La fuerza se vio menoscabada al perder en las manos del PAN la Presidencia. Es del todo posible que no la recuperen, pero entretanto ninguno de los grupos quiere ceder cuando se trata de ocupar curules o escaños que se han vuelto parte de una rebatinga, aunque en este caso nuevas fuerzas irrumpen en el campo de batalla: que son los gobernadores que saben que su tranquilidad depende de contar con la fidelidad de hombres o mujeres en ambas cámaras.

Mientras se destrozan los facciosos dentro del PRI, Felipe se agarra de los faldones de Vicente y busca ansioso el respaldo de los neo-panistas. Su desventaja es que ahí también se han repartido sopapos creándose bandos contrarios que no han podido zanjar sus diferencias. En el Estado de México, considerado como el laboratorio electoral que apunta que partido político tiene la preferencia, no sólo ahí sino a nivel de nación, se celebraron comicios en que asomó el fantasma del abstencionismo pues únicamente el 37 por ciento de los ciudadanos con credencial de elector acudieron a las urnas. ¿Cuál es la lectura que se debe dar a este fenómeno pernicioso para la democracia?, ¿que se considere lo mismo ocurrirá en el resto del territorio nacional? Mientras los bandos en el PRI y en el PAN luchan por eliminarse internamente, el PRD cae en una trampa al trabar una disputa con el innombrable, en que aun venciéndole no tiene nada que ganar y sí mucho qué perder. En fin, es una epidemia que azota a los partidos en que cada uno lucha contra sí mismo en un incomprensible deseo de autodestruirse, como orcas que se dejan morir en las arenas de una lejana playa.

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