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LOS SIGNOS DEL PLACER

Julio Alejandro Quijano

LOS SIGNOS DEL PLACER

Lo primero que llama la atención es la luz. Por fin, luego de cuatro meses de frío, es verano en Alemania y los berlineses cumplen con rigor uno de sus ritos más deshinibidos. Salen de su casa, corren hasta el parque Tiergarten y se tiran en el pasto. Las mujeres se quitan primero la playera y luego el brasier. Se tuestan la piel por detrás y luego por delante.

En el país natal de Sigmund Freud, el pensador que concluyó que los hombres son polimórficamente perversos, la desnudez parece un signo de placer más que de libertad. A principios de 2006, una organización evangélica (Weißes Kreuz) levantó una muestra estadística que ofreció un resultado escandaloso: la cuarta parte de los jóvenes alemanes tienen problemas derivados de la banalización del acto sexual.

Para entender estos resultados quizá baste encender la televisión en el canal 7. Una mujer en bikini incita a que le llamen por telefóno para ganar mil euros en un concurso de preguntas sobre la Copa del Mundo de Futbol.

En un pizarrón están las categorías de Aficionado, Amateur y Profesional. Entra la primera llamada. Acierta a responder que Alemania fue subcampeón en el Mundial de México. La mujer lo apunta en la categoría de aficionado mientras baila y se quita al menos la parte derecha del brasiere.

El telespectador acierta una segunda pregunta: Brasil es la selección con más campeonatos ganados. El brasiere cae por completo y avanza a la categoría de Amateur.

La mujer formula la tercera pregunta. Silencio. La cámara enfoca la parte baja del bikini. El espectador responde. Falla. Pierde el dinero que había ganado y la mujer se pone lo que se había quitado.

Es un canal dentro del sistema básico que todos pueden sintonizar diariamente.

También se anuncian mensajes de video pornográficos para el teléfono celular y de texto para obtener fotografías de mujeres y hombres en posiciones que muchas religiones prohiben.

Pero en caso de que la virtualidad no sea suficiente, Alemania tiene como casi todos los países un espacio real para el sexo.

Hacia el norte, en la orilla del Río Elba, es posible bajarse del metro en la estación St. Pauli.

Lo primero que llama la atención es la luz. A diferencia de Berlín, acá es una luz artificial, de colores y espejos. La calle Reeperbahn es un hilera de table dances con entrada gratuita.

Hay, sin embargo una emoción más fuerte: la Herbert Straße. Es una media calle resguardada por una puerta de fierro pintada con graffitis y el anuncio de que sólo se permite la entrada a mujeres. Adentro, las prostitutas ofrecen servicios de 50 y 100 euros dependiendo de gustos y posiciones económicas.

Kasta Niennalle está cruzando la calle y en sus balcones se asoman todavía más ofertas que van de las bellezas rubias a las mulatas.

Antes de comenzar el Mundial de Futbol, hubo protestas por considerar que Alemania podría ser invadida por sexoservidores de países aledaños. Quizá por ese mismo pudor, el barrio de San Pauli no aparece en las guías turísticas de la ciudad de Hamburgo.

En el mapa, esta zona de la ciudad parece un tramo sin chiste. O quizá Sigmundo Freud tenía razón: ?La represión es un acto no consciente; la inconsciencia es causa y efecto de la represión?. Mientras tanto, en Munich ha adquirido fama una limousina que pasea por la ciudad con el quemacocos abierto. Es la publicidad de un table dance. Por el quemacocos se asoman mujeres de formas tan redondas y ropa tan pequena que (consciente o inconscientemente) los hombres de todas las nacionalidades voltean para mirarlas.

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