Por cualquiera que haya sido la causa no se cumplió la amenaza que hicieron los perredistas de que no permitirían, bajo circunstancia alguna, que Felipe Calderón Hinojosa tomara posesión como presidente de la República en el recinto legislativo de San Lázaro. Hizo acto de presencia, levantó el brazo protestando y recibió la banda tricolor. La protesta vale aunque haya entrado por la puerta de servicio, lo mismo hubiera sido si baja en paracaídas, lo fundamental es que estuvo en el momento crítico. De acuerdo con la Ley lo hizo la mañana del día primero del mes en curso. Se le dijo a Vicente Fox Quesada que tampoco sería aceptada su presencia, bajo amenaza de la bancada del PRI de abandonar el salón. A pesar de ello, su alta figura, ya sin banda semejaba a la de un apaleado don Quijote de la Mancha, apareció de pie a un lado del nuevo Ejecutivo, quien en medio de una ensordecedora gritería que no impidió, para nada, que se escucharan con nitidez sus palabras, pronunciadas con gran claridad, sin que en ningún momento le temblara la voz. El micrófono que llevaba el sonido a los aparatos televisivos no dejó asomar emoción que demostrara el nerviosismo que francamente cualquiera en su lugar, viviendo las mismas circunstancias, no hubiera podido ocultar. Fox acusaba en su rostro que había un peligro latente musitando para sí mismo, ?qué demonios estoy haciendo aquí?. Esa es precisamente la diferencia que no sólo está en la estatura física, sino en la determinación para tomar medidas aun con el riesgo que representen.
Hay que considerar que Calderón Hinojosa iba arropado por diferentes cuerpos que de nada hubieran servido si a él le hubieran faltado agallas. Durante los días previos había anunciado que asistiría y lo hizo. De aquí en adelante no todo será miel sobre hojuelas pero servirá mucho que no haya demostrado temor para enfrentarse a su destino. Poco a poco tendrá que abrirse los caminos que lo acerquen al pueblo de abajo que por ahora, para que es más que la verdad, lo traen en remojo. A los de arriba ya desde antes se los echó al bolsillo. De las cosas que gustaron, en una primera ojeada, es que haya tomado discreta distancia dándole su lugar a la madre de sus tres hijos. Eso de andar de manita sudada es una cursilería que a nadie engaña desde que el presidente José López Portillo, lo hacía con doña Carmen Romano para después con inaudita desfachatez irse de travieso detrás de cada falda que le pasaba por enfrente. Menos le quedaría besarse a las puertas de la basílica de San Pedro, como Vicente con su media naranja, aparentando una eterna luna de miel, mientras su parentela política hacía de las suyas en detrimento de su buena fama y por andar dándole alas se soñó que se sentaría en el trono.
Mucho debe alegrarnos que no se hayan despertado las expresiones de inconformidad que hubieran llevado el asunto más allá de lo que es conveniente. No podemos soslayar que los tiempos actuales son difíciles. Tanto o más que cualquier época que hayan vivido las generaciones de mexicanos hasta el día de hoy. He de coincidir con los que piensan en que, a partir del sexenio que acaba de concluir, no es posible seguir gobernando el país con expectativas. Hay que atacar de frente los graves problemas que afectan la credibilidad de los gobernantes. Uno de ellos, quizás el mayor, es la corrupción. El que es buen juez por su casa empieza, dice un viejo refrán. Está en todas partes, desde el humilde policía de tránsito que exige una dádiva por no infraccionar una falta, como en los peces gordos que se mueven en las altas esferas de la Administración pública traficando con sus influencias. Los casos están a la vista de todos, los nombres también, sobretodo si se trata de políticos por que su proclividad a los delitos patrimoniales los deja al descubierto. Los únicos que no los ven son quienes estarían encargados de castigar sus tropelías.
No hay en la historia de este país la seguridad de que no vayan a pasar acontecimientos que tengan su origen en la pobreza. Los gobiernos anteriores se han dedicado a proclamar que nada impedirá se haga lo necesario para redimirlos. Durante varios periodos se hicieron promesas dirigidas a favorecer a las clases más desprotegidas, para luego, ya casi para irse del mando, pedir perdón, no como algo sincero sino en un abuso más de la credulidad de quienes viven en chozas de cartón, pretendiendo que se aguanten una vez más el hambre por que el que viene atrás se encargará de mejorar sus precarias condiciones económicas. Este país se ha venido acostumbrando a que se resuelvan sus problemas con saliva. Creo que ha llegado la hora de hablar sin tapujos, nada más con la verdad. El nuevo presidente es un buen cristiano que en su niñez y en su juventud aprendió al caminar por calles embaldosadas, entre sombras que no lograba disipar el farol de la esquina, en una ciudad de embrujo, abrigada por la neblina. No debe dejarse guiar por las fuerzas más represivas. Debe saber que la pobreza no es buena consejera para quien la sufre. Un estómago vacío tiene pensamientos que no presagian nada bueno.