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Los une el destino

El País

MADRID, ESPAÑA.- Estaban predestinados a encontrarse: la estrella del rock y el rey del underground español. Dos tipos de egos, dos lenguas afiladas que se juntan en El tiempo de las cerezas, un disco hecho a calzón quitado. Música lustrosa que no presentarán en vivo.

Ni siquiera hay coincidencia generacional. El zaragozano Enrique Bunbury, de 39 años, es mayor que el gijonés Nacho Vegas, de 32.

El aragonés facturó el rock épico de Héroes del Silencio, que triunfó en Europa ante el asombro de la hostil crítica española. Por contra, el asturiano siempre ha gozado del beneplácito del periodismo, primero con el grupo Manta Ray, y luego con esos discos propios donde modifica los patrones del cantautor con su gusto por la truculencia narrativa.

Pero las apariencias despistan. Como solista, Bunbury es culo de mal asiento: quema etapas sonoras y se embarca en expediciones corsarias que no le van a dar público masivo ni dinero: la musicalización de los versos de Leopoldo Panero o el espectáculo circense Freak show. En esa última aventura enroló a Nacho Vegas.

Asumamos que estaban predestinados a aliarse: El tiempo de las cerezas es un doble compacto donde a cada tema de Bunbury le sigue uno de Nacho.

Hoy, Bunbury lleva negro uniforme de rock star y mira con cierta desconfianza, ésa que se sedimenta en desencuentros ocurridos en algún encuentro anterior, ante alguno de sus conciertos desaforados.

-Debes de ser el único músico español que va a Cuba y no vuelve con canciones contaminadas de cubanía.

-ENRIQUE BUNBURY. Bueno, En la espina dorsal del universo es un son que pasamos por la batidora de Tom Waits. En La Habana contacté con músicos y pintores y es posible que haga algo allí: el estudio de Silvio [Rodríguez] está muy bien. Pero este disco empezó a pensarse antes. Y la premisa era hacer rock sin connotaciones latinas? a no ser que Nacho comenzara a cantar salsa.

-Vamos, todo el mundo suele venir cambiado de Cuba, horrorizado o maravillado, aunque nunca indiferente.

E.B. Pues no tengo grandes revelaciones. Fueron dos meses de dolce far niente. Iba con mi novia, teníamos cicerone, y lo disfrutamos. Con algunas frustraciones: por ejemplo, es imposible comer bien, aunque vayas a restaurantes privados.

-Cierto: entre otros méritos, Castro ha acabado con el paladar de una nación obsesionada por la comida. Sigue una discusión gastronómica. A pesar de su magra percha, Enrique se preocupa por el yantar: él elegirá el restaurante donde prolongamos la entrevista.

Presume de buen cocinero: ?Mi marmitako es espectacular. En arroces soy un experto. Los pescados al horno me salen maravillosos?. Este sibarita no se parece nada al divo que el pasado verano suspendía gira entre lágrimas y licenciaba a su banda en lo que parecía una fea espantada.

E. B. La banda era consciente de que era la última gira, que quería cambiar tras diez años trabajando con el mismo equipo. Se precipitó todo por problemas con mi agente, y me tuve que poner firme. Además, enfermé, y los dos últimos shows no los pude hacer. Todo pareció caótico y drástico, aunque se trataba de algo meditado: necesitaba salir del circulo viciado de dedicar 365 días al año a la música.

-¿Tan duro como para enfermar?

E. B. ¡Fue verdad! Ahora un cantante de rock no puede ponerse enfermo. O se emborrachó la noche anterior o no vendió entradas? Hay que estar justificándose siempre.

-Vale, vale. ¿Tiene sentido el título?

E. B. El tiempo de las cerezas es el momento feliz en que las canciones surgen sin problemas. Aunque intuyas que, a la vuelta de la esquina, la fuente se va a secar.

-¿Sí? A vosotros os salen las canciones por las orejas.

E. B. No te creas. Hubo un día que no me salió ni una [risas].

NACHO VEGAS. También está La fin, donde un compositor comprueba que nunca habrá otra canción.

-¿ Cómo fue la génesis del disco?

E. B. Coincidimos en la gira de Freak show, donde actuaba con Iván Ferreiro, Adriá Puntí, Mercedes Ferrer, Carlos Ann y Nacho. Hablamos de hacer algo y nos reunimos en Figueras y en Gijón. Algunos se descolgaron. El proyecto tomó forma por encima de nuestras voluntades. Al final cada día grabamos una canción en directo.

-¿No es egocéntrico lanzar un doble cuando con alguna eliminación hubiera cabido en un compacto sencillo?

E. B. ¡No es lo mismo! Repartidas entre dos discos, las canciones se oyen con mayor reposo. Agrupar todo en uno sería abrumar al oyente.

N. V. El compacto con 75 minutos de música ha hecho mucho daño: es un agobio.

E. B. Se nos ocurrió que cada disco terminara con uno interpretando un tema del otro, precisamente el que se usa para abrir. Y eso cierra muy bien, empaqueta cada bloque de canciones.

-Y esto, ¿se va a tocar en vivo?

N. V. [Tras una mirada de duda de Enrique] No vamos a hacer gira. Sí querríamos tocarlo cuando el disco ande rodado.

-¿Y cómo se va a promocionar?

E. B. ¡No sabemos! Un sencillo publicita el disco largo, pero una canción suelta no representa un doble tan rico como el nuestro. Es una obra de rock, no un producto pop. Aunque está lleno de hits ? si viviéramos en un país normal.

-La discográfica debió de asustarse por sacar un disco atípico sin gira.

E. B. Yo llevo 20 años en Emi y me siento bien tratado. Se fueron entusiasmando según llegaban las canciones, algo que no siempre ocurrió con mis lanzamientos.

Algunas parejas imposibles

La historia del pop está cargada de alianzas improbables, donde se juntan el hambre y las ganas de comer (es decir, de figurar).

-BOBBY GILLESPIE Y KATE MOSS

Sí, antes de entrar en la vida de Pete Doherty, la Moss ya intentaba ganarse sus galones de rock and roll con los bárbaros de Primal Scream, allá por 2002. Su cantante tuvo un capricho retro: recrear con la modelo uno de los eróticos duetos de Nancy Sinatra y Lee Hazelwood. El resultado, Some velvet morning, fue más ofensivo que las famosas fotos de Kate.

-WILLIE NELSON Y JULIO IGLESIAS

El más porreta de los vaqueros se empareja con el más, ejem, de los baladistas latinos. En 1984 se lo hicieron de Romeos otoñales con To all the girls I?ve loved before, aunque quedaron como viejos verdes alardeando de sus conquistas. A pesar de su pringoso contenido, fue un éxito en los países anglosajones y ganó todos los premios country posibles. Nelson no ha vuelto a interpretarla y dice no recordar la reunión con ?Yulio?.

-DAVID BOWIE Y BING CROSBY

Año 1977. En el especial navideño de Bing Crosby aparece Bowie y juntos entonan El tamborilero. Para Bowie era un lujo conectar con lo más estadounidense del show business: estaba tan orgulloso que permitió que el dueto se publicara. Las consecuencias fueron fatales: Bing Crosby moriría un mes más tarde (jugando al golf en Madrid); a Bowie no le dejaron entrar en los locales alternativos de Berlín -donde vivía- durante una temporada.

-NICK CAVE Y KYLIE MINOGUE

Físicamente imposible, dijeron: Kylie resulta diminuta al lado del larguilucho Cave. Pero, ay, les unen sus orígenes australianos y -susurran - una fugaz atracción sexual. Consciente de su propia imagen torva (y de que la Minogue es la cantante más deseada de la Commonwealth), Cave insistió en grabar Where the wild roses grow, modelada en esas perversas narraciones folclóricas donde el hombre asesina a su amante. Y lo explicitaron en un videoclip.

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